A la salida de una conferencia una mujer me saludó.
Era evidente que me recordaba. Yo no tenía idea de quién era.
— Tuve una consulta con vos, hace quizás 30 años —me dijo, sonriendo.
— Perdón, creo que no te recuerdo. ¿Te atendí por mucho tiempo? —le respondí.
Se rió.
— Por favor, cómo te vas a acordar. Tuvimos tres sesiones, a lo sumo. Yo tampoco te recordaría si no fuera por lo que me dijiste. Yo acababa de cortar una relación que había sido un torbellino y que terminó en una catástrofe. Por eso tuve las consultas con vos, y me dijiste algo que me cambió la vida. Yo era una chica, estaba partida al medio por la angustia y me dijiste “es algo que se mete con el sentido, ¿no?”
Tuve una ligera sensación de remembranza. Ella terminó:
— En ese momento supe que en toda mi vida sólo me interesa lo que se “mete con el sentido”.
¿Por qué le había dicho “mete”? Entonces recordé que le dije la palabra muy a propósito. Había pensado en la palabra en portugués “mexe”, que es “meterse”, pero también algo más. “Mexer” es interferir; manipular, manosear lo que no está permitido tocar; intimar y cuestionar lo que otro protege.
— Asumí plenamente que sólo me interesa meterme con el sentido y nunca pude volver a vivir de otra manera —concluyó.
Me miró a los ojos, me ofreció la copa para que brindáramos y brindamos.
Sos sicologo también?
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