viernes, 30 de abril de 2021

Sobre procrastinar


Todas las razones para procrastinar son buenas:


Para liberar tensión.


Para resistir algo que uno no quiere hacer.


Para madurar algo que uno sí quiere hacer.


Para disfrutar algo que uno sí quiere ser.


Para divertirse.


Para desalienarse.

 

Para cagarse en que el tiempo es oro —el tiempo de uno es oro de los garcas que se quedan con nuestro trabajo. Este motivo va contra el capitalismo y su explotación.


Leonardo Da Vinci hizo el Moisés en una procrastinación.

Beethoven escribió la Tercera Sinfonía procrastinando (tenía que entregar una pieza al emperador), Mozart compuso una serie de obras porque le costaba ponerse con el Requiem, Goya hizo todas sus pinturas negras porque le hinchaba horriblemente tener que hacer retratos de la familia del rey.

Picasso, Benjamin Franklin, René Favaloro, Jimmy Connors, Eleanor Roosevelt, Marlon Brando dieron lo mejor de sí como producto de la procrastinación. 

Tal vez Jesucristo se hizo profeta procrastinando porque quería zafar de la carpintería.

(Todo esto lo averigüé procrastinando).




miércoles, 28 de abril de 2021

Un filamento

 


Podría ser que la pandemia, entre otros efectos, ponga sobre la mesa los fantasmas que mantenemos dentro del placar porque nos aterra que existan.

Uno de esos fantasmas es que la vida es mágica y es pura luz, como un filamento que brilla flotando, rodeada de tinieblas infinitas.







lunes, 26 de abril de 2021

Literatura y estadísticas


Puedo decir: “los judíos tienen una bondad celestial”.

Sería tal vez poco exacto.

Puedo decir: “algunos judíos tienen una bondad celestial”.

Menos inexacto.

Puedo decir: “en la idiosincrasia de los judíos hay una bondad celestial”.

Quizás arrimé.

Pero aún sigo cometiendo el error de la generalización, o sea cometo esa falacia de: “Daniel Garber tiene una bondad celestial. Daniel Garber es judío. Por tanto, los judíos tienen una bondad celestial”.


Diré, entonces, sólo: “Daniel Garber tiene una bondad celestial”.

Pero eso deja afuera mi sensación de que el tipo de bondad celestial que tiene Daniel Garber es exclusivamente de los judíos.

Y así volví a la generalización.


Entonces puedo inventar la historia de un judío llamado Jesús, que lo muestra como el epítome de la bondad celestial, y finalmente estaré rondando una verdad.



Así es como la literatura puede decir la verdad mejor que las estadísticas.




sábado, 24 de abril de 2021

Sueño con un puente

Soñé con un puente de piedra sobre un precipicio. 

Estaba hecho con pilares delgados que llegaban hasta 100 metros allá abajo, en el lecho de un río seco y era muy angosto, apenas de la anchura de los hombros. No tenía barandas. 

Yo corría con todas mis fuerzas, aterrado por perder el equilibrio, y entonces el puente empezaba a desmoronarse detrás mío, a medida que lo dejaba atrás, prácticamente debajo de mis pies. 

Entonces corría más rápido aún, para no caer al vacío. 

Llegado a ese punto, comenzaba a ser feliz con la velocidad, gozaba con la fuerza de mi cuerpo y reía a carcajadas porque mientras corría, no estaba muerto.


jueves, 22 de abril de 2021

El maldito pulmón de la Virgen

(Artículo aparecido en Revista NOBA, de San Nicolás)


María fue la primera negra que conocí. Negra afrodescendiente. Era grande y maravillosa como una reluciente yegua pura. Trabajaba en casa, pero un día dejó de venir y mi madre tuvo la idea de ir a buscarla a su casa, dentro de la Villa Pulmón. Mi padre jamás habría tenido esa idea. Mi madre me llevó con ella, y así, también por primera vez, conocí Villa Pulmón. Yo tenía siete años.

