sábado, 27 de agosto de 2011

La poesía es un arma cargada de futuro

Cuando ya nada se espera personalmente exaltante,
mas se palpita y se sigue más acá de la conciencia,
fieramente existiendo, ciegamente afirmado,
como un pulso que golpea las tinieblas,

cuando se miran de frente
los vertiginosos ojos claros de la muerte,
se dicen las verdades:
las bárbaras, terribles, amorosas crueldades.

Se dicen los poemas
que ensanchan los pulmones de cuantos, asfixiados,
piden ser, piden ritmo,
piden ley para aquello que sienten excesivo.

Con la velocidad del instinto,
con el rayo del prodigio,
como mágica evidencia, lo real se nos convierte
en lo idéntico a sí mismo.

Poesía para el pobre, poesía necesaria
como el pan de cada día,
como el aire que exigimos trece veces por minuto,
para ser y en tanto somos dar un sí que glorifica.

Porque vivimos a golpes, porque apenas si nos dejan
decir que somos quien somos,
nuestros cantares no pueden ser sin pecado un adorno.
Estamos tocando el fondo.

Maldigo la poesía concebida como un lujo
cultural por los neutrales
que, lavándose las manos, se desentienden y evaden.
Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse.

Hago mías las faltas. Siento en mí a cuantos sufren
y canto respirando.
Canto, y canto, y cantando más allá de mis penas
personales, me ensancho.

Quisiera daros vida, provocar nuevos actos,
y calculo por eso con técnica qué puedo.
Me siento un ingeniero del verso y un obrero
que trabaja con otros a España en sus aceros.

Tal es mi poesía: poesía-herramienta
a la vez que latido de lo unánime y ciego.
Tal es, arma cargada de futuro expansivo
con que te apunto al pecho.

No es una poesía gota a gota pensada.
No es un bello producto. No es un fruto perfecto.
Es algo como el aire que todos respiramos
y es el canto que espacia cuanto dentro llevamos.

Son palabras que todos repetimos sintiendo
como nuestras, y vuelan. Son más que lo mentado.
Son lo más necesario: lo que no tiene nombre.
Son gritos en el cielo, y en la tierra son actos.




La versión de Paco Ibáñez:








martes, 23 de agosto de 2011

No es posible entenderse


Casi no marqué pasajes de El mármol, pese a lo mucho que me gustó.

Los pasajes que te extasían y te obligan a marcar la hoja, subrayarlos e incluso hacer comentarios al margen, hasta con signos de admiración, y varios, se parecen a los hits de música. Hemingway diría que son trucos que el que conoce descubre y desprecia (aunque, viejo Vizcacha, él mismo cargó algunos relatos, especialmente El viejo y el mar, de frases para posters). Yo no adscribiría a la fórmula fácil “si tiene muchas frases para guardar no es buen texto y viceversa”, Simplemente diría que la ausencia de frases para guardar no le quita calidad a una historia.

De El mármol le hice una crítica a Sebastián, un poco agradeciéndole que me lo prestó (si no fuera por el agradecimiento, quizás se lo hubiera comentado en otra situación; mis reflexiones intentaban avanzar en medio de un recital de ska). Le dije que era un cuento largo dedicado a la imposibilidad de que dos personas puedan ponerse de acuerdo. El revés de aquella paradoja que planteaba García Márquez en Cien años de soledad: alguien no entendía cómo dos personas jugaban a un juego (el ajedrez) que tenía las mismas reglas para los dos. Borges aportó a este tema, pero no recuerdo en este momento qué dijo. Aira sospecha que cada persona tiene una lógica personal y que con ponerse un poquito estricto, ya esa lógica no puede dialogar con otra. Llamo lógica básicamente a una teoría general sobre por qué suceden las cosas. Para desarrollar esta sospecha Aira primero, inventa un protagonista de El mármol que viaja sin límites hacia dentro de sí[1]. Segundo, lo pone a hablar con chinos. O sea, lleva la sospecha al plano de los contrastes extremos. Así las cosas, es imposible no ser elocuente, didáctico e indiscutible. Luego Aira despliega hechos que le dan la razón: los acontecimientos son absurdos y obligan al protagonista a explicárselos a sí mismo. Pero son absurdos porque nacen del intento de entenderse con un chino. El chino farfullea algo que intenta ser castellano y el protagonista entiende que dice “estatua que late”. Como no avanza en el entendimiento lingüístico, acaba asumiendo que el chino efectivamente dijo “estatua que late” y se pregunta si hay que encontrar una estatua que late, si hay que hacer que una estatua lata, cómo, etc. Asumió que hay una estatua que late o que una estatua puede latir[2]… Un disparate se instaló en la realidad —y, claro, vendrán otros. Este es el esquema del sueño y, como vemos, también el del lenguaje. Que quienes intenten dialogar sean un chino y un señor que ha ido lejos dentro de su lógica personal, no hace más que mostrarnos lo que sucede, a otra escala, todo el tiempo entre las personas.



