— ¿Qué me miras?
— Es nada más que otra puesta de sol.
— Nunca se tiene suficiente de puestas de sol. Es irremediable la necesidad de capturarla.
(En mi vida hubo 21.397 puestas de sol)
Ligeras anotaciones que hace Gustavo Ng de asuntos que piensa o encuentra escritos en libros mientras va en colectivo y luego comenta con tal o cual persona.
— ¿Qué me miras?
— Es nada más que otra puesta de sol.
— Nunca se tiene suficiente de puestas de sol. Es irremediable la necesidad de capturarla.
(En mi vida hubo 21.397 puestas de sol)
Dios es una inteligencia artificial creada en la época en que éramos homínidos (Lucy, denisovanos, neandertales), que ve poco pero supone todo. El mundo es lo que creemos que Dios (incluida la ciencia) sabe, pero en realidad sólo elucubra, infiere, intuye.
.
Este último tiempo, en que el espíritu de mi madre muerta hace nueve años se desvanece como desaparece imperceptiblemente un aroma, se me presentó el libro “ Cuerpos y almas”, de Maxence Van Der Meersch y recordé que a ella la entusiasmaba mucho.
Tengamos fe en estas Fiestas de Fin de Año.
No nos queda otra que tener fe.
Tengamos fe en ese Espíritu que una y otra vez ha surgido
en nuestra historia, buscando el Bien en medio de la crueldad.
Estamos hipnotizados con el ídolo Milei, como pasó con
Hitler.
Siempre el loco fascina.
Encandilados, no vemos cuáles son los poderes que lo
hacen gobernar.
Nos pasó con la dictadura, sólo veíamos a Videla y los
militares, y tardamos más de 20 años en comprender que había sido una dictadura
“cívico militar”.
La mano que maneja a Milei es la misma.
Sabe hacer.
Sabe hacernos creer que lo que está pasando es justo, que
es normal, que es para el bien de la Argentina.
Nos hicieron creer que para salvar a la Patria era
necesario asesinar a miles, matar a miles de argentinos, torturar, desaparecer,
traficar bebés de personas secuestradas, la perversión de hacer creer a esos
bebés que eran otras personas.
Igual que los nazis hicieron creer que el infierno de
Auschwitz era necesario, igual que Israel pretende naturalizar que sea justo
destrozar a los palestinos, viejos, niños, madres.
Esta gente sabe hacer.
La mano que mueve a Milei es la que organizó a todo el
establishment, a todas las fuerzas militares y de seguridad para aterrorizar y
hacer que el terror estuviera bien.
Fueron formados por norteamericanos, franceses especialistas
en quebrantar a la gente.
Convencieron a miles de que había que matar. Miles que no
habían nacido todos demonios.
Supieron reclutar a cientos de tipos que arrancaban uñas
con tenazas y le metían la picana a una mujer para torturar al bebé que tenía
en la panza.
Estaban llenos de odio contra la negrada, contra los
pobres, pero no actuaron en un arranque de odio.
Supieron administrar la sociedad haciéndole creer que
hacían lo mejor para la Patria.
Y eso es lo que están haciendo hoy.
Están naturalizando la miseria.
Los que queremos que nuestros hijos estén bien, no
tenemos más que la fe.
Aquella dictadura fue superada, pero siguió pariendo
monstruos.
Y aquí están.
Tenemos que tener fe en que podremos mantenerlos a raya.
En esta Navidad tenemos a alguien que sigue gritando:
“Por más que nos pongan mil milicos adelante
ESTAMOS.
Por más que no les guste
ESTAMOS
Por más que nos quieran tapar
ESTAMOS
Y si nos matan
SEGUIREMOS ESTANDO”
Esa fe debe hacernos actuar.
Cada uno haciendo lo que pueda.
Aunque sea pensar.
Aunque sea no mirar para otro lado.
El calendario marca que la semana que viene es Navidad.
De los buenos amigos y por RR.PP. recibo mensajes de Felices Fiestas.
Decimos LAS Fiestas, ya no “Navidad y Año Nuevo”, y ya
quedó atrás “las Fiestas de Fin de Año”.
Entre todas las del calendario, estas son LAS fiestas.
Son las fiestas de alegría de la familia, de celebrar la vida con un bebé dios, un dios que nace.