Villa Pulmón era la villa miseria más famosa de San Nicolás, porque estaba asentada junto al conservador y aristocrático centro de la ciudad, delimitado por cuatro avenidas. Más allá de las avenidas, estaba la barbarie.

Anduve azorado de la mano de mi mamá por los pasillos de la villa miseria. Me asombraba que hubiera grandes árboles, que hubiera tanta gente y que no hubiera ningún orden urbano. Todo era de cualquier manera. Pero sobre todo tuve una visión mágica. La villa estaba asentada en los terrenos más altos de la ciudad, en la cumbre de una barranca, y desde allí pude ver el paisaje de las infinitas islas Lechiguanas, que se extendía hasta el horizonte lejano, brillando con un verde iridiscente y beatífico, y las cintas de los arroyos marrones entre ellas, en los que centelleaba el sol. Era como ver el paraíso — y lo estaba viendo desde el interior del lugar más desheredado de la ciudad.

María era de la provincia de Misiones. Los habitantes de Villa Pulmón habían llegado de Corrientes, Chaco, Entre Ríos, las provincias del litoral. Muchos eran isleños y gente que había vivido en la costa del río. Su vida era apartarse cuando venían las inundaciones que le volteaban sus ranchos de caña y adobe, y volver cuando el agua bajaba. Años después de que mi madre me hiciera conocer Villa Pulmón, sus habitantes acabarían siendo expulsados del lugar por la aristocracia aliada con una dictadura militar, y cuando apareció la Virgen y parte de aquellos terrenos le fueron concedidos a la Iglesia Católica, y los peregrinos comenzaron a llegar, entonces habrían de regresar, como sus ancestros regresaban después de las crecientes. No volvieron para levantar ranchos, sino para vender rosarios de cuentas de plástico, anillos de hojalata, llaveros de hilos rojos, medallitas de oro falso y otras chucherías devotas fabricadas en China.

La ola migratoria había comenzado a llegar cuando el país decidió industrializarse y se creó la franja industrial desde Campana hasta San Lorenzo. La construcción de lo que sería una de las principales siderúrgicas de Sudamérica demandó miles de brazos que, por otra parte, sobrevivían como podían en provincias atrasadas. Era gente pobre y sin capacitación. Llegaron a cavar zanjas, limpiar terrenos, levantar terraplenes. Hicieron el trabajo más bruto y esclavo. Esa gente encontró que al lado del centro persistía un enclave de criollos como ellos, la Zanja de doña Melchora, y comenzaron a levantar en los alrededores sus ranchos —que ahora eran de maderas y chapas que rescataban de la construcción de la acería. Las casillas se extendieron por los baldíos hacia el norte, siguiendo la barranca. 

En el país se hablaba de “aluvión zoológico” para referirse a situaciones como aquella. Las aristocráticas familias del centro de San Nicolás lo vivieron de esa manera. La ciudad se llenaba de personas indeseables, “cabecitas negras”, brutos del interior. Llegaban los hombres solos, pero luego traían a sus mujeres, que parían camadas de hijos. Llegó un momento en que el hospital estaba atestado de ellos, y las escuelas y el registro civil y los comercios y las calles. Para muchos, era algo indigerible.

Un día escuché a uno de los antiguos habitantes de Villa Pulmón recordar los primeros tiempos con gran dicha. Entre muchos recuerdos, contó que se armaban bailes en dos piletones que había entre los ranchos. No comprendí que hubiera piletones, y él no supo explicarme, pero con el tiempo averigüé que realmente hubo dos gigantes piletas que, abandonadas no se sabía cuándo, fueron aprovechadas por los villeros como pistas de bailes de una pulpería.

Era una historia alucinada. Resultó que los terrenos no habían sido baldíos desde siempre, sino que medio siglo antes habían estado ocupados por un avanzado sistema de distribución de agua potable. El sistema incluía tanques, tomas de agua en el río, bombas para elevar el agua, un laberinto de acueductos y los piletones de potabilización. Las familias patricias tenían en mente que aquel lugar había sido orgullo de la modernidad de la ciudad, y desde ese saber fue que vieron cómo los bárbaros bailaban chamamés borrachos dentro de las piletas.

