domingo, 2 de noviembre de 2025

La ocurrencia de Satie

La belleza puede no notarse que es belleza.
Puede sentirse de modo que uno no se de cuenta.

A veces la belleza chorrea, da alaridos, está tapada de etiquetas que dicen “BELLEZA”, está envuelta en papel de celofán y violetas.

 

Cuando se hace patente es porque ha aparecido el ego y ha tomado control de la declamación de la belleza.

 

La belleza es mejor cuando conmueve sin que se sepa que conmueve.

Uno no sabe por qué ha cambiado de humor.

 

Ricardo Piglia dijo que el cuento moderno ofrece dos historias y para esto recurre a la decisión de Hemingway no de contar nunca lo más importante. “La historia secreta se construye con lo no dicho, con el sobreentendido y la alusión”, explicaba. Esa historia gravitaba en la entrelínea.

 

Mucho antes, Erik Satie había propuesto que los músicos se instalaran a tocar ocultos junto a una vereda, en un parque o en una galería comercial. Que tocaran de un modo tan sutil que quien pasara cerca no se diera cuenta de que había música, como si la música proviniera de un lugar lejano o de un departamento anónimo, dentro del cual alguien tocaba un chelo, un arpa o una armónica. El peatón atravesaba la música sin saberlo; la música penetraba en él y alteraba sus moléculas, y unos metros más adelante su corazón se tranquilizaba o sus pensamientos oscuros se disolvían, o una emoción nueva nacía en él, desconocida, que lo hacía sentirse extraño.






No hay comentarios:

Publicar un comentario