domingo, 13 de octubre de 2024

La consciencia y el baile

1. Hay cosas que se aprenden para siempre. Nadar. Andar en bicicleta.

La conciencia, en cambio, igual que un músculo, igual que hacer cuentas mentalmente o hablar un idioma, si no se ejercita, se atrofia.

Al contrario, puede desarrollarse, hacerse más aguda, más sabia, más atenta.

Hay sociedades y hay personas para quien es la conciencia no tiene ningún valor. 

Viven toda su vida sin tomar conciencia de nada y pensando que tomar conciencia de algo es perder el tiempo. 

Si quieres ser feliz

Como me dices

No analices

No analices

Tiendo a condenar a esas personas, porque creo que la conciencia es indispensable para conocer, y conocer es indispensable para tomar buenas decisiones, y las buenas decisiones son indispensables para una mejor vida. 

(Eso, además de que tomar conciencia me resulta muy placentero).

Pero quizás hay otras formas de conseguir una mejor vida.

Es importante concebir que hay diversas e insospechadas maneras que tienen los países del Tercer Mundo para algún día llegar a vivir mejor.

Todo ese mundo que en parte ha escapado de la forja violenta y bestial de los hispanos y bárbaros anglosajones, desde los chinos hasta los zulúes, desde los mayas hasta los inuit, tiene sus maneras de ser feliz —que pueden incluir la consciencia o no.






2. No concurro a los bailes.

Si voy a una fiesta y en la fiesta se baila, me da vergüenza bailar, porque quedo muy feo bailando cualquier otra danza que no sea el haka de los rugbiers neozelandeses o la danza de los hombres andinos, en las que se valora la espalda gigante, el cuello ancho como la cabeza, las piernas muy cortas y los movimientos de macho, torpes, tiesos, de guerreros de piedra, que dan golpes tremendos al piso con los pies en cada paso como si pesaran 300 kilos.

De modo que soy de lo que se mantienen en las fiestas a un lado, parado con un vaso en la mano apoyado contra la panza, mirando a los gráciles y alegres bailarines que disfrutan y fluyen con la música.

Esto es lo que pasó anoche. Mientras estaba feliz viendo contento a mi amigo el que cumplía años, me puse observar a los bailarines. 

Algunos bailaban tan mal como yo, y otros bailaban muy bien. Una chica jovencita y un muchacho treintañero, en verdad bailaban de una forma irresistible. No podía dejar de mirárselos. 

Me vino a la conciencia algo que había olvidado hacía mucho tiempo: que una parte de las personas es seducida por otra por la manera en que baila.

Recordé que una persona puede enamorarse de otra por cómo la otra baila.

Y pensé en tantas personas que pasan el día sentados ante una pantalla. Pensé en los chicos que se juntan a jugar juegos en red cada uno con su computadora.

Seguramente deben hacer otras cosas.

Seguramente bailan.

En el próximo cumpleaños en el que se baile, liberaré mi consciencia un rato, la dejaré que se vaya por ahí y haga sus cosas, con Heidegger o con Jesucristo, y me meteré a bailar como un macho andino de 300 kilos.


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