[1] “Aquí debo hacer una confesión, que me avergüenza un poco pero sin la cual no se entendería mi reacción. El dinero es importante para mí. Se ha vuelto casi un leitmotiv en mi mente, de la que debería haber desaparecido, a mi edad. Sucede que por motivos de salud tuve que pedir una jubilación anticipada y dejar de trabajar. La imprevisión, la situación calamitosa de las Cajas de Retiro, y por qué no admitirlo, una capacidad profesional escasa que no me permitió avanzar lo suficiente, hicieron que mi haber jubilatorio sea una verdadera miseria. No soy el único en el país en esa condición, ni siquiera el que peor está. Pero ya se sabe que “mal de muchos…”. Además, no estoy en edad de reducirme a esos mínimos de vida de los viejecitos resignados; no llego, aunque me acerco, a los sesenta años, que cuando un hombre, en nuestra época, está en su segunda plenitud y puede gozar de mucho de lo que le ofrece el mundo… Pero aun sin pesar en viajes o lujos… Con lo mío no alcanza para vivir con las comodidades básicas. Es mi esposa la que mantiene la casa. Ella manejó mejor su carrera, es una psicóloga prestigiosa, gana bien… Lo paga con horarios extenuantes de trabajo, responsabilidades abrumadores y un desgaste general que ella no me echa en cara pero que para mí representa una sorda tortura permanentemente.”
Poco después:
“Encender el televisor… Abandonar el mundo, la riqueza y avriedad de la vida en ese mundo en el que yo ya no tenía nada que hacer, para encerrarme en la fascinación idiotizada de las imágenes en mis ensueños vulgares de dinero… Era algo tan repetido, tan sin salida, que su mero protocolo bastaba para hacérmelo sentir como una condena.”

[2] “Como se puede ver, no necesité hacerle muchas preguntas, prácticamente ninguna. Las cosas se aclaran por su propia lógica.”
(…)
“Debía de haber una explicación para ese sonido, y si yo me hubiera puesto a pensar en ese momento la habría encontrado, porque tengo una confianza absoluta en encontrar explicaciones (…)”