La aristocracia local sufrió, además, a principio de los años 70, la afrenta del obispo Carlos Ponce de León, que inició una cruzada en favor de los villeros de Villa Pulmón. Asumiendo la Opción Preferencial por los Pobres del Concilio Vaticano II, promovió la conciencia social de sus sacerdotes, especialmente los más jóvenes, a consecuencia de lo cual se creó un grupo que elaboró el proyecto para urbanizar Villa Pulmón. El aluvión se institucionalizaría como un foco de infección junto al centro de las cuatro avenidas. Pero entonces los militares dieron el golpe de Estado de 1976 y la aristocracia nicoleña respondió el idealismo y la cruzada del obispo y sus jóvenes, haciendo que los militares lo asesinaran y luego erradicaran para siempre la maldita Villa Pulmón.

Pero las maldiciones son maldiciones porque vuelven. Años más tarde, restablecido el orden en la Iglesia Católica local, en medio de la hecatombe económica producida por la reducción brutal de la legendaria siderúrgica, apareció la Virgen María.

Rápidamente la Virgen del Rosario de San Nicolás se hizo famosa, llorando sangre y hablándole a una mujer, que fue ungida por los devotos primero y luego por la curia, en autorizada vocera. Entonces, personas de todo el país comenzaron a llegar a San Nicolás. 

Con horror, las familias tradicionales debieron asistir a la invasión de pobres, tullidos y miserables de aquellas mismas provincias de donde había llegado el aluvión zoológico.

Arribaban de a miles en micros que viajaban durante días y se estacionaban en toda la ciudad. Como la estatua de la Virgen estaba en la Catedral, en el centro de San Nicolás, la inundación penetró en el territorio sagrado de la aristocracia. 

Pero al fin la Virgen tuvo piedad y ordenó que le construyeran un santuario en otro lugar de la ciudad: en los terrenos de la Villa Pulmón.




miércoles, 21 de abril de 2021

Borges y Buckley


Esta es una de las mejores entrevistas que vi a Borges.

Siendo Borges genial en todo momento, la calidad de cada entrevista que dio está marcada por el humor que tenía ese día y por el diálogo que se establecía con el entrevistador. En este caso, William F. Buckley, Jr. hizo gala de toda su dimensión intelectual y suficiencia como entrevistador (condujo más de 1400 episodios de este programa). Me resulta muy interesante el modo en que le regala a Borges el centro del ring en el round del gorilismo (al principio de la charla). Buckley habría empatado el fascismo de Borges, pero le cedió el lugar.

Pasado ese trago, la entrevista fluyó maravillosamente, con Borges sintiéndose convidado a decir cosas que realmente quería decir, y también desafiado, a lo que respondió con humor gentil y un poco de canallismo, también.

 

El contexto de la entrevista, por otra parte, resulta bastante revelador.


domingo, 18 de abril de 2021

Algo que hacer





Leo esto que una amiga comparte en Facebook:


La Sputnik de Bukowski

"Tomé mi botella y me fui al dormitorio. Me quité los calzones y me eché en la cama. Nada estaba en armonía. La gente sólo abrazaba a ciegas lo que se pusiese delante: Comunismo, comida natural, zen, surfing, ballet, hipnotismo, terapia de grupo, orgías, paseos en bicicleta, hierbas, catolicismo, adelgazamiento, viajes, psicodelia, vegetarianismo, la India, pintar, escribir, esculpir, componer, conducir, yoga, copular, apostar, beber, andar por ahí, yogurt helado, Beethoven, Bach, Buda, Cristo, jugo de zanahorias, suicidio, trajes hechos a mano, viajes en jet, Nueva York, y de repente todo se evaporaba y se perdía.

"La gente tenía que encontrar algo que hacer mientras esperaba a la muerte. Supongo que está bien poder elegir.

"Yo hice mi elección. Agarré mi botella de vodka y me pegué un buen trago. Los rusos conocían el tema".

CHBukowski,

Mujeres.

