jueves, 1 de abril de 2021

Shtisel y Los gauchos judíos

Cuando yo tenía 12 se estrenó la película “Los gauchos judíos”, con la que Juan José Jusid puso en cine el libro en el que Alberto Gerchunoff había contado, 65 años antes, las peripecias e integración a la Argentina de los judíos que fueron traídos a Entre Ríos desde Rusia.

Jusid hizo una película maravillosa, con un guión maravilloso, en el que el ángel de Oscar Viale trenzó de modo asombroso la serie de anécdotas que es el libro de Gerchunoff.

El Tanaj, base del Antiguo Testamento de los cristianos, tiene esa estructura: una bolsa de anécdotas. No es una historia compuesta por partes, sino historias completas, que pueden funcionar perfectamente autónomas, que se tienden en un espacio. El hilo conductor es el Pueblo Judío, lo que en el libro de Gerchunoff es los inmigrantes judíos de Rusia que llegaron de la mano del Barón Hirsch y los fundadores de la Argentina que aborrecía a los nativos y anhelaba un país blanco. 

Gerchunoff cuenta los cuentos que se contaban, que escuchó, y no se preocupó por estructurarlos en una sola historia, lo que sí hizo Viale para la película.

El mismo esquema tiene la serie Shtisel.

Adoro esa serie. Sé que los judíos haredíes pueden ser gente difícil, pero no hay cómo ver la serie y no adorar su vulnerabilidad y su amor por los suyos —en un mundo que se desbarranca hacia el espanto del individualismo hedonista.

Shtisel son anécdotas hiladas con dos tipos de hilos. El primero es el espacio sobre el que las historias se desarrollan: los Shtisel, la comunidad haredí de una ciudad de Israel. 

El segundo, es el de la narrativa cinematográfica. En este último plano, me tomo el atrevimiento de advertir que los guionistas de Shtisel han conseguido algo que está por debajo de lo que hizo nuestro genial Oscar Viale en Los gauchos judíos. 






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