Escuchame



Roxana nunca pudo hacer que Osvaldo dejara de roncar. Era una chica que se malhumoraba fácilmente, pero también era muy alegre y chispeante, y sabía llevar la vida grácilmente. Osvaldo era un tipo pesadón y la dejaba hacer, y mucho más debía someterse a sus ocurrencias para que dejara de roncar, porque entendía cuánto la molestaba y él no podía solucionarlo. Entrenaba una forma de respiración, se dejaba reemplazar la almohada, obedecía el cambio de postura en la cama (varios, muchos), se dejaba poner un dispositivo sobre la nariz, una “revolucionaria prótesis intraoral”, tomó té de salvia, aguantó una abstinencia de alcohol más de veinte días, incluso hizo dieta; observó cómo Roxana ponía una llave debajo de la almohada y una mitad de cebolla sobre la mesita de luz, se quedó quieto cuando le metió en la nariz un chorro de agua con sal y bicarbonato de sodio, se dejó untar sobre las aletas de la nariz, el cuello y la nuca aceite de oliva con ruda, se resignó a que Roxana le cruzara la espalda con tela adhesiva para fijar contra su columna vertebral una pelota de ping-pong. Todas estas recetas aparecieron en consultas a médicos, amigos, libros de recetas caseras. Al hablarse de extirpación de amígdalas y de reducción quirúrgica del paladar y la garganta, llegó la solución: cuando Osvaldo empezaba a roncar Roxana se iba al sillón del living —y si estaba cansada o con mucho carácter, lo mandaba a él, que dormía enrollado como un polizón porque el sofá era medio chico.
Luego de un tiempo de vivir juntos, se separaron. No por los ronquidos, claro… Aunque nunca se sabe realmente. Quizás los ronquidos eran síntoma y también origen de algo que ponía fecha de vencimiento a la relación.
Entre las veces que se vieron separados, un día salió el tema de los ronquidos. Bromearon un poco al principio, pero luego, sin que mediara una razón evidente, empezaron a considerar el tema con la misma seriedad que en la época en que estaban juntos, tal vez más. Se preguntaron si no haber dispuesto otra cama fue un modo de admitir que estaban viviendo una relación provisoria. Hablaron de la vitalidad de Roxana y de hasta qué punto sostenía el personaje de “la que siempre busca demasiadas y creativas soluciones” porque así nutría un vacío que la espantaba. Pensaron cómo él era el centro de gravedad de su propia vida, institucionalizándose con rasgos que eran para los demás problemas que de algún modo terminaban aceptando.
— Me parece —dijo Osvaldo finalmente— que yo te roncaba a vos.
— El juego que teníamos…
— No, no me refiero a que funcionáramos como una molestia y alguien que busca una solución y todo eso. Digo que yo te quería decir algo.
— ¿Con el ronquido?
— Sí, eso, no roncando, sino con el ronquido.
— No sé cuál es la diferencia.
— Pero lo dijiste, dijiste el “ronquido”.
— Sí, pero no quise decir algo específico. Ronquido, roncar, es lo mismo.
— Bueno, yo te quería decir algo con el ronquido.
— No te entiendo, Gordo.
— Con el sonido que hacía.
— Como “un concierto de ronquidos”.
— Sí. Eso. Si los que roncaran juntos fueran músicos… viste que cuando dormís, lo mismo escuchás… Si fueran músicos y uno de ellos le da por entonar con el ronquido, porque de cantar dormido a roncar no hay tanta distancia, ¿no?, si uno ronca entonado, los otros lo escuchan aunque no se despierten, y por ahí a otro le da por entonar, también, y armarían una música.
— Una polifonía de ronquidos —dice Roxana con los ojos sonrientes y brillantes de los que Osvaldo nunca pudo sustraer la mirada.
— Sí.
— Pero vos no entonabas.
— No, ya sé. Pero me parece que te quería decir algo.
— ¿Qué me querías decir?
— Qué sé yo. Cada vez te querría decir algo diferente.
— Gordo: roncabas con un sonido de serrucho que era un espanto.
— Sí, sí, ya sé. Pero también te quería decir algo. A veces me despertaba en el impulso de hacer un ronquido, que yo escuchaba, y era que te quería decir algo con el ronquido, pero como me despertaba, me interrumpía y ya no recordaba qué te quería decir.
— ¿Roncabas en un intento de hablar, de pronunciar palabras?
— No...
— ¿Si te ponía un traductor de ronquido a castellano, me enteraba de qué decías?
— No, no. Lo que tenía para decir te lo decía; no había otra manera de decirlo que en ronquido.
— ¡Habías inventado el idioma ronquido, que no tiene traducción! Pero ¿qué me querías decir?
— No sé. Un día te querría decir una cosa, otro otra.
— ¿Estás seguro? ¿No me querrías decir siempre lo mismo?
— No sé.
— …
— A lo mejor sí.
— ¿Qué era, Osvaldo?
— No sé, Roxi. No lo puedo decir, así, con palabras.


sábado, 20 de agosto de 2011

Un ermitaño



En el mundo real Víctor, quien fuera muy aventurero y conoció la vivacidad del mundo, vive en una eremita.

Allí duerme interminablemente.

