miércoles, 8 de julio de 2020

Un pequeño recuerdo


En un atardecer rojo de un día de verano, éramos un grupo de chicas y chicos al costado de una piscina en un parque.
Yo tenía 17 años, vos 15. De la nada, me pediste que recitara un poema. No nos conocíamos, no tenías cómo suponer que yo sabía un poema, y justo me lo pediste en los días que me había aprendido de memoria, de lo mucho que me gustaba, uno de los 20 poemas de amor de Pablo Neruda.
Yo era como un rey en ese momento de mi vida. Tenía tanta seguridad en mí mismo como la necia seguridad en sí mismo que tiene un torero o un gallito boxeador. Cuando me pediste que recitara un poema, salí al ruedo sin hesitación y comencé a recitar.
Era tan engreído, que no intenté traducir; recité en español, con el lento, íntimo y grave ritmo que pedía el poema.
En los minutos que estuve recitándolo, los demás adolescentes fueron callando, y cuando terminé, el mundo entero parecía estar en silencio. Alguien aplaudió y vos me mirabas fijo, con tus ojos brillantes. Yo te miré fijo también, incluso mientras chocaba los cinco con alguien.
Me dijiste que era hermoso, yo me reí, "¿por qué decís eso, si no comprendés el español?"
Me dijiste "vos sos hermoso".
Ese fue el momento en que nos enamoramos.
Pero yo me fui de ese país dos semanas después. Ahora, cuarenta años más tarde, me causa pena y ternura la arrogancia que yo tenía en aquella época, y hago balance y, con todos los muchos enamoramientos que tuve en mi vida, valoro aquel instante. No sé si tuve otro tan perfecto. Fue uno de esos flechazos de amor que fundan parejas para toda la vida.
Y pareciera ser que para mí, esta lo es, porque fijate que no te he olvidado.





He ido marcando con cruces de fuego
el atlas blanco de tu cuerpo.
Mi boca era una araña que cruzaba escondiéndose.
En ti, detrás de ti, temerosa, sedienta.
Historias que contarte a la orilla del crepúsculo,
muñeca triste y dulce, para que no estuvieras triste.
Un cisne, un árbol, algo lejano y alegre.
El tiempo de las uvas, el tiempo maduro y frutal.
Yo que viví en un puerto desde donde te amaba.
La soledad cruzada de sueño y de silencio.
Acorralado entre el mar y la tristeza.
Callado, delirante, entre dos gondoleros inmóviles.
Entre los labios y la voz, algo se va muriendo.
Algo con alas de pájaro, algo de angustia y de olvido.
Así como las redes no retienen el agua.
Muñeca mía, apenas quedan gotas temblando.
Sin embargo, algo canta entre estas palabras fugaces.
Algo canta, algo sube hasta mi ávida boca.
Oh poder celebrarte con todas las palabras de alegría.
Cantar, arder, huir, como un campanario en las manos de un loco.
Triste ternura mía, ¿qué te haces de repente?
Cuando he llegado al vértice más atrevido y frío
mi corazón se cierra como una flor nocturna.
(Poema 13)





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