Son las fiestas de festejar comiendo juntos, bailando, haciéndonos regalos, llenándonos de colores, de luces, de barullo.
Son las fiestas de viajar hasta la casa de los parientes que viven en otro
lugar y reunirnos y reírnos hasta cualquier hora.
Son las fiestas porque tenemos hermanos, tenemos hijos, esposo, esposa, nietos, padres, amigos, y entre tantas cosas, también los queremos, nos queremos entre nosotros.
Son las fiestas de la ilusión de que algo puede pasar, dios hecho bebé, un cometa, unos reyes magos, hasta un gordo que era de la Coca Cola pero ahora es el tío José Luis disfrazado, medio en pedo y medio desmayado del calor.
Son las fiestas en la que los pibes van a ser felices y les quedará festejo en el corazón para toda la vida; con los regalos, la joda, y porque es el día en que los adultos hacen quilombo igual que ellos.
Son las fiestas de sentir las ganas de que los chicos sean felices, y también la viejita, y los amigos y los compañeros, y también los primos, los tíos, y el amor.
Son los días del año en que podemos dejar salir los buenos sentimientos y podemos abrazar.
Pero entonces no.
Entonces la semana que viene NO ES NAVIDAD.
La peor gente de mierda se está llevando todo lo que tenemos.
Se está llevando el futuro de los chicos.
Han puesto un payaso psicótico de presidente y han decidido aplastarnos.
Consiguieron deprimirnos en lo que deberían ser las fiestas.
No tienen un gramo de decencia, no tienen un gramo remoto de gente, no tienen clemencia.
En este momento estamos en manos de inhumanos.
No es Navidad.
Laura Caullo, economista del Instituto de Estudios Económicos sobre la Realidad Argentina y Latinoamericana (IERAL) de la Fundación Mediterránea, viene demostrando que “las familias más ricas cobran en promedio 23 veces más que una familia que se ubica entre el 10% más pobre de la población”.
Según el Instituto Nacional de Estadísticas y Censo (INDEC), el coeficiente de Gini, que calcula la desigualdad en la distribución de la riqueza, fue de 0,467 en el primer trimestre de 2024, mientras que en el mismo período de 2023 el valor fue de 0,446.
La desigualdad se está acelerando en Argentina.
Un pequeño porcentaje, una cantidad muy pequeña de empresas, familias, personas, concentran la riqueza de Argentina y sostienen a Milei en la presidencia.
¿Quiénes son esos dueños?
Los periodistas que queremos una sociedad mejor tenemos la misión de revelar sus nombres, de que se haga sentido común quiénes son esos parásitos gigantes.
Pero los periodistas tenemos que trabajar muchísimas horas para ganar lo
suficiente para poder pagar el alquiler, la obra social, el seguro del auto, y
no tenemos tiempo para investigar.
Sólo atinamos a personalizar todo en Milei.
Estamos fascinados hipnotizados obsesionados enamorados de odiar a Milei, no
nos damos cuenta o no queremos que sea sólo un botones alcahuete cadete paje, y
no investigamos quiénes son sus patrones.
Espero que nuestra falta de investigación para revelar quiénes son no sea para no quedar mal con ellos.
Pasaron muchos años desde que Peter Handke escribió los textos para la película Las alas del deseo.
La película se estrenó hace 37 años; vaya a saber cuándo
Handke escribió el monólogo de Homero.
Handke le llamó Homero para plantar sus palabras en el
tiempo de la humanidad, esa especie de eternidad en la que viven los ángeles de
la película.
Sin embargo, en el monólogo aparece el devenir —“mis
héroes ya no son los guerreros y los reyes”, “¿Dónde están los míos, los simples,
los primigenios?”
Si abrimos la puerta al transcurrir histórico, aquel
discurso, ¿no ha perdido vigencia? ¿Escribiría lo mismo Handke hoy, cuando el
que ya no escuchaba para leer solo, tampoco lee solo, sino que ve pasar el
vacío chillón en la pantalla de su celular?
El Homero de Las alas del deseo habla de la guerra en
tiempo pasado. ¿Diría lo mismo hoy, cuando el horror por una guerra nuclear ha
quedado atrás, Israel asesina niños palestinos como un matarife y los que
tratan de escapar se mueven por los mapas en hordas de millones de
desgraciados?