Le llevan poca comida y algo de agua, que él disfruta como un animal famélico.

Evade sus oraciones, que es lo único que sabe hacer. Evade lo poco que debe hacer, poner su mente en blanco.

Se siente culpable por no cumplir con la obligación que ha adquirido con esta vida, pero no tiene voluntad.

Sin embargo, algo sucede cada tanto, como una gota que cae luego de pender un tiempo suspendido, sin medida, y Víctor logra instalarse en el vacío, sostenida, completamente.

Y entonces se abre dentro de él una revelación.

Una sola, exánime, revelación cada tanto. Días, semanas perdidas.

Y aún así, esa revelación justifica sobradamente su vida. Una sola de esas revelaciones hace que toda su vida valga la pena.


viernes, 19 de agosto de 2011

Tolstoi, Piglia, etcétera



Creo que esto ya va siendo citado serialmente:


Piglia anotó en su diario: "Tolstói anotó en su diario. Escribir no es difícil, lo difícil es no escribir. Esa frase tendría que ser la consigna de la literatura contemporánea."





jueves, 18 de agosto de 2011

De qué está hecho el mármol de Aira


Notable el cuento largo El mármol, de César Aira, especialmente por dos habilidades. Primero, la manera en que resuelve cómo escribir un sueño. En la historia suceden cosas inesperadas, absurdas, incongruentes, de las que asumimos porque el devenir de la realidad es incesante, pero no podemos simplemente olvidar, y entonces mientras gran parte de nuestro cerebro se ocupa de la acción, una porción ha quedado reservada a la tarea de entender aquellos sucesos, y lo que hace es inventarles una explicación —cuyo grado de disparate es proporcional a lo disparatado de lo que pasó. Sin embargo, por muy extravagante que parezca la explicación, siempre nos resulta lógica. Tiene la carga de lógica necesaria para que terminemos de resignarnos a que el suceso realmente sucedió.
El segundo acierto de El mármol es su esfuerzo por ponerle nombre a la relación que se arma entre un argentino y un chino o los chinos.
La obra demuestra, además, que no son ajenos entre sí el primer y el segundo asunto mencionados.
Mi lectura personal es que nunca se sabe de los chinos. No hay modo. Uno tiene la sensación fundamentada gnoseológicamente en miles de años y declamada en la Ilustración, de que la información otorga el saber —y el saber, el dominio del objeto de conocimiento, la consecuente libertad, soberanía, etc. Con los chinos la fórmula no funciona, porque uno puede enterarse de datos y más datos y más datos, tsunamis de datos, y eso no contribuye a que se avance un milímetro en el entendimiento de ellos, de sus motivaciones, sus giros, sus pensamientos, sus sentimientos.
No creo que Aira se haya aventurado en la traducción del español al chino o viceversa, pero seguramente estas reflexiones no le serán ajenas a algún traductor literario. Traducir es proyectar una cosmovisión viva sobre otra. La traición es lo más inocente de lo que pasa en la monstruosa, criminal tarea de hacer creer que se dice algo de otra manera. Las cosas sólo se dicen de una sola manera y los intentos de hacer coincidir significantes sólo pueden dar con desvaríos como el de El mármol, o el experimento que nombra el notable profesor Ricardo Piglia en su diario: “La primera traducción al chino de Don Quijote fue obra del escritor Lin Shu y de su ayudante Chen Jialin. Como Lin Shu no conocía ninguna lengua extranjera, su ayudante lo visitaba todas las tardes y le contaba episodios de la novela de Cervantes. Lin Shu la traducía a partir de ese relato. Publicada en 1922, con el título de La historia de un caballero loco, la obra fue recibida como un gran acontecimiento en la historia de la traducción literaria en China. Sería interesante traducir al castellano esa versión china del Quijote. Por mi parte, me gustaría escribir un relato acerca de las conversaciones entre Lin Shu y su ayudante Chen Jialin mientras trabajan en su transcripción imaginaria del Quijote.”




PS. Me hacen ver que Juan Terranova ya había escrito algo muy parecido a esto. Ver: http://elconejodelasuerte.blogspot.com/2011/03/ricardo-piglia-cesar-aira-lo-pequeno-y.html Menos mal que no digo tan lo mismo.



