Me calzo las alpargatas, agarro la reposera y me voy con la bicicleta al parque, a escribir sobre el pasto, a la sombra de un árbol grande y viejo, con una brisa como una bendición.
Una situación como la de quien está de vacaciones.
Voy solo, y en el parque estoy solo.
Bueno no tan solo. Hay palomas alrededor mío.
Y vengo de acompañar a una amiga a entregar a su perro
Draco al Cielo de los Perros. Y a cada rato me llega un mensaje de un amigo o
de una hija. Además, podría estar viviendo con alguien. Y muchas personas más
de las que merezco quieren mi bien y estarían en el rito de entregarme al
Cielo.
Esto no es estar solo.
Pero no sé, estoy aquí, con tantos árboles, dignos y buenos,
con el sol haciéndoles brillar las hojas, y con los gritos de las cotorras y el
cielo sin una nube, y me parece que esto es la eternidad. Y entonces pienso que
quizás se esté solo en la eternidad.
Pero nada. Sabemos que es nada más que mi complacencia en la
pena de mí mismo. Ni estoy solo ni lo que vendrá después de la muerte tiene por
qué ser una soledad eterna.
Hasta ahora podemos decir lo que se nos antoje sobre qué nos
encontraremos. Vale lo mismo la certeza amarga del que tiene la pupila clavada
en un vértice del ojo, que el dibujo que hizo una monja a quien se le
desalinearon los patitos, de la Momia de Titanes en el Ring jugando en el aire,
volando, con serafines y con largas africanas desnudas, lunas de colores y
entre ellos el zapatero de su infancia, don Ricardo.
Nadie ha vuelto de la muerte para decirnos qué hay allí, así
que nadie tiene más autoridad que otro en este asunto. Sea lo que sea que
creamos o inventamos, razonamos, intuyamos, vale. Todo vale igual. Y es por eso
que sé que el señor Draco, ya mismo, no ha pasado una hora, pero ya mismo, ha
encarnado en otra criatura. E incluso tengo una prueba para fundar esta
afirmación, una prueba que es irrefutable. El señor Draco era un perro, es
decir, un animal, poco inteligente, y sin embargo, no he visto en mis siete
décadas, una persona más sabía. El aplomo que ha mostrado el señor Draco todos
estos años ante situaciones que sacarían de sus cabales al más centrado, no lo
he visto en ninguna persona. Aceptó el sufrimiento no sin susto, no sin miedo,
pero sin escándalo ni tilinguerías. Sin tener pena de sí mismo. Parecía
domesticado por la muerte por venir, pero en realidad lo suyo era una maciza
integridad. Con la muerte adentro, el señor Draco vivió la vida con toda la
intensidad que era posible.
Esa dignidad no se alcanza en una sola encarnación. Ni en
dos ni en tres. Yo estoy lloriqueando, inventándome una soledad, cuando debería
estar aprendiendo del señor Draco.
Debería aprender la lección de mirar a los ojos al
destino que me ha tocado.
* * *
Extrañamente, desde hace varios días estuve escuchando en
mi cabeza una canción, que hoy cobra sentido.
La canción es Todos hablan, Everybody’s talking, y les recuerdo la letra.
Todos me hablan, pero
no escucho ni una palabra.
Solo los ecos de mi mente.
La gente deja de mirarme fijamente.
No puedo ver sus rostros,
solo las sombras de sus ojos.
Voy donde el sol sigue brillando,
incluso bajo la lluvia torrencial.
Voy donde el clima se hace a mi ropa.
Me alejo del viento del noreste,
navego con la brisa de verano,
reboto sobre el océano como una piedra.
No dejaré que me abandones, mi amor.
No dejaré que te vayas.
https://open.spotify.com/intl-es/track/1jcPcDu2YawPfLhwjYnqK2?si=6987edd49b4c4da3
* * *
Finalmente, les dejo algo que escribí sobre el señor
Draco hace algunos años.
https://bitcoraenba.blogspot.com/2023/02/el-senor-draco.html

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