El hijo de Sebastián Villegas tiene Síndrome de Down. Un día pasé por el shopping mall que se había construido junto a la estación de tren de San Isidro. Era un barrio de clase media alta, los comercios eran de marcas de calidad y había una calesita lujosa, nueva y reluciente, toda de blanco y oro, con altos caballos elegantes y carrozas imperiales. Miré la calesita desde un piso superior, y ahí vi al hijo de Sebastián, sonriendo, montado en uno de los caballos que subían y bajaban.
A un costado de la calesita estaba Sebastián. Solo. Con un impecable traje gris y con un piloto plegado que colgaba de un brazo. Así vestía siempre Sebastián, uno de los directores de YPF. Tipo que no hacía concesiones, de ambición íntegra, guerrero, posiblemente despiadado.
Estaba tieso, con una expresión amarga. Me pregunté si padecía que su hijo tuviera Síndrome de Down, con su racismo de hombre de derecha y con su exigencia inflexible de que todo fuera perfecto.
Bajé y fui hasta él. Me saludó sin sonreír y con una mirada directa. Yo le correspondí la parquedad.
Nos dijimos algunas palabras de ocasión y luego le pregunté si a su hijo le gustaba mucho la calesita.
— Lo traigo todos los días —me respondió, y agregó: —Es más feliz que nosotros.
Hizo un silencio y entonces dijo:
— Vive mejor. Le gustan las personas. Está enamorado de la mujer que lo cuida, está enamorado de su hermano, está enamorado de su madre, de sus abuelos, de su maestra, de los compañeros, de cada persona que ve en la calle. Se abraza con cualquiera, le habla a todo el mundo, espera que los demás sean buenos con él. Está enamorado de mí.
No quise mirar a Sebastián, tuve miedo de que uno de los dos se quebrara.

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