Más de Erik Satie


Ya di algunos datos de Erik Satie. No dije que:

A los 14 años entró en el Conservatorio de París pero no le gustó el trabajo, la disciplina y las reglas, y se fue a trabajar en los cabarets de Montmartre.

A los 40 volvió al conservatorio y se graduó como el mejor estudiante.

Sus composiciones fueron de factura simple, escritas para piano, con lirismo sutil que influyó en Debussy, Ravel y el Grupo de los Seis.

Se hizo rosacruz y creó su propia religión, "L'Eglise Métropolitaine d'Art de Jésus Conducteur"-

Murió de cirrosis, o más bien de alcohol y la vida bohemia de un tipo a quien se le murió la madre cuando tenía cinco años y nunca fue terminado de criar.

Desde su muerte en 1925 fue olvidado por el público hasta que lo rehabilitaron en los 60.

El profesor Alfonso Vella escribió para el Conservatorio Superior de Música “Rafael Orozco”, de Córdoba, estos otros aportes:

Cuando en 1917 se estrenó en París, su ballet Parade (letra de Cocteau, escenografía de Picasso) se agarró a trompadas con detractores, molestos porque “Satie había reforzado la plantilla orquestal tradicional con la inclusión de una máquina de escribir, dos sirenas de vapor, una rueda de lotería, una matraca, un «botellófono» (conjunto de botellas afinadas según la cantidad de agua que contienen) e incluso un revólver que era disparado varias veces en escena.”

En la obra, “los principios formales arquetípicos son abandonados (…), el desarrollo temático es sustituido por la repetición y la yuxtaposición. Solemnes pasajes, ligeras melodías de music-hall, fragmentos de canciones populares, valses, fanfarrias, ragtimes, two-step y otras fórmulas jazzísticas se combinan o se suceden sin transición. Pero además Satie -se observa aquí cierto paralelismo con la pintura cubista- saca las cosas de su contexto acostumbrado para presentarlas con nuevos enfoques. Del mismo modo que introduce en la orquesta objetos como una máquina de escribir o una rueda de lotería y los convierte en instrumentos musicales, también entrelaza elementos divergentes (sencillos planos diatónicos con otros politonales, delicadas melodías con fórmulas rítmicas bruscas y obstinadas) hasta conseguir entre ellos una perfecta integración.”

Rebobinando, “Ya desde estas primeras partituras Satie se revela como un importante innovador, huyendo del cromatismo postromántico y adelantando ciertos rasgos que más tarde Debussy hará propios: bloques paralelos de acordes, lenguaje modal, acordes de novena tratados libremente. En algunas de ellas, además, renuncia a la barra de compás, un gesto muy audaz para la época.”








jueves, 11 de agosto de 2011

Profesor poeta tucumano


El Paupe Quispe, puesto a profesor de castellano con su único alumno chino era un fenómeno lingüístico. En su ilustración sermoneaba que el español no debía enseñarse desde la rudimentariedad —usaba esa palabra imposible de pronunciar, irrepetible— de lo literal, sino desde lo ancho de toda su riqueza. Le mostraba al chino alumno una foto de un pianista y en lugar de enseñarle “el negro toca el piano” o algo así, le hacía aprender: “un cuerpo de brea inclinado sobre la fuente sonora de su ser para sí”.
No creo que el chino haya adquirido el idioma, pero alguna pregunta le debe haber quedado sobre el alma poeta de los tucumanos.







