sábado, 6 de diciembre de 2025

Cicatrices por escribir

 Algunas personas que escriben tienen algo diferente.

Son las personas antena. Escriben lo que alguien, algo o lo que sea, emite y ellas captan.

 

Siempre nos quedamos observando las consecuencias del uso que tienen las herramientas, ropa o cosas que han sido útiles durante años. La pava que queda negra abajo, los zapatos viejos de cuero, la pelota de fútbol que se peló, la escoba.

Son muy interesantes los martillos, porque duran mucho más que las generaciones. Duran para siempre. Sólo se deja de tenerlos si se los pierde. El mango se les cambia. Tan lejos del smartphone, de la tostadora eléctrica, del libro mal encolado, del mundo de la obsolescencia programada. Y aún así, el martillo tiene marcas.


Esas personas que escriben tienen abolladuras, descoloraciones, achaques que les ha dejado su actividad de recibir cosas de afuera y escribirlas.

Trabajar de escribirlas para que se parezcan a lo que la persona escuchó y trabajar de desplegar lo que escuchó —porque cuando empieza a escribir, muchas veces lo que escuchó empieza a expandirse, complicarse, florecer, generar lógicas, historias, lugares, personas, la forma de hablar de esas personas— les deja cicatrices.

 

En ese trabajo, su emoción es convulsionada, su moral es retorcida, su vida entera se ve afectada, y también su salud.

Un detalle revelador de esas personas es una enfermedad en la mirada. Como si tuviera muerte en los ojos. Es lo que puede verse sin ningún esfuerzo en Rulfo, Hemingway, Onetti, Juana Bignozzi. Y está el paradójico escritor ciego, claro.




No hay comentarios:

Publicar un comentario