Esta mezcla de un tronar de montañas de hierro y cemento que explotan unas contra otras, de una carnicería de cuerpos trozados y distribuidos los pedazos por todas partes, rugido de fuego que aturde, sordo murmullo de verdadera maldad en los humanos; la mezcla de esa guerra que nos va cercando como un incendio con una ciencia en una carrera desatada, llevada por cavernas ocultas de la mano de fuerzas satánicas, ya sucedió, no hace mucho tiempo, exactamente cien años, y terminó en la Segunda Guerra Mundial.
Los europeos que parieron a Hitler y ese júbilo por Hiroshima y Nagasaki no podían presagiar nada bueno.

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