domingo, 20 de noviembre de 2022

Hijos humanos de la electricidad

Sentí que el Manifiesto Cyborg, de Donna Haraway, me ofrecería algunos recursos para amasar intuiciones sobre China en estos cuatro meses que llevo viviendo bajo los efectos de la China en Estado de Pandemia.

Desde que empezó la crisis sanitaria, dos años antes de que llegara a China, algo en mí ha huido hacia un refugio —el encierro en mi casa y el dormir a la noche.

Allá afuera, en el día, está el control de la pandemia, y no quiero saber nada con eso.

Pero en mi refugio está la pesadilla. De noche, la pesadilla mental como sueño, y física —mientras duermo me lastimo el cuerpo.


Tres factores me jugaron en contra en el intento de pensar bien China.

Primero el optimismo, luego la necesidad de ver en China algo esperanzador y finalmente oponerme al fatalismo burdo de “está todo mal”. 

Así, había llegado a la conclusión de que China es la gran isla que emerge en medio de un mundo distópico, y por lo tanto es la esperanza.

Cualquiera puede ver cuán obtuso que es el occidentecentrismo de no considera a China parte del Mundo. Por otra parte, percibir a China como un injerto en el planeta, como una civilización que se hizo a sí misma, tal vez en contacto, pero no imbricada con otras civilizaciones, carece de todo fundamento.

En realidad, en el occidentecentrismo la negación de China parece ser atributo del progresismo colonialista. A diferencia de ese progresismo, no considera que China no sea parte de su realidad el arco fascista que va desde Donald Trump hasta la señora de bata que va a comprar un trapo de piso al supermercado chino en una calle de Burzaco, en el Gran Buenos Aires, con tirria contra el chino de la caja porque teme el avance del comunismo.

China no es ajena a Elon Musk, que fabrica sus máquinas allí, como no es ajena, sino protagonista mayor, del mundo creado por el neoliberalismo. 

Ha conseguido una mejor vida para toda su población, y en ese sentido es una isla. Pero no ser responsable directa del infierno de la gente que se muere de hambre en Afganistán y que marcha de a miles por Centroamérica arriesgando su vida con tal de poder ser esclavizados en Estados Unidos, no la libra de todo pecado. 


Donna Haraway habilitó cierto trabajo, quizás marginal, del pensamiento sobre el cyborg, desencajándolo de la imagen de hombre + máquina, tan simplista como todo lo que toca la mayor parte de la ciencia ficción.

Haraway parece usar la noción de cyborg para ponerle nombre al universo de la hibridez. Somos cyborg, somos híbridos, como producto. 

Somos organismo + máquina.

Somos físicos + metafísicos.

Somos vida + no vida.

Somos individuo + sociedad.

Somos macho + hembra.

Somos realidad + ficción.

Somos naturaleza + cultura.

Somos vigilia + sueño.

Somos dos o muchos organismos diferentes.

Somos niño + adulto.


La condición híbrida no es ni mala ni buena, pero en estado de explotación social, somos cyborg como un producto diabólico.

Pensé que el cyborg pesadillesco era parte exclusiva de la distopía occidental, y que China no tenía nada que ver con eso, pero ahora, revisando el Manifiesto Cyborg, encuentro que en China (donde cyborg se dice 电子人,  electricidad + hijo + persona, que podría traducirse, con la amplia licencia que da la distancia entre el español y el chino, como hijo humano de la electricidad) la realidad del cyborg ha sido sofisticada y acabada.

“Su problema principal (de los cyborg), por supuesto”, dice el Manifiesto, “es que son hijos ilegítimos del militarismo y el capitalismo patriarcal, por no mencionar el socialismo de Estado. Pero los bastardos son, a menudo, infieles a sus orígenes”.

Lo que me impedía concebir que los chinos han sido convertidos en cyborgs era que yo concebía al cyborg sólo como un producto de la explotación. No se me había ocurrido que el bienestar de toda una población, por ejemplo la población mayor del mundo, hubiera sido mediado por la cyborgización de las personas.

Concebía que el estado de bienestar de China disolvía todo medio distópico. Sin embargo, la idea de Haraway del cyborg parece describir con exactitud el modo en que la Humanidad lo  ha logrado a través de China.

El cyborg es creado en, por, el dominio de una sociedad, a través de los mecanismos de deseo y placer, control tecnológico y desaparición. 

El modo chino es el de encajar estos mecanismos en su tradición de gobernanza y en la idiosincrasia pujante que comparte toda la población —que tiene como motores el miedo a recaer en un estado de carencia y la urgencia por progresar indefinidamente.

Por otro lado, lo desconcertante y novedoso, como dije, es que en China la cyborgización está en función de una vida mejor, en términos de alimentación, condiciones sociales generales, progreso real y futuro brillante para los hijos.


Haraway dice que la condición de cyborg como producto de la explotación no es fatal. ¿Es China la superación?

Posiblemente no sea la superación de todo, pero parece haber superado a Occidente en algunos aspectos.






Escribo esto con la cabeza partiéndoseme por la resaca de anoche. Estuve hasta la madrugada en un boliche postapocalíptico, atestado de gente de todas partes del mundo, una masa de cuerpos que no tenían otra solución que refregarse unos con otros, dado el poco espacio y la cantidad que éramos, seguramente compartiendo todos los microorganismos que nos componían, pasados de alcohol y sexo y decadencia. Bailaba semidesnuda la hija del agregado militar de Serbia, un editor chino se arrastraba colgado de un patovica, un grupo de inglesas se entreveraban en estado de orgía, africanos y latinoamericanos parecían estar en su salsa, en una tribuna durante un partido de fútbol. 

En un momento miré mi celular y alguien había mandado un mapa de Beijing y era todo rojo rojo rojo. Cada punto rojo era un nuevo complejo de edificios, shopping mall, parque, barrio que había sido cerrado, con todas las personas confinadas adentro. Era un desastre irreversible, epidemia, catástrofe.  Pero entonces, ¿por qué estaba abierto aquel lugar?

Y el celular, ¿por qué está fuera del cuerpo? El control sanitario es riguroso hasta el frenesí. Es necesario testearse todos los días y es necesario demostrar a cada paso, 30, 60 veces por día, que uno no está contagiado, y todo eso se hace con el celular. En este momento los chinos son cyborgs hechos de organismo + smartphone. El hecho de que el smartphone esté fuera del cuerpo comporta una cantidad de riesgos (que se pierda, se rompa, se desconfigure) que no debería correr ni la sociedad ni las personas.


Estos errores, desplazamientos, delays, deben ser explicados y demuestran que aún con un estado cyborg tan acabado como China, Haraway tiene razón al pensar que la pelota está en juego. 






No hay comentarios:

Publicar un comentario