Pero de algún modo la película es premonitoria de este
presente. Homero es un viejo hecho de sus últimos huesos y su cuero final. Pese
a su fe en el relato y a la relación viva que tiene con su musa, en cualquier
momento se muere. Deambula como un alma en pena. No dialoga, sólo monologa.
Está solo, en un sillón abandonado en un baldío donde sólo quedan restos
olvidados de escombros, un terreno que hace pensar en Dresden bombardeada, en el
que a lo lejos se ve una autopista por donde corren veloces los autos, anónimos.
Más tarde Homero aparece en una biblioteca, moderna,
luminosa, limpia, poblada de jóvenes. Pero nadie le pregunta nada. Es un
fantasma.
No sabemos dónde ha quedado su mundo. Él perdió el
camino, está perdido en esta realidad de zombies. La materia de sus relatos,
sus aventuras, su gente, su palabra se ha perdido. Su voz ha enmudecido.
Monólogo de Homero
Se acabó el remontarse muy atrás de antaño. El ir y
venir a través de los siglos…
Ya sólo puedo pensar de un día para el otro. Mis
héroes ya no son los guerreros y los reyes, sino las cosas de la paz, todas
iguales entre sí: las cebollas que se secan tan valiosas como el tronco del
árbol que atraviesa el pantano. Pero nadie ha logrado aún, cantar una epopeya
de la paz. ¿Qué le ocurre a la paz que no puede seguir fascinando por mucho tiempo,
que se deja apenas narrar por alguien?
¿Debo renunciar ahora? Si renuncio, entonces la
humanidad perderá su narrador. Y si alguna vez la humanidad pierde su narrador,
al mismo tiempo habrá perdido su infancia. ¿Dónde están los míos, los simples,
los primigenios?
Nómbrame, musa, al pobre cantor inmortal quien,
abandonado por sus mortales oyentes, ha perdido su voz. El que del ángel del
relato, se convirtió en el ignorado o burlado organillero, fuera, en el
umbral de la tierra de nadie.
Sólo las vías romanas conducen aún a lo lejos, sólo
las huellas más antiguas conducen aún más lejos. ¿Dónde está el puerto de
montaña? También la planicie, también Berlín tiene sus recónditos puertos, y
ahí es dónde empieza mi tierra, la tierra de la narración. ¿Por qué no todos
ven de niño los puertos, los portones, los intersticios, abajo en la tierra y
arriba en el cielo? Si cada uno los viera habría una historia sin sacudidas
mortales y sin guerra
Cuéntanos musa del narrador, del infante, del anciano
apartado a los lindes del mundo y haz que en él se reconozca cada hombre. Con
el tiempo los que me escuchaban se han convertido en mis lectores. Ya no se
sientan en círculo sino solos, y cada uno no sabe nada del otro. Soy un viejo,
con la voz quebrada, pero el relato sigue elevándose desde las profundidades. Y
la boca entreabierta lo repite, tan poderoso como apacible. Una liturgia para
la que nadie necesita estar iniciado en el sentido de las palabras y de las
frases.
Un 19 de diciembre murió mi madre.
Se llevó más de la mitad de mí.
Como si un torpedo me hubiera arrancado parte de la cabeza, los brazos, un pulmón, casi todos los intestinos.
No soy el mismo desde que murió porque no soy entero.
Me falta la que me decía quién soy.
Nueve años después me sigue faltando.
En esto soy como el tango que llora por “la viejita”, o el siciliano que se quiere pegar un tiro cuando se entera de que la mamma e morta.
Lo que se fue de mí con su muerte no se regenera ahora que ya casi no siento su presencia.
Mi madre va muriendo.
La madre es criando.
La madre es cuidando.
La madre también es culpándote, vampirizándote, usándote, sujetándote.
La madre es queriéndote.
La madre es diciéndote quién sos.
La madre es deseando tu bien.
La madre, en fin, es una acción.
Un verbo entre ella y sus hijos, entre ella y su marido y sus hijos, entre ella y su madre, ella sus amigas.
Cuando muere la acción madre, la madre es el recuerdo que los demás tienen de ella.
La madre sigue viva presente en otros.
Esto lo dijo Pedro Saborido. Alejandro Dolina dijo que
quienes son felices al precio de que los otros sufran, son miserables. Es parte
de la misma dosis de fascismo en sangre.
