martes, 22 de noviembre de 2022

Donde no hay quema de barbijos

 Volvamos un ratito con mi tía Mei, la del zapallo chino.

Hablar de zapallo chino, como hablar de socialismo con peculiaridades chinas puede inducir a un error grave. Lógicamente, se piensa en un zapallo igual al propio, al que se le agregan características. 

Uno bien podría pensar en que la diferencia entre un árbol de Navidad y un árbol de Navidad chino, es que el árbol de Navidad chino es el mismo abedul con que se festeja en Finlandia, Argentina y Estados Unidos, sólo que de sus ramas, en vez de bolas, angelitos, etc., cuelgan lamparitas chinas, dragones, murciélagos, gatitos que mueven la mano y aquel sinograma patas arriba.

O sea, pensamos en un una base, común, universal, que tiene una relación tal con sus complementos que éstos no modifican su esencia, sino solamente le agregan características.

Claramente, este razonamiento no sirve para pensar a China. 

No es el mismo zapallo, no es el mismo socialismo, no es el mismo árbol de Navidad (de hecho, el árbol de Navidad ni siquiera existe en China).

Esto es notorio en el caso de la actitud de las personas ante el largo periodo de control de la pandemia de COVID-19.




Tendemos a pensar que los chinos son más obedientes, pero creemos que la obediencia es la misma que nuestra obediencia. Creemos que son más disciplinados, pero en definitiva estamos pensando en que lo son sin salirnos de nuestra noción de disciplina.

Proyectamos sobre los chinos nuestra visión del mundo, y nuestros sentimientos. En este caso, nuestros sentimientos influyen en una resistencia y oposición a la autoridad gubernamental y a todo poder político, económico, social, que llega a derivar en un gozo —por ejemplo cristalizado en el rock’n’roll. No queremos quedarnos sin aquello contra lo que protestamos y nos rebelamos, porque nos causa un gran placer estar en contra, resistir, combatir, chocar, confrontar, contra aquello con lo que podemos estar en conflicto.

Si este componente no está en el sentimiento de los chinos, estamos forzados a comprender que su hartazgo tiene otra composición, está hecho de otra cosa.

Más allá de la influencia occidental, que es la que suscita en un pequeño sector de China (que son aquellos con quienes los occidentales tienen congtacto) la bronca contra el Gobierno por cortarle libertades que en China jamás han sido prometidas ni reconocidas, notamos un cansancio, una contrariedad, un malhumor sólido, fundamental, y que parece amenazar la capacidad de los chinos de seguir soportando las restricciones, las limitaciones, las prohibiciones, el entorpecimiento generalizado de la marcha de la vida.

Intuimos que este malhumor no tiene nada que ver con los derechos individuales, mi derecho a circular, mi derecho a tener abierto mi negocio, etc., sino que está motivado por la imposibilidad de avanzar.

Avanzar, prosperar, enriquecerse, ha sido motor de la pujanza china desde mucho antes del socialismo, luego el socialismo ha sido encauzado en esa pulsión, y desde la Reforma y Apertura, el desarrollo otorga sentido a la vida del país.

El control de la pandemia ataca exactamente ese punto. La gente no puede hacer lo necesario para avanzar en el logro de sus ambiciones.

Por lo tanto, las personas no están en contra del Gobierno porque el Gobierno propicie la miseria perenne, sino al contrario. Están al límite de soportar que el Gobierno no les permita hacer lo que el Gobierno mismo les propone hacer, les facilita, promueve e incluso exige: el progreso.

Incluso en el XX Congreso del Partido Comunista, la idea de la marcha hacia una nueva etapa resulta clave, tanto como el objetivo de una sociedad moderna —sabemos lo que el progreso significa para la Modernidad.

La gente escucha estos conceptos del Congreso y sabe que son vectores que guían su vida, pero cuando tratan de encarnarlos, cuando tratan de avanzar, se encuentran con que es el mismo Gobierno quien le cierra el camino.

No está a la vista un alivio masivo, aunque es muy difícil pensar que la actual situación se haga crónica. La salida parece bastante impredecible. Sin embargo al abordarla desde Occidente es necesario comprender que el malhumor que esto genera, incluso contra el Gobierno, no tiene nada que ver con la quema de barbijos en Plaza de Mayo. En lugar de una payasada, podría ser algo serio. 

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