sábado, 13 de febrero de 2021

La lección de la Rata


Los chinos recuerdan otros años de la Rata calamitosos. La primera Guerra del Opio, que sometió a China a la humillación, irrumpió en el año de la Rata de 1840.

En el año de la Rata de 1900 los Boxers, un grupo de patriotas chinos fue aplastado cuando intentaron liberar a su país del dominio de Gran Bretaña, Estados Unidos, Francia, Italia, Japón, Rusia y Austria —además, en represalia, esta coalición de países le cobró a China una fortuna durante 39 años. 

En el año de la Rata de 1960, una conjunción de causas naturales y humanas sometió a la población china a una hambruna que mató a una cantidad indeterminada de personas, que podría superar los 30 millones.


Es cierto que, entre las muchas cualidades de la Rata, está la falta de clemencia.


Cuando esa falta de piedad se combina con la necesidad de la Rata de hacer contacto con los últimos límites, usando como paragolpes su mente, su alma y su cuerpo, el choque puede ser dramático y sin límites. 

La Rata no tiene límites. 

La catástrofe no la asusta; el apocalipsis tiene para ella una electricidad que no le resulta ajena. 

Difícilmente falte una cuota de devastación cuando una Rata es lo suficientemente poderosa como para lanzarse a poner frente a sus ojos el semblante de la Verdad.


La decisión de la Rata fue poderosa en el 2020. 

Montada sobre una pandemia, la Rata del 20 desnudó cómo el capitalismo en su versión más inhumana está matando como un cáncer a las sociedades que domina.

Reveló la brutalidad y perversidad de líderes planetarios.

Demostró que los sistemas de salud y los laboratorios no tienen otro objetivo que abusar de las masas humanas como si fueran ganado, y jamás la intención de que estén saludables.

Evidenció que el “concierto” de las naciones es incapaz de un acuerdo mínimo frente a una amenaza.

Exhibió el modo en que las economías de todo Occidente son los más despóticos totalitarismos que tuvo la Humanidad en su historia, funcionando como un sistema en que un puñado de poderosos sobreexplotan los recursos naturales y las personas, impidiendo que las sociedades puedan decidir cualquier aspecto de su destino con un mínimo de democracia y solidaridad.

Terminó de quitarle el disfraz de Gran Benefactor de la Humanidad a Estados Unidos y Europa, que se arrogan el derecho de ir a tirar bombas desde aviones y de mandar muchachos a matar viejos, mujeres y niños en Afganistán, Níger, Siria, Yemen, Somalía, Irak, en defensa de valores que no garantizan dentro de sus fronteras.


Todo eso y mucho más nos ha mostrado la Rata.

Para eso usó su irreverencia, su incisividad, su inteligencia, su necesidad de conocer la verdad y su bravura. 

No tengan dudas de que ella fue la que peor la pasó.

Y no hay modo de poner en evidencia una verdad espantosa sin que haya algo de sufrimiento.

Estas verdades duelen.


Culpar a la Rata por esas verdades tiene algo de infantil.

Quizás es ponerse en la posición del niño privilegiado que se siento con derecho a que todos los demás lo consientan. “La Rata me lastimó, mala la Rata”.


Parados en otra posición podríamos valorar que la Rata haya hecho caer algunas caretas gigantes.

Más aún, podríamos agradecerle, incluso si no buscó beneficiar a los demás al sincerar las cosas.

Podríamos agradecerle, atrevernos a mirar los ojos horribles de esta realidad desenmascarada, como hace la Rata, y tomar consciencia.

Podríamos aprovechar el tormentoso desasosiego de la Rata para aprender una lección para siempre.


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