También dice Saborido que no es sorprendente que esa dosis
haya influido en que se votara a Macri después de 12 años de darle tablets a
los negros chicos y cunitas a los negros bebés, después de 12 años en que “se
creyeron que podían tener celular e irse de vacaciones”.
Es el consentimiento a los sectores dominantes. Un consentimiento que llega al entusiasmo o al fanatismo.
Se parece al apoyo que la mayor parte de los latinoamericanos en Estados Unidos le dieron a Trump, que prometió afligirlos. Para votarlo de todos modos, cada uno pensaba que Trump será inclemente con los otros latinoamericanos, mientras “conmigo no”.
Así piensa el fascista pobre —“que le metan balas a esos villeros
ladrones”, dice de sus vecinos.
1.
Si El arte de la guerra va a ser puesto en diálogo de civilizaciones, China debe estar dispuesta a que termine siendo otro libro.
El arte de la guerra como clásico chino tiene un acabado en su cultura, el de ser concebido como sagrado, por su sabiduría, su calidad, su antigüedad, su condición de obra patriarcal y fundamental.
Esto pareciera no dar lugar a lo que sucede con todos los libros, que sólo existen cuando son leídos.
El arte de la guerra se hace global cuando otros países lo apropian inclusive
bastardeándolo como autoayuda.
Este proceso involucra su traducción, adopción, adaptación y generación de nuevos aspectos a partir de su asimilación.
2.
El Polo anglosajón ha conseguido imponer una concepción una manera de vivir a la fuerza y con la Biblia, a la fuerza y con el idioma inglés, a la fuerza y asesinando otras cosmovisiones, otros cuerpos, otros deseos, otros dioses, otras medicinas, otros paraísos.
Por lo tanto, si el movimiento polimórfico que se agita trata de sacarse de encima al imperio anglosajón, deberá batallar contra esa ideología.
¿Qué posibilidades hay de que las colonias, más o menos formatizadas por los imperios europeos, puedan desenvolver ideologías diferentes?
Colonias, excolonias, semicolonias forman una gama que va desde sociedades creadas por los europeos, como la sociedad argentina, hasta sociedades que por algún motivo han sabido o podido trabajar elementos ideológicos fuera del dominio imperial —desde culturas amazónicas, mesoamericanas, chinas, africanas, filipìnas y otras.
Por ahora, sólo nos entendemos en inglés.
La sola atención de este tema impone la pregunta de cuáles “civilizaciones” pisoteadas, escondidas, disimuladas, resurgen ahora en el polimórfico movimiento surgente —a la vista están la civilización China, la mesopotámica, la árabe.
¿Pueden surgir americanas —mayas aztecas, incas— o africanas?
Los anglosajones no dominan sólo con bases militares. Las
articulan con los celulares (en otra época era el televisor en cada casa y las
películas en el cine).
Si hay una disputa del poder, está el juego la dimensión ideológica con la que los anglosajones consiguieron el consentimiento de los oprimidos.
Ahora bien, el líder de los oprimidos es China, que está goleando en la superestructura económica pero en el plano ideológico está igual que en el fútbol —pierde con Vietnam, el peor.
¿Dice algo de esto Al arte de la guerra?
Concebir a la guerra como la guerra del sentido como un plantea una relectura de El arte de la guerra.
Podría plantear estos ejes:
1. Conocer al enemigo, es decir la capacidad de Estados Unidos
de generar consentimiento.
2. No mostrar objetivos ni planes para el desarrollo ideológico.
3. No confrontar.
4. Prepararse para dar un ataque sorpresa.
5. Adaptarse e innovar en la batalla ideológica.
6. No malgastar energía en escaramuzas.
7. Tener información sobre todos los factores involucrados
en la guerra ideológica, no sólo cuáles son las fuerzas propias y las del
enemigo.
8. Coordinar con los aliados.
9. Trabajar en la convicción.
10. Sólo ir a la batalla ideológica cuando no quede otro
remedio.
Hablar del crecimiento de china, no milagroso, sino trabajado y conseguido por el pueblo a través de su Partido Comunista, te pone en el lado prochino*.
Esto es porque se ha construido ese binarismo de “take sides”, “¿de qué lado estás?”, un matrimonio se divorcia, y tenés que elegir, “estás con uno o estás con el otro”, con una rigidez de eficacia formidable.