La comida que hace la petisa



Cuando la petisa se mete en la cocina, parece que se metió Alf. Vuelan los pedazos de masa, hay bifes pegados en el techo, a ella le cuelgan fideos del cogote y tiene cáscaras de huevo en la cabeza, se hacen montañas de ollas, no ves nada porque todo es una nube de harina.
Todo eso, en silencio. Silencio absoluto. Y ella, concentradísima. Absorta. Le podés hablar y no te escucha. No sabe si está en Buenos Aires, en medio del desierto, en una isla o dónde, ni quién sos vos, ni quién es ella. Es un espectáculo, cocinando.
Y después te viene con una comida que, yo no sé si es porque uno la estuvo mirando, pero la comida que hace te causa un efecto… Es materia, y exquisita, pero te causa un efecto que no es de la materia. Te pasa algo afectivo, una mezcla de alegría y fluidez, y…
No sé cómo decirlo. Te causa algo que no sabés cómo decir qué es, algo desconocido y medio enigmático, que no terminás de en tender, pero necesitás entender.


martes, 9 de agosto de 2011

Mei


A los argentinos les dice que se llama Losa. Casi todos entienden que dice Rosa. Pero si uno insiste en las ganas de hacerse amigo porque le cae bien el extranjero, ella termina diciendo que su nombre chino es Mei. Posiblemente Mei sea el nombre de otra flor, de la peonía, el lirio o el crisantemo, pero quizás la profesora que le enseñó español sólo conocía la flor rosa. Como sea, ante mi insistencia me concedió que la llamara Mei.
Mei tiene a cargo un lavadero de ropa, grande como una fábrica, con filas de máquinas que se extienden hasta la oscuridad, conectadas por caños y cables, que desde el principio de los tiempos están sacudiéndose y gruñendo su grave protesta de hierros en el mismo lugar, bruxando con un ruido de entrañas de barco, en medio del calor y la humedad, y en el vientre de aquel monstruo va con sus pasitos cortos y enérgicos Mei, llevando canastos de ropa de una máquina a otra, al fondo, a una mesa; corre a sacar el vómito de ropa de colores de una máquina, corre a buscar bolsas cuando llega un cliente, corre a doblar ropa cuando mira la hora. Y también asoma por los pliegues de ese mundo la hijita de Mei, una chinita de pelo perfecto y ojitos como dos puntitos de obsidiana, que juega con la ropa y un canasto, un pingüino de peluche y con un librito, y sabe que no debe acercarse a las máquinas.
Así pasan los días, desde que la calle está oscura, mal iluminada por faros entre los árboles, hasta que la calle nuevamente está oscura, cuando llegan a dejar su ropa sucia los oficinistas que han salido del trabajo.
Llegué una de esas noches, poco antes de que Mei cerrara. Le pedí mi ropa y se puso a buscar la bolsa entre decenas de bolsas que llenaban estantes del piso al techo. La ayudé. Ella encontró una, yo otra. Me dijo automáticamente cuánto debía pagarle y se quedó parada a un par de metros de mí, esperando que sacara los billetes de mi billetera y se los entregara. La observé. ¿Cuántos años tenía? Casi podía ser mi hija. Estaba tan paradita allí, sobre las dos piernas derechitas, aguardando sin protestar, con los bracitos en los costados, con el cabello atado con una colita y unas chinelas lilas de toalla, y una carita de cansancio infinito. Era un agotamiento de los que a fuerza de no ser respetados terminan siendo tristeza resignada. Mei trabajaría hasta caer dormida, hasta desmayar y ya no poder levantarse. Me escuché decirle:
— Mei, estás muy cansada, ¿no?
Me dijo que sí con la cabeza, como una nena de nueve años.
— No podés trabajar tanto —insistí, no sé por qué y los ojos se le pusieron más tristes, se le llenaron de agua, no pudo reprimir un mohín y comenzó a llorar en silencio. Sentí el impulso de dar un paso hacia ella y abrazarla. Pero me dije que siendo china, quizás lo tomaría a mal. La vi muy formal con su marido, y aunque con afecto, siempre me trata con distancia. Se quedó paradita allí y yo me quedé quieto también, mirándola. En un rinconcito la nena se había quedado dormida agarrando con una mano el pingüino de peluche. Yo había visto una tarde a mi vecina la Dra. Grinfeld regalarle el pingüino. La Dra. Grinfeld es una mujer seca pero adora a esa nenita y se pasa el rato charlando con ella. Mei me vio mirarla y la miró también. Quizás pensaba lo que mismo que yo: me preguntaba qué recordaría de todo aquello la nenita cuando fuera grande.



Foto de Gisela Grinfeld.

viernes, 5 de agosto de 2011

En casa

A las horas de estar juntos se sienten en casa.

