Mi colega periodista tiene 70 años.
Como periodista está al día con todo. Sus aguas son las aguas de la coyuntura al minuto. De nada se entera más de 45 minutos después de que sucedió.
Cómo persona de 70 años, aunque no son los 70 de su padre, que ya estaba plenamente jubilado de todo, hay temas que ya no alcanza.
Las últimas bandas de moda, palabras, marcas, famosos, redes sociales.
Se va quedando atrás.
Usa la AI, pero un poco. Cuando se le complica, la pide ayuda a la hija.
Los otros días le pidió ayuda para hacer un powerpoint.
En realidad, ya lo había hecho, pero alguien le dijo que estaba anticuado, que los alumnos ya ven todo el tiempo powerpoints de ahora, tienen otro código.
Entonces trató de que una AI le hiciera una versión “moderna” de su powerpoint.
Fracasó.
Le pidió a la hija.
La hija lo hizo.
Le agradeció, pero al hacer correr el powerpoint vio que, aunque era más lindo de colores, tenía diseño, piripipí, era moderno, había cambiado sus palabras.
Le había puesto adjetivos que él jamás usaría —por horribles, porque él no adjetiva y porque cambiaban el sentido de lo que había escrito.
También había simplificado lo que había escrito en general. Lo había achatado, lo había hecho neutro, objetivo, técnico.
Le había hecho perder toda la sutileza, la paradoja, la ironía, las implicaciones.
Lo había empobrecido.
Y le había apagado las entrelíneas, que es su trabajo principal y más logrado.
Cuando llegó el momento de la presentación, pasó el primer powerpoint que hizo, que era bastante espantoso.
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