viernes, 20 de agosto de 2021

Confesiones de un chino bastardo

Cada vez que me encuentro con el idioma chino, me embriago y no puedo y no quiero salir. 

Quiero contarles que hay un desarrollo de significados que parte de 木, mù, “árbol”, que es el dibujito de un árbol.

La raya horizontal en la parte superior indica la copa del árbol.

Si se le agrega otra raya más arriba, queda 未, que se pronuncia wèi. Eso se hace para comunicar la idea de algo que está brotando, la proyección, el crecimiento.

Es un significado dinámico —de la misma forma que “árbol” es “madera que crece”— y en su dinamismo indica “lo que será pero aún no es”. El significado corriente de 未 es “aún no”. 

Luego, si se combina 未con 来, lái, que significa “venir”, se obtiene el significado “lo que aún no viene”.

Así es como se dice en chino “futuro”. 未来, wèi lái.


Como dije, me fascinan estas cosas del idioma chino, pero por favor, no se tome esto como autorizado.

Es sólo mi manera de aprender —desfigurándolo— el idioma chino.

Una anécdota explicará qué quiero decir.




Cuando nuestra tía Sharon fue a buscarnos al club que nuestra familia tenía en un subsuelo del Barrio Chino de Manhattan, le pregunté quién era ese señor que ganaba todas las partidas de mahjong y se reía a las carcajadas.

Hasta el fondo del salón grande como una cancha de fútbol, se multiplicaban las mesas con viejos que jugaban al mahjong. Mi abuelo nos llevaba a mi hermanita y a mí y nos quedábamos sentados esperando que viniera a buscarnos nuestra tía. 

— ¿Por qué preguntás? —me preguntó ella, y le respondí que él me había regalado un billete de 50 dólares. Para un adolescente, en el New York de 1972, era bastante dinero.

— ¿Le agradeciste?

— Sí.

— ¿Cómo le dijiste?

— Xie xie. 

— Muy bien.

— Pero ¿cómo se llama? —insistí.

— Ese es el señor Zhāng.

— ¿Chàng? 

— Parecido: Zhāng.

— ¿Es el señor Cantar?

— No, no es chàng, es Zhāng.

El sonido me resultaba indiferenciable.

Mi tía se acercó a una mesa, sacó una lapicera y escribió en un papel que había sobre la mesa el signo 张.  

— Su apellido se escribe así. Y “cantar” se escribe así— me dijo, y dibujó el signo 唱. 

— ¿Qué significa este cuadradito? —le pregunté por el cuadradito de la izquierda.

— Eso es “boca”.

— ¿Y estos otros dos iguales?

— Los dos juntos significa que las cosas van bien, cómo florecimiento o prosperidad.

Me quedé pensando.

Le dije:

— Como que cantar es lo que florece de la boca.

— No.

— ¿Por qué no?

— No hay “porque”, nada más es así.

— Pero es “boca” y “florecimiento”.

— No. No es así. “Florecimiento” está sólo para darle el sonido, no para darle significado.

— ¿Por qué?

— ¡No hay “porque”, te dije!

Yo aprendía chino haciendo inferencias, con mi imaginación, exactamente lo que mi tía censuraba. 


En general, lo que no sé, lo imagino. Por herramienta cognoscitiva tengo la ficción, por saber, la fantasía. Mi tía Sharon me amonestaba explicándome que el idioma chino fue cultivado durante miles de años por miles de millones de personas, por la civilización más antigua que continúa viva, por millares de generaciones de sabios, literatos, filósofos, filólogos, poetas. ¿Cómo pretendía yo suplantar eso con mis cándidas, ignorantes y poco iluminadas ocurrencias?


Mi tía tenía razón. Yo debía cerrar la mente y humildemente aprender de memoria sin cometer la insolencia de preguntar por qué.

Y si yo no deponía mi porfía en inventar cualquier cosa, simplemente debería haber sido respetuoso con mis ancestros y desistir de la intención de aprender su lengua.

Sin embargo, un demonio tomaba mi voluntad y yo reincidía. El demonio entraba por dos puertas. Por un lado, yo no tenía otra cosa que mi interés y mi imaginación. Por otro, tenía el deseo de incorporar en mi mundo algo del mundo chino de mi padre y mi familia. Inevitablemente, al entrar en mi mundo, cualquier partícula del idioma chino se contaminaba. Se transformaba, terminaba siendo otra cosa, quizás más pobre, o tal vez más rica, pero seguramente muy distinta.

Mi tía Sharon no admitía esa deformación. 

— Si querés aprender, aprendé, no imagines —me decía—. Aprender no es suponer, intuir, inferir. Si querés ponerte creativo, hacelo con lo que aprendiste, no con lo que tenés que aprender. Lo que se aprende, se aprende como es, no como no es. Se aprende como es, no se aprende como se te antoja que es.

Para ella el idioma chino, lo chino, todo lo chino, debía ser admitido, tragado, obedecido, como se dicta desde China, desde la tradición, desde la asociación de escritores o desde el Ministerio de Cultura.


En ese autoritarismo los occidentales que temen a China ven el germen de un imperialismo que se activará en la medida en que China vaya ganando influencia económica sobre otros países.

En la inevitable transmutación de algo chino en cuanto es asimilado por otros, radica la posibilidad del intercambio.


Las cosas siempre cambian. Cambian en procesos internos, como las dinastías eternas un día fueron terminadas, como Mao revolucionó el país multimilenario, como el gobierno acaba de terminar con una indigencia que parecía un ingrediente estructural e inevitable, y que torturaba a la sociedad China desde el principio de los tiempos.

Y las cosas mutan notoriamente cuando mundos mutuamente exóticos intercambian sus fluidos. 

Aceptar ese desafío conlleva tanta valentía como no admitir la profanación de lo puro y eterno.




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