sábado, 28 de marzo de 2020

Vuelven a pedir el fin del bloqueo a Cuba



Tengo una amiga psicoanalista que trabaja en el área de salud mental de un hospital del Estado en Rosario, específicamente atendiendo los casos de maternidad en problemas. Mujeres pobres, destrozadas por la vida.
Tengo un amigo que tiene una FM en Bariloche. Desde que la puso, hace más 20 años, en buenas épocas y en épocas de Argentina infame, nunca aflojó con decir la verdad de modo comprometido, nunca dejó de fustigar a los que abusaron del poder y de promover la solidaridad.
También en Rosario, otra amiga trabaja en un espacio de contención en uno de los barrios más peludos. La vida es dolorosamente violenta y miserable, el futuro es negro. Y ella, que como la otra y como el de Bariloche, podría haberse hecho una vida acomodada, elige seguir allí, no sé si con esperanzas, pero sí con fe.
Los tres tienen mi edad, han pasado los 50, y ninguno ha traicionado los ideales que tuvo cuando eran jóvenes.
Y no es que los han mantenido en el chamuyo, en el café. Viven sus vidas guiados por esos ideales.
Los tres creen que las personas deberían vivir dignamente.
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Cuando tuve 27 años, fui a Cuba. Ya se había apagado en Argentina la Primavera Democrática de la manera más penosa. Los que fuimos adolescentes durante la dictadura militar habíamos aprendido que el sueño de una sociedad justa se había terminado. Sabíamos que Cuba era un sueño eterno, ya habíamos depuesto el brote revolucionario que una vez nos había encendido.
Pero cuando llegué a Cuba mi desorientación fue total. Estaban todos los problemas que se mencionaban en Buenos Aires como argumento de que no había más que una dictadura de Castro, y sin embargo, la gente trabajaba dos horas por día, todos tenían casa, todos discutían de política horas y horas, todos discutían en sus trabajos las condiciones en que trabajaban. La gente tenía la cabeza libre. Todos, pero todos, los chicos iban a la escuela con una decencia que aún hoy, recordándola, me desarma.
¿No era que estaba muerto el sueño del socialismo?
No.
Y los chiquitos podían ir a la escuela no por artes de magia, sino porque hubo gente que mantuvo en alto sus ideales, trabajando por ello duramente, haciendo que el país pudiera resistir un bloqueo criminal.

Cuando Kirchner se quedó parado supervisando que bajaran el cuadro de Videla, se me encendió algo adentro.
Como cuando había ido a Cuba, yo tenía por completo perdidas las esperanzas de que sucediera algo así.
"¿Cómo?", pensé de nuevo, "¿entonces la magia existe?"
No, no existe.
Lo que existe es la gente que no afloja, los más blanditos que no aflojan con la ilusión de justicia y los más polenta, como mis tres amigos, que entregan mucho, en el sindicato, en la militancia, en el comedor barrial.
Con toda la recriminación que le cabía a Kirchner —que las propiedades que compró como abogado, que la derecha que le daba a sectores de poder concentrado, que miraba para otro lado cuando algún gobernador hizo bestialidades—, con todo eso, no tenía arreadas las banderas que había llevado en los 60 y los 70.

Ahora sobrevuela la ilusión de que el final de la pandemia obligará a una distribución más justa de los recursos. Sé que es la misma ilusión de que las calles se llenen de unicornios, pero también hay gente como mis amigos y como Kirchner que, por ejemplo, hoy han exigido el fin del bloqueo a Cuba.

¿Quiénes fueron? Los del Grupo de Puebla, entre los que están Rafael Correa, Ernesto Samper, José Luis Rodríguez Zapatero, Lula, Dilma Roussef, Alberto Fernández, Jorge Taiana, Julián Domínguez, Pedro Brieger, Carlos Tomada, Felipe Solá, Fernando Haddad, Celso Amorim, Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, Fernando Lugo, Leonel Fernández, Evo Morales y Álvaro García Linera.




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