 *       *      *


Pienso que es un piedrazo en el centro del ojo al penoso pasajero que le toca naufragar en la pandemia.

El asco que me causan la inmunda vanidad de Bukowski, y también la sumisión y pleitesía de sus festejantes, me ensucia el milagro que a veces consigue una persona que escribe: el milagro de capturar una chispa que pone sentido a algo que nos sucede y que no podemos vivir hasta encontrarle sentido.

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miércoles, 14 de abril de 2021

Mejor dejemos

Muero por que tengamos una aventura, y estamos hechos para tener una aventura galopante, y seríamos perfectamente felices, pero sé que nos vamos a enamorar como locos, y te vas a entregar en cuerpo y alma entero, te vas a desbordar todo, vas a dar todo, y entonces también vas a pedir todo, porque te habrás quedado vacío, y me sucederá lo que me sucede siempre, que la aventura se me terminará, y empezaré a aburrirme, necesitaré una aventura nueva, y finalmente te voy a dejar, quizás por otro, y te voy a lastimar horriblemente.

Mejor dejemos acá.

(Cecilia Ștefănescu, Prima mea dezamăgire în dragoste)

viernes, 9 de abril de 2021

El cura irlandés

(Adelanto del libro “La intimidad de las islas”, publicado en la Revista NOBA, de San Nicolás).


Las gallinas caminaban lentamente, apoyando sus largos dedos contra el piso, con sus ojos concentrados y fríos. Caminaban haciendo sonidos desde el interior de sus cogotes, buscando cositas en el piso de tierra. A veces se detenían y rascaban algo debajo de ellas y lo picoteaban. Andaban entre dos perros marrones echados, por el pasillo entre las filas de bancos dentro de la iglesia. Los bancos estaban llenos de gente del barrio. Mientras las gallinas hacían sus sonidos, el padre Daniel daba la misa. 

Siempre era así la misa en la parroquia de San Francisco. Era una zona de las afueras, adonde los militares mandaron parte de la gente que desalojaron de Villa Pulmón —una villa demasiado cerca del centro de la ciudad. 

Cuando aquello sucedió, el cura irlandés Daniel McGrath aún no había llegado. Estaba en otro lugar pobre, del conurbano bonaerense. Desde que se había ordenado como sacerdote siempre prefirió los barrios de los pobres, en Beirut, en Goya, en Rosario, en el partido de San Martín.

Ahora daba la misa aquí. Quienes cubrían los bancos no le entendían su español atravesado, pero le tenían mucho cariño. Había conseguido que la misa del domingo reventara la iglesia de gente que no lo entendía. Cuando llegara el momento de la ceremonia en que los feligreses se desearan paz unos a otros, el silencio y la solemnidad se romperían por completo, y todo el mundo se abrazaría con todo el mundo y haría una larguísima fila para ir a darle un beso al cura. Él había iniciado aquella costumbre, que terminó siendo más importante que la consagración de la hostia y la sacrosanta comunión. Era el momento del júbilo.

Hasta que llegara esa instancia de la misa, los perros seguirían con su siesta, sacudiendo una oreja para espantar una mosca, y las gallinas andarían por el pasillo entre los bancos, rascando el piso de la iglesia.

El padre Daniel era viejo. Tenía una nariz larga y afilada como el pico de una garza. Esa nariz le tensaba tanto la piel, tenue como una fina película transparente, que daba la sensación de que en cualquier momento se rasgaría.

Era de un tipo humano muy diferente a los que se veían todos los días, tan increíblemente blanco, como un hermano flaco de Papá Noel recién llegado del Polo Norte. Y andaba siempre erguido, de pantalón y camisa negra de cura, con un paso mecánico que daba la impresión de que podría dar incansablemente vueltas al planeta caminando, tric-tric, tric-tric, tric-tric, de noche y de día, bajo la lluvia o el sol, mientras pensaba, hablaba con sí mismo, rezaba o incluso mientras dormía, perfectamente autómata, totalmente autosuficiente.