Esto lo ha conseguido Estados Unidos, basado en el pensamiento de los griegos patriarcas, encendido con su fanatismo y con su implacable
máquina ideológica (ante la cual, China es tan indefensa como un pichón en un nido cuando llega a devorarlo una serpiente)..
Ese pensamiento binario es usado para el planteo: O es democracia o es dictadura.
No hay nada en el medio.
Un joven europeo multicausas sociales una vez me reveló el sentido más claro de la dicotomía: “Tailandia es un país capitalista, no es una dictadura”, me explicó.
Si no se desarma esta máquina, no podemos analizar China, ni el lugar de China en el mundo, ni nuestra relación con China.
Como toda ideología, es necesario para que caiga, que la expongamos, la desnaturalicemos y hagamos visible, y seamos conscientes de hasta qué punto que maneja nuestra percepción de la realidad.
Hay quien explicó que el sinograma 礼, li, deriva
de 禮, que asociaría altar, 礻示,
shì, con 豊, que significa tambor, pero en este
símbolo aportaría el sonido. Luego 乚, yǐ, podría
agregar el significado de sangre.
礼 es la segunda de las virtudes confucianas, y remite a rito, ritual, ritualización, aptitud para el rito, actitud ritual.
La virtud de observar las formas, de saber comportarse, de respetar las buenas costumbres, de saber qué decir en cada ocasión, de ser bien educado.
El 礼 es el cauce y lo que permite que las cosas fluyan.
Camilo Sánchez a quien le va a natural la ropa que se usa en San Marcos Sierra, se pone saco y corbata para leer a un poeta venerable.
El rito integra una receta de conducta, un tiempo marcado por etapas y objetos litúrgicos.
La observancia más estricta y la mayor exactitud, calidad y fidelidad de los objetos litúrgicos, las conductas y los tiempos pautados, ofrecen la mejor fluidez de aquello que debe fluir.
La conducta, los tiempos y la liturgia están completamente objetivados. No hay lugar para la ocurrencia, el invento o la creatividad. Todo está estipulado de una manera rigurosa. Sólo debe cumplirse lo que está establecido. El rito no puede apoyarse en absoluto en la iniciativa individual.
Así, quienes participan, activa o pasivamente en un rito, han de suprimir su subjetividad.
No sólo suprimir: es necesario, inclusive, que se sientan
oprimidos, incómodos, afligidos por el rito. La ropa incómoda, los actos
incomprensibles, las palabras ininteligibles, los tiempos de una duración
irracional, los enseres absurdos, deben ser no sólo aceptados, sino que debe
hacérselos propios. De ahí que muchos ritos prescriban destrucción de bienes,
asesinato de animales, sufrimiento corporal o también la muerte de humanos.
Todo es justificable para que fluya la fuerza que da vida
a la realidad.
¿Tenemos espacios de intersección diferentes en el chat y cuando nos reunimos en persona?
Los espacios de intersección entre las personas son los temas en común.
Cuanto más tiempo tienen las relaciones, más cosas han pasado, más han hablado y menos sean las personas, más amplia puede ser la intersección.
Ejemplos de intersección mínima son es hablar del clima.
Un poco más amplia es la de hablar de noticias de las que todos hablan.
Un poco más amplia aún es hablar de política.
Una familia o un grupo de amigos puede optar por grandes intersecciones en la charla uno a uno, pero pequeñas intersecciones cuando están todos juntos, hablando de temas folclóricos, “qué loco era el pelado”, “las Navidades en casa de la tía Luisa eran las mejores” o los veranos en aguas verdes.
Hay juegos de intersección. En la película Notting Hill un grupo de amigos cena. Al final queda un solo bombón en un plato, y alguien dice que para elegir quién se lo comerá tiene que haber un concurso de dar lástima. El que cuenta algo más lastimoso se lo lleva.
Alguien dijo que todas las personas se merecen una vez en la vida dar una vuelta alrededor de su jaula.
Estos días iré a visitar a mi padre a Nueva York. Su casa será mi jaula.
La jaula podría estar en un lugar que no tenga nada que me interese, pero no sé cuántos lugares tienen más cosas apasionantes que Nueva York.
