miércoles, 17 de julio de 2019

La mamá de los anillos



Somos amigos, compañeros, cumpas desde hace muchos años. Ella es como era mi mamá, una mujer a quien no se le ocurre que haya diferencia entre los hombres y las mujeres.
Hace muchos años que somos amigos, de la época en que ella era soltera. Después se casó con un tipo macanudo, de esa gente que hace lo que piensa. Me alegré y aunque pasaron por algunas tormentas, me sigo alegrando por ella. Él es una de esas personas a las que se envidia con admiración y deseándole lo mejor porque se lo merece.
A veces nos encontramos solos con mi amiga de mi alma. Muy cada tanto, un par de veces al año. Tomamos una cerveza, picamos algo en algún bar cerca de su casa.
Un rato.
Nos ponemos al día, casi como parientes. Estamos conectados por el celular, obvio, o sea que sabemos inmediatamente cosas del otro, pero vernos es diferente. Contarnos nos hace saber las cosas en profundidad.
Y charlando volvemos a ser nosotros.
Ella trabaja mucho. Encontrarse conmigo  es una salida que ella tiene.
Tiene dos hijas chiquitas, la más chica de un añito.
Ayer estaba contenta porque desde hace unos días por primera vez en cuatro años las nenas se quedan toda la noche en la pieza de ellas.
Estaba, al fin, durmiendo bien. Se podía entregar a dormir toda la noche.
Se divierte con todo lo que nos decimos. Le doy algo y cuando lo mete en la cartera saca para mostrarme, riéndose, dos pañales descartables.
“Tengo pañales, tengo toallitas húmedas, lo que quieras”.
Lo que yo quiera, quisiera, si tuviera un bebé. No lo tengo, ni lo voy a tener ya.
La miro. Se ha arreglado tan linda. Es tan elegante y tan sencilla, y fresca. Tiene unos anillos que la elevan a la categoría de esa criatura gloriosa que son las mujeres.
— Me tengo que ir —le digo.
— Se nos hizo corto.
— Sí, como siempre
— Sí.
— Dale saludos a tu marido.
— Bueno, vos cuidate.
Nos saludamos con un beso y cuando nos estamos yendo nos miramos en silencio un instante.
Como siempre.




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