Quizás me daba esa impresión porque el padre Daniel McGrath era irlandés. Yo no había tratado nunca con irlandeses y me intrigaba muchísimo. Además, nuestra madre nos había advertido, antes de que lo conociéramos, que era un misionero y había andado por  Inglaterra, Francia, el Líbano y muchos otros países.

También nos advirtió: “pórtense bien con él y háganle caso. Lo recomendó el doctor Murphy”. Para nuestra madre, el doctor Murphy era como Dios.

El hecho de que el cura considerara mis poemas algo digno de su atención, dedicara tiempo a escucharlos y se esforzara por criticarlos y puntualizar algunos aciertos, produjo en mí un efecto que persiste, treinta años después. 

— Vos podés escribir. Vos tenés que escribir —me decía, y yo, que era un adolescente empeñado en destruir todo lo que mi familia mantenía en pie, pero sin saber hacia dónde quería ir, me transformaba en otra persona.

Entonces empezó a traer poemas suyos. 

— Intercambiemos —me dijo, y yo fui intensamente feliz de que un hombre más grande que mi padre me considerara un igual.

Al principio no entendí los poemas del padre Daniel, pero con el tiempo se me empezaron a hacer conocidos. Me los leía en inglés. Aún antes de que comprendiera las palabras, sentía dentro de mí que tenían algo que estaba vivo.

Finalmente tuve una especie de despertar cuando me leyó un poema sobre unos soldados que regresaban de la guerra. Un pequeño grupo marchaba junto a una fuente en medio de una calle de un pueblito medieval. Era verano, y el agua manaba abundante dentro de la fuente. El agua cantaba su canción eterna y el sol brillaba en ella creando blancas chispas, fugaces y frescas, pero los soldados parecían sombras abultadas que caminaban con un pesar de muerte, y las personas del pueblo no los abrazaban ni les hablaban, sino que se quedaban tiesas, como estatuas petrificadas por el horror.

Aún escucho la voz del padre Daniel leyéndome cadenciosamente aquel poema tan bello y tan trágico. 

 


Hasta el final de su vida Daniel McGrath fue un crítico muy duro del poder autoritario, no sólo de los militares, sino del poder económico, del capitalismo y del poder en la Iglesia Católica. Desde aquella parroquia metida en el barro, los caballos viejos, las gallinas, el agua podrida de las cunetas plagada de renacuajos negros, habría de criticar sin piedad el negocio que se crearía en torno a la Virgen que se le apareció a una vecina y que habría de convocar a muchedumbres ciegas de devoción.

También estaba furioso con los ingleses por la guerra de Malvinas. 

— ¡Inglaterra está aferrada a su violencia y a su decadencia! Es horrible para los ingleses que sus soldados tengan que ir a matar adolescentes argentinos en unas islas congeladas en el fin del mundo. ¿Para qué? ¿Qué ganan? Sólo se vuelven indecentes, pierden la moral, su identidad se corrompe. ¿Eso es patriotismo? Es un patriotismo patético. 

Nuestra madre nos lo dijo el primer día que él vino a darnos clase a casa:

— Es un intelectual y un revolucionario.

Nuestra familia se mudó a Estados Unidos un tiempo, y cuando regresamos, el padre Daniel estaba internado en el hospital San Felipe.

Un atardecer había salido del barrio en su modesto ciclomotor, y al meterse en la ruta para ir al centro, un Ford Falcon lo chocó de atrás con furia. El ciclomotor quedo retorcido y desmembrado y el cura dio tumbos pegando contra el asfalto a lo largo de veinte metros, hasta que lo detuvo un poste de cemento.

Con el tiempo habríamos de saber que el simulacro de accidente automovilístico era la siniestra técnica que usaban los militares para matar a los curas opositores. Increíblemente, Daniel McGrath no murió. Su cuerpo, sin embargo, quedó maltrecho. 


miércoles, 7 de abril de 2021

La vaca que espera en el campo



Muchos asuntos peludos (la muerte, nuestra, de gente que queremos; la imposibilidad, la duración de la vida) que mandamos lo más lejos posible