Cuando volví allí después de muchos años, anduve desaforado por muchos lugares que eran maravillosos, pero todos eran obligatorios, desde el Central Park hasta un templo donde se cantaba gospel, el museo Guggenheim, el MET, el memorial de las Torres Gemelas. Adonde todo el mundo va.
Eso ya se me terminó.
Además, hubiera preferido hacer otra cosa: no aquello que me era impuesto desde afuera de mí, sino hacer lo que yo quería.
¿Y que quería yo —y que quiero ahora que vuelvo?
No lo sé.
Es como tener frente a mí un espejo y no verme.
O como si Dios me llevara a un lugar y me dijera: “este es el Paraíso, y su condición de Paraíso es que lo que desees, se te dará”.
En ese momento mi deseo se pone en blanco.
Si me dan un empujón desde atrás para impulsarme a hacer lo que quiero, me aparecen las excusas. Me aferro a que no puedo hacer nada porque soy sordo, porque todo es carísimo, porque hacerlo solo no tiene gracia, porque oscurece a las cinco de la tarde, porque hace mucho frío.
Podría ser que la escena de la jaula en Nueva York sea una alegoría, didáctica, emblemática, de mi vida.
Tal vez también lo sea de otras personas.
Antes la gente le ponía al hijo de nombre Rubén Darío, así nomás, como si Rubén Darío hubiese sido un cantante de la música tropical, o un corredor de autos exitoso. Y no era uno, eran muchos Rubenes Daríos. En mi división había tres. Con uno, con el Gordo Rubén Darío, quedamos amigos. Un día me vino con la queja de que yo había salido con la Flaca Silvia.
— ¿Pero cuál es el problema, Gordo? ¿Te gusta, la Flaca?
Nunca me dijiste nada, boludo.
— Lo que pasa es que sale con todos mis amigos, y conmigo
no.
— ¿En serio?
— Y, como vos. Ahora anda con Rubén Darío.
— Sí, Rubén Darío Cejas. ¿Y vos le tiraste onda, le dijiste?
— Lo que pasa es que somos amigos.
— Los amigos también a veces se pueden poner de novios.
— No, no. No queremos perder nuestra amistad.
— Y bueno, entonces no te quejés.
— Pero ¿con todos mis amigos tiene que salir?
— No sé, no la volví a ver mucho.
— Es así. Amigo mío que conoce, se pone de novia.
— Sos como su proveedor de novios.
— Me da bronca.
— ¿Por qué?
— Nunca nada conmigo, nada, ni una teta, ni un piquito.
— Una amiga es un amigo con tetas, Gordo.
— ¿Y no me dijiste que a veces los amigos se pueden poner
de novios?
— Sí, cierto. Y, tirale onda.
— No, no, me va a sacar cagando. La puta madre.
— Mirá si está esperando.
— No, no queremos ser amigos siempre.
Quizás la chica me miró un instante sostenidamente.
Tal vez lo imaginé.
Pero la diferencia entre mi imaginación y la brevedad de un gesto es infinitamente sutil. Y no quiero quebrar mi ilusión, como no se quiere tocar con los dedos el ala de una mariposa para no quedarse con las escamas mágicas, de esa delicadeza de otro mundo, en la yema de los dedos.
Preferiría atesorar la duda, preservar el instante perfecto y puro como la Luna entera puede verse dentro de una gota de rocío.
Preferiría.
Pero me conozco.
No me aguanto.
Si ahí está el agua y yo estoy al borde, no resisto el impulso de arrojarme. Antes de pensar, antes de escucharme, ya me he arrojado y ya estoy sumergido.
Pienso que ella es tan joven y que la vi en actitudes muy vulgares, y que su gente es tan bestial, y entonces no sé.
En otra parte de mí alguien ya está pensando en lugares de la ciudad adonde invitarla para que nos encontremos. Un bar hecho con muchos años, el puente de hierro de una estación de tren, un museo vacío, el patio de una librería, un club de ajedrez, la terraza de un hospital, una iglesia perdida, un pequeño parque junto al río.
Si la que aceptara es aquella chica que me resultó tan desagradable, me preguntará por qué la llevé allí, qué hay allí.
Me estaría preguntando qué valor turístico tiene el lugar.
Y entonces no me interesaría decirle que el lugar tiene lo necesario para que creemos un momento.
