lunes, 7 de noviembre de 2022

Chuǎng

El signo chino significa “irrupción”. Es a la vez un pictograma y un ideograma —el límite entre un pictograma y un ideograma siempre es una zona ancha y fértil, como un lecho de barro que deja el río Nilo.

闯 integra dos signos: 马,que significa “caballo” y 门, que significa “puerta”.

La idea de la irrupción —asalto, acometida, arremetida, embestida, siempre violenta y alborotadora, intempestiva, destinada a crear problemas— es un caballo metiéndose por el marco de una puerta.

Así se escribe el chino, con imágenes como esta: potente, didáctica, de enorme poder expresivo y gran belleza. 

Uno siente que no podría decirse mejor.





Me despierto, no sé dónde estoy.

Poco a poco recuerdo que es un hotel, pero no sé qué hago allí, ni qué día es, ni en qué país estoy. 

Es de noche. 

Las cortinas están abiertas  y la chica que ha entrado de contrabando a la habitación —eso lo recuerdo—, está sentada junto a la pared de vidrio que da a la calle. Me parece que estamos muy alto, tal vez en el piso 20 o 30.

Unas luces rojas y verdes bailotean en un costado de la chica, que es blanca como el mármol, y en la cara. 

Ella mira fijo a la fuente de las luces. Me quedo acostado observándola.

Con las luces recuerdo. Estamos en un hotel de Shanghái. En el piso 26. El hotel da a una callejuela angosta y oscura. Del otro lado de la calle hay dos carteles luminosos verticales, hechos de signos chinos. Cada signo está hecho de tubos de neón y es del el alto de un piso. Uno de los carteles es rojo, el otro verde.

La chica me mira mirarla. Me sonríe, un poco melancólica, sin decirme nada, y vuelve a mirar los carteles.

— ¿Qué mirás? —le pregunto.

— Le gustan tanto las luces a los chinos.

— Las luces, los resplandores…

— Le gusta lo que brilla.

— Claro.

Nos quedamos en silencio.

Al fin ella dice:

— La luz brumosa del jade, el brillo del oro, la Luna blanca, la luz de la Luna bañando la nieve.

— Pero también ese neón tan horrible que estás mirando.

— Sí. Te obliga a acostumbrarte a lo feo. Al final te gusta.

Volvemos a quedarnos callados.

Luego vuelvo a mi pregunta:

— ¿Qué miras?

— Los signos.

Ni ella ni yo sabemos leer chino.

— ¿Qué mirás en los signos?

— Los trazos, las formas, la fluidez, el equilibrio precario. Pienso que quizás descubra algo. Algo como eso que dijiste de la idea de “irrupción”. Pienso que cada signo esconde algo así.

— Es cuestión de estudiar —le dije—. Debe haber cursos que enfoquen ese aspecto del lenguaje.

— No, no. No quiero. Justamente lo que quiero es esto, mirarlos y suponer. No quiero saber. Quiero mirar algo que tal vez sea maravilloso, pero no quiero ver la maravilla. Quiero andar por estas calles, por templos, por pueblitos, ver tantos signos, estar rodeada de signos a cada paso, sabiendo que esconden maravillas y no ser capaz de desbaratarlos con un golpe de interpretación como una autómata.

Le sonreí. Me estaba haciendo feliz.

Giró la cara, me miró, me sonrió y vino conmigo.

Las mujeres siempre saben qué le pasa a uno.



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