lunes, 21 de abril de 2025

Jesús es clavado sobre la cruz en cada mujer golpeada y vulnerada

Ayer fui a misa. Misa de Resurrección.

Una amiga me dijo que desde chiquita quería ir a una misa, y que un par de veces fue sola y hasta tomó la hostia, porque quería saber todo, pero nunca había encontrado a nadie que la llevara.

Le conté lo que supe, hablamos con unas monjas, con una madre y una hija que iban a pedirle a una santa y con el cura

Yo creo saber bastante del catolicismo. En el servicio militar fui catequista, en la adolescencia los evangelios me habían obsesionado, en mi primera juventud tuve un guía espiritual, pensé seriamente en hacerme cura.

Todavía siento el llamado de la religión, pero he aborrecido mucho a la Madre Iglesia como esquema de poder corrupto en el mundo y terminé viviendo mi religiosidad —hacer contacto con un orden trascendente— de muchas otras formas, básicamente la literatura.

La misa de ayer me recordó intensamente por qué sólo voy a las iglesias a pensar o escribir. Era algo tan vacío y oprimente. Creo que las personas van para conservar la tradición de relación con la Iglesia, la pertenencia, y que de ninguna manera van a hacer contacto con Dios.

Vi a toda esa gente, además, agachando la cabeza. En silencio aterrorizado, con un terror muy gozoso. Me disparaban miradas asesinas cada vez que le explicaba algo a mi amiga y cada vez que me reía.

En la casa de Dios se le teme al cura como a un dictador.

En la casa de Dios la risa está prohibida.

Se canta para adentro, bajito, con vergüenza. Se está a universos de distancia de los evangelistas que expresan todo a los gritos y de los negros con su gospel.

La Inquisición está vivita y coloreando.

Entre la gente, unas 80 personas, no había más que cuatro jóvenes de menos de 30 años.

Eso era natural, ¿qué tenía aquello de atractivo para los jóvenes, aún para los que tengan una potente vocación por hacer contacto con Dios o con un mundo más allá de este mundo?

Todo los haría huir.

Mientras el cura me hacía dormitar con el sermón, soñé con una misa en que un grupo de jóvenes con un líder que era un cura, se juntaba una vez cada tanto para hablar de los temas que les resultaba significativos de la vida, no en una reunión cualquiera, sino que los unía el rito que hacía al principio el líder, consagrando un pan como el cuerpo de Cristo y el vino como su sangre, y todos comían un pedazo y bebían un sorbo, y con el mismo pan y el mismo vino en sus cuerpos, se ponían a hablar. 

Pienso que algo así podría atraer a los jóvenes. Después de todo, la misa es esencialmente eso, derivada de lo que Jesús dijo en la Última Cena y en la frase “cuando dos de ustedes se encuentren, yo estaré allí”. 

¿Por qué no se hace algo así?

Porque la Madre Iglesia manda que la misa tenga el rito actual. Pero ¿quién le dio forma?

La misa de ayer tenía muchas cosas diferentes a las que yo conocía.

¿Cuánto se pueden modificar la liturgia?

¿Quién evalúa los cambios?

Una de las innovaciones que me parecieron interesantes era que habían puesto carteles muy jugados en las paredes, debajo de los del Vía Crucis. Algunos decían: “Jesús cae en cada mujer atrapada por las redes de trata y explotación”, o “Jesús despojado de sus vestiduras en cada mujer humillada y discriminada”, “Jesús expira en la cruz en cada feminicidio”, “Jesús es clavado sobre la cruz en cada mujer golpeada y vulnerada”.

Hoy murió el Papa Francisco. Me resulta una bomba que explota no sé en qué lugar adentro mío. 

Un desastre, un presagio de algo muy oscuro que vendrá.

La mitad de los argentinos odió con toda su fuerza al Papa. Me llena de vergüenza ese odio. 

Especialistas, los argentinos, en pisotear los mejores frutos que damos.

Le pregunté al cura por qué estaban esos carteles y me dijo que estábamos en “la iglesia que es mucho de las mujeres, Por la historia de Santa Rita”. Estábamos en la parroquia de Santa Rita, una mujer que se hizo legendaria por soportar primero a un marido que la maltrataba sin piedad y luego a Dios, que le hizo una herida crónica que olía a podrido. 

Pensé que los jóvenes no van a la iglesia como un acto voluntarista, igual que no militan en un partido político o en un sindicato. 

Hace 40, 60 años, los jóvenes fueron religiosos o militantes aunque no quisieran, simplemente porque estaban en un ámbito en el que no podían hacer otra cosa. Eran católicos o peronistas sin saberlo, de la misma manera en que pertenecían a sus familias. Uno se aprendía la marcha peronista en el barrio, se aprendía las canciones de la misa porque lo llevaban de chico, y cuando crecía iba a las reuniones porque allí estaban los amigos, el chico que le gustaba, iba caminando a Luján, o le daban el bombo para que le pegara, se divertía pintando paredes. No necesitaba leer los libros de Perón, Perón se le aparecía porque lo tenía adentro, y no necesitaba pensar nada ni comprender al cura, ni que nada tuviera sentido, para que apareciera Dios, sino que ya tenía a Dios en los crucifijos en la casa y tantas Vírgenes por todos lados.

Hoy la Iglesia no está ofreciendo ese ámbito natural, esa familia, igual que no lo ofrece el peronismo, ni ningún partido político, ni ningún sindicato.







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