Que el lugar no es lo que fue, ni lo que es, ni lo que se le atribuye, sino que el lugar será, si sucede entre ella y yo algo que no olvidaremos, que quedará vivo nosotros y nos dará de vivir. El lugar nos parecerá algo más que hermoso: lo guardaremos como un sentimiento. Un lugar como un sentimiento un día, único, para siempre.
Mi padre fue un pastor presbiteriano, como lo fue también mi abuelo.
Mi madre fue una enfermera y tal vez la persona más inteligente que conocí.
La hija de mi abuelo chino, mi tía, me dijo que lo mejor que tengo es lo que heredé.
Me dijo que lo que yo inventé, lo que hice de mí, lo que hago de original, no vale nada. Sólo tiene valor lo que se recibe de los padres.
Hago películas, mi alma entera está en mis películas. Mi tía no intentó lastimarme, pero tampoco le preocupó si lo hacía.
Comprendo lo que dijo si pienso en su vida. Desde niña hasta que murió mi abuelo, ella fue la sirviente de ese padre déspota. Para entonces, ya no le quedaba otra fibra que la amargura.
No sé cuál es la vida de esta chica que me clavó la mirada y la sostuvo un instante largo. Era soberbia y ordinaria hace algunos años, pero esa mirada me mostró otra persona.
Con Tatiana lo hacemos livianito.
Un beso como un chocolate.
Una mirada como la sonrisa de un bebé.
Una caricia como dejar que el mar te moje los pies desnudos.
Un amor como acostarse en el piso a la noche y mirar el
cielo que arde de estrellas, cada tanto una estrella fugaz y sentir el fresco y
los aromas que sólo se liberan cuando el sol parece que nunca haya existido.
No hay más consecuencias que el momento feliz.
No tenemos que ser novios, ni saber de la vida del otro, ni
tenemos que vernos otra vez.
Tampoco está prohibido vernos otra vez.
Delicia de película, “Marcello mio”.
Suyo Marcello, suya la película, de la hija de Mastroianni.
No es una ficción, no es un documental, no es una biopic, no es nada que haya existido.
Absolutamente inclasificable.
Incluso las relaciones entre las personas en la película son inclasificables.
Desde que una persona es ella misma, pero está hecha de otras, ¿cuánto tiene de sí y cuánto tiene de otros?
¿Se puede decir que la identidad (la clasificación) de Chiara es puramente Chiara, si tiene los rasgos de su padre —y su madre, en la película, le reprocha “tenés los gestos de tu padre, sí, pero también te me parecés”?
¿Cuánto es Chiara y cuánto es Marcello, y cuánto es Catherine?
Es necesario refugiarse en la clasificación, en la etiqueta, el nombre, qué soy.
Santi tenía a su papá y de repente me empezó a tener a mí, con quien su mamá tuvo otra hija. Muy chico ya filósofo, Santi me dijo “no sos mi papá, pero tampoco sos mi no papá. Sos mi Gus”.
Es una manera de vivir.
Vivir en crudo.
Nos resignamos a que nos pongan un rótulo —alumno, hipersensible, varón, periodista, chino, clase 62, soberbio, extranjero, vital.
Aceptamos que nos encierren en una categoría dentro de un cuadro —hermanos, amigos, socios, amantes, colegas, jefe-subordinado, cónyuges.
Pero no deberíamos dejar de sentir con la mano la arcilla fría y mojada que amasamos, que aún no tiene nombre, no tiene gobierno, no tiene vergüenza, no tiene juicio.
Hablame, pero no me hables.
Me mirarás a los ojos cuando me hablás, pero no mirarás qué me pasa, qué te responde, qué pienso de lo que decís, qué siento.
A lo mejor me mirarás, pero no me ves.
Por zoom las personas no pueden mirarse a los ojos una a la otra.
Si les miras los ojos a alguien, esa persona ve que estás mirando a otro lugar, y si quieres decirle algo a los ojos, miras al vidrio circular de la cámara y no ves qué le pasa a la persona a la que le hablás.
Y a todo el mundo le parece perfectamente normal.
Todo el tiempo la gente se habla sin ver qué hay dentro del otro.
El diálogo requiere conocer qué es lo que le causa al otro lo que yo digo. Lo que digo responde a la reacción del otro. De otro modo es soliloquio.
No se crea algo entre dos.
Cada uno baila solo, coge solo, piensa solo, habla solo.
