Mi padre me pregunta a qué país me voy a ir a vivir.
Tengo 64 años. Pienso que a ninguno.
El exilio es horrible criterio para elegir un país.
Toda la vida tuve la deuda de irme a vivir a Cuba, pero no sé si aún arde la mística de cuando estuve allí, hace 35 años.
Eso, pienso, la mística.
Entonces Axel me dice: “Burkina Faso te va a resultar irresistible”.
Tiene razón. Puedo presentarme ante Ibrahim Traoré y él me sumaría a su gesta.
Pero no estoy seguro de mi necesidad de una gesta.
Garibaldi.
Quizás la revolución son los hijos.
Cuando era chico criaba una clase de arañas bastante grandes. Las hembras tejían un disco, lo sujetaban a una pared, desovaban en su interior y se quedaban cubriéndolo para proteger a sus crías. Si yo le acercaba un palito, su ferocidad me causaba miedo. Me miraba a los ojos con sus muchos ojos y yo tenía miedo de que me saltara al rostro.
Permanecía sobre el disco unas tres semanas y entonces aparecían del interior cientos de ínfimas arañitas negras.
Las arañitas devoraban el cuerpo de su mamá.
Con la misma responsabilidad con la que defendía el disco, la araña se había nutrido en los días previos a poner los huevos, para que sus hijas tuvieran buena carne y buenos jugos para alimentarse y hacerse fuertes.
La revolución en los hijos podría ser vivir la vida que uno quiere vivir, hacer lo que uno piensa que está bien hacer, porque de eso es que se nutren cada día los hijos, desde que nacen hasta que los padres morimos.

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