En una casa donde vivieron toda la vida.

Como parientes. Como si los dos fueran judíos, no judíos como ella, que tiene distancia con ser judía, sino judíos-judíos, ortodoxos, que están a favor de lo que hace el gobierno de Israel; o como si fueran los dos chinos, y no chinos truchos como él, sino chinos del supermercado, de los que no saludan porque no hablan español, los que tienen un chinito que anda metido debajo de la caja registradora.

Es un sentimiento tremendo… tremendo como es todo lo indefectible. Pueden andar con un amante, vivir aventuras, y lo que tienen entre ellos ya no se va a destruir. Esa casa es para el resto de sus vidas. No pueden hacer nada al respecto.


Juro Mikus, pintor

En un hostel de Montevideo me alegré de ver un viejo más viejo que yo. Entablé, claro, amistad de complicidad etaria con él y resultó un tipo de lo más afable, con la sabiduría de los de su pueblo, los checos, aunque vivía desde hace mucho (en la charla resultaba que todo en nuestra vida era desde hacía mucho) en Canadá, como pintor.
Desde entonces me manda imágenes. Hace poco le pregunté por la relación entre las personas y el paisaje en sus cuadros. Esta es su respuesta:

I Love enchantment,beauty in divine creation of nature and I am fortunate to be able to pay it homage trough my work!
I am human and love my fellow humans deeply, so paint their images is just correct thing to do to set them in this lovely world 
of ours : Nature and Man!
This images are of people close to me, my heroes,friends and thous I know little or nothing.


(Amo el encantamiento, la belleza en la divina creación de la Naturaleza, y tengo la fortuna de poder rendirles homenaje con mi trabajo.
Soy humano y amo profundamente a mis amigos humanos. Para mí pintar sus imágenes no es más que hacer lo correcto para ubicarlos en este maravilloso mundo nuestro: ¡Naturaleza y Hombre!
Estas imágenes son de personas próximas, mis héroes amigos, y de aquellos a quienes conozco apenas, o nada.)





jueves, 4 de agosto de 2011

El chino McFerrin

Lo que dice este muchacho es: todo el mundo, incluso los científicos, saben hacer música. Fíjense:



World Science Festival 2009: Bobby McFerrin Demonstrates the Power of the Pentatonic Scale from World Science Festival on Vimeo.

Por los márgenes de Santiago de Chile


Pasamos por un shopping mall con la palabra Ripley. Sólo describo lo que veo desde mi ventanilla, a la izquierda de la ruta que va desde el aeropuerto hacia el oriente. Pasamos dos Sodimac. Hay una salida a Maquehue Sur. Varios carteles dicen que vamos a Kennedy Oriente (no sé qué es). Pasamos por el Colegio Pedro de Valdivia. Adelante están las montañas nevadas. La Cordillera de los Andes está en las afueras de Santiago. Pasamos por la Universidad del Pacífico. Charlaré con el chofer más adelante, cuando estemos solos, y me dirá que está de acuerdo con los estudiantes que protestan. Me explicará que un tercio de lo que él gana va a pagar la carrera universitaria de su hija. Dice que los 20 años de comunistas y socialistas desde Pinochet no sirvieron para que nada cambiara, sólo para que los ricos ganaran más. Estaremos en la puerta de un hotel en un centro de esquí. Me mostrará un vehículo estacionado: “ese cuesta la mitad de mi casa”. Los estudiantes estarán preparándose para volver a marchar por La Alameda, para que la educación sea accesible. Los diarios difundirán a las autoridades del gobierno repitiendo que no permitirán las protestas con razones tan fundamentadas como “todo tiene un límite, ya es suficiente”. Machacan con argumentos de padres y maestros cuyo sentido común indica que se puede razonar con los chicos, pero si se ponen caprichosos, se acabó el entendimiento. Por la Razón o por la Fuerza. Después de todo, aún vige en Chile la prohibición del derecho a manifestarse dictada por Pinochet. La imagen del presidente Piñera no está fuerte, pero los diarios coinciden decididamente con el “se terminó la discusión”.