La mujer iba por el pasillo del avión bufando, como si le molestara todo. Era petisa y casi esférica, y llevaba demasiados bártulos. Vestía sólo colores estridentes de papagayo, una Banda a verde que le aplastaba los cabellos teñidos de amarillo y lila, de aspecto grasoso e Indomable, y en los labios apretaba un cigarrillo.
Avanzaba trabajosamente, golpeándose contra los pasajeros, los asientos y las azafatas, como si rodara a los tumbos por el interior de un caño. Sin embargo, parte de su problematización era que la angustiaba molestar. No disfrutaba molestando, ni le daba lo mismo. Sentí que le habían civilizado; que era naturalmente turbulenta, lo que en inglés se dice trouble-maker, y que a fuerza de conflictos fue de algún modo aceptando que no debía perturbar tanto con su agitación y tropelía a todos cuántos tenía alrededor. De alguna manera había llegado a transigir con el mundo, de modo precario, pero voluntarioso de su parte, en causar una molestia mínima, estética, a cambio de no alterarlo todo.
Quizás el mundo en su conjunto aceptaba este acuerdo. Pero era de esperar que apareciera alguien intransigente y rompiera el trato.
Una azafata europea se detuvo ante la señora sentada, que respiraba trabajosamente y bufaba mientras devoraba entero algo parecido a un pan dulce, y le preguntó si eso que tenían los dedos era un cigarrillo.
La señora asintió con la cabeza.
— No puede encenderlo.
— ¡Claro! —exclamó la señora, expulsando algunas migas que salieron disparadas como pequeñas balas.
— Pero no puede llevar el cigarrillo.
— No voy a encenderlo.
— De todos modos. No está permitido.
— ¿Por qué? —preguntó la señora y vi cómo se esforzaba por mantener tras las rejas a su bestia, y preví que si no lograba reprimirla, lo que sucedería no sería agradable.
— Son las reglas —insistió la azafata.
— ¿No hay nadie más en todo este avión que tenga cigarrillos?
— Sí, pero no se puede tener un cigarrillo en la mano.
La señora se había puesto roja del color de una mora y sus ojos se le iban saliendo desde el interior de sus cuencos, como dos huevos duros a punto de ser expulsados.
— ¿¿Hay una regla que dice eso?? ¿¿Por qué no se puede llevar apagado??.
— Porque molesta a los demás pasajeros.
Todo estaba al borde. La señora vivía al borde, la azafata había llevado las cosas al borde.
Al fin la señora guardó el cigarrillo y la azafata se fue, con un aire triunfal sutilmente expresado en su eficiencia.
Unos minutos más tarde, la señora tenía nuevamente el cigarrillo entre sus labios.
Cantar bien es soltar cómo se sueltan las almas que guardamos secuestradas,
para expresar algo tan fuerte
y que tanto necesitamos expresar.
Liberamos esas almas,
esas almas que eran nuestra vida,
y las soltamos con entusiasmo y alegría.
En el primer año de la facultad le dije a una amiga que nació en Argentina pero se crió en Suecia porque la dictadura, que yo quería vivir en Suecia porque los entiendo y me identifico con algo de ellos como no me sucede con ninguna otra gente.
Mi amiga se burló de mí.
— ¿Y qué sabés de Suecia, las películas de Bergman? —me dijo,
y yo:
— Sí.
— ¿Qué más?
— Nada más.
— ¡Ja! Qué tarado.
Hoy le hubiera dicho que no debía subestimar mi perceptividad,
pero en ese momento no podía articular ese pensamiento. Sin embargo, me quedé
con que yo tenía razón porque no creo que se puede conocer mejor a una gente
que a través de lo que hace un tipo como Bergman.
Aún pienso lo mismo.
Y aún estoy enamorado de esa chica.
Ojalá lea esto (aunque no creo que me recuerde, ni que
esté en facebook, ni que recuerde aquella conversación, e incluso no estoy
seguro de que aquella conversación realmente haya sucedido).
Pero quise vivir en Suecia.
Quiero.
No quiero ser eterno, pero quiero que mi alma sea eterna y
que reencarne por lo menos hasta vivir las vidas que me habrán faltado vivir
cuando muera como Gustavo, y que una vez reencarnada, recuerde todo lo que
deseo en esta vida, mejor de lo que recuerdo ahora, que me olvido
tantas cosas.