Del filósofo marginal Macedonio Fernández siempre se cuenta que dijo.
Sus textos están, y se citan y se han estudiado, pero pareciera que lo que decía y era registrado por quienes lo escuchaban, tenía una frescura y una chispa singular.
Alguien cuenta que Macedonio dijo que había que escribir poemas de forma oculta, en avisos publicitarios, edictos judiciales, noticias sociales y textos así. Que los poemas enajenaban la poesía.
El que cuenta confiesa que ese pensamiento —que Macedonio expresó terminándose de arreglar la ropa mientras salía del baño, y que quizás olvidó inmediatamente— a él le arruinó para siempre los poemas.
Desde entonces, tuvo una distancia insalvable con los poemas. Cada poema que encontraba o que alguien le entregaba, le parecía una cosa extraña, como si algo que pertenecía al orden de la mayor intimidad, ahora fuera expuesto a la vista de todos, disfrazado, consagrado, momificado.
Así es como los filósofos les arruinan las cosas a las personas inocentes.
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