Me pongo mordaz con una mujer que vive sola, que hace rato nunca tendrá hijos, que no les habla a las plantas porque es una idiotez, que es totalmente lúcida, sensata, racional, centrada, una científica muy destacada en su momento; me burlo de ella en mi interior cuando me cuenta que a la mañana vive un momento de “un infierno cadavérico, un infierno muerto” porque no hay nadie en su cama, ni en su casa. Ni ninguna persona que necesita que ella la llame, ni necesita llamarla.
Le digo que tiene a su gato.
Ni me mira.
Sólo hace silencio. Sabe que sé lo que piensa: no hay consuelo para esto.
Entonces le digo que es una pavada, sólo un momento.
“Después no te alcanza el día, como no te alcanzan los años por venir para hacer todo lo que querés hacer”.
Sonríe, me dice que es cierto.
Quizás alguna mañana me despierte antes de lo que suelo despertarme —ella se levanta muy temprano— y la llame.
Es tan hermosa.

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