lunes, 5 de diciembre de 2022

60.2

Cumplí mis 60 años en Beijing enfrascado en la coyuntura –de China, de la pandemia, de la espera de un premio.

Nos confundimos con un amigo y él se quedó esperándome en un restaurante con otro amigo y con una amiga —de quien estábamos enamorados los tres—, y yo me quedé solo en el departamento que me alquilaron los diplomáticos jubilados de China, hasta que más tarde desenredamos el lío, y vinieron conmigo, con una torta de 10 kilos, y a las 2 de la mañana, en una ciudad fantasmagórica, con todo el mundo enclaustrado por la pandemia, nos fuimos a bailar a una cueva en la que mil personas de todos los países se revolvían en una orgía de música tecno y alcohol.

Allí adentro, en un refriegue de aquelarre, no tuve ninguna oportunidad de reflexionar sobre la edad. 

Los 60 años fueron lo que me pasó mientras yo estaba ocupado haciendo otros planes.

Lejos de mirar el bosque, los 60 me encontraron mirando una hormiga que entraba en un agujerito de la corteza de un tronco. Yo no miraba ni siquiera el árbol.

Y no sé si estuvo tan mal.


No hay comentarios:

Publicar un comentario