viernes, 23 de diciembre de 2022

El momento

Alberto cometió esa audacia vivificante de ir a la asunción de su presidencia en su coche, manejándolo el mismo.

Un acto rotundo, perfecto para convertirse en un hecho fundacional.

Pero su presidencia terminó allí. Su discurso inaugural, maravilloso, fue también el discurso de cierre de su mandato.

Alberto demostró rápidamente que no tenía deseo de poder ni valor para ejercerlo, de modo que debió ser el títere de Cristina.

Pero entonces, Cristina no estaba.

Cada tanto aparecía y le daba una zamarreada al títere por no tener alma, pero no se avenía a manejarlo.

Zamarreaba al títere y nos decía la verdad a todos, que la admirábamos fascinados como a un ser de inteligencia divina al que le es permitido iluminar a los desahuciados un instante con la condición de desvanecerse, como la Virgen de Guadalupe con Juan Diego, la Virgen de Lourdes con los Pastorcitos y etcétera de vírgenes.


Cuando el hijo de un matrimonio amigo cumplió seis años, uno de sus tíos le hizo un regalo completamente estrambótico, no recuerdo bien qué era, como si dijera dos docenas de guantes quirúrgicos, o una pequeña caja fuerte, una iguana embalsamada o un ojo de vidrio.

El padre del niño observó el regalo con cierta reprobación y se fue, y el niño miró a su madre para saber cómo debía reaccionar. 

No tenía idea de si debía asustarse, alegrarse o qué.





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