Este es mi recuerdo de Nancy.
Nancy era tan buena que asustaba.
Daba todo lo que tenía, te cubría con su amor, te quería más de lo que vos podías quererla, más de lo que merecías; te quedabas siempre asombrado de cuánto quería, porque era inconcebible que una persona quisiera tanto.
Tenías razón en asustarte.
Más aún porque si la lastimabas —porque además era hipersensible y la mínima cosa la lastimaba—; si la lastimabas cometías un pecado.
Un pecado, una puñalada a la inocencia y a Dios.
Era un pecado porque no se le puede hacer mal a alguien que te da todo de corazón, sin esperar nada, porque necesita darlo, porque llora de felicidad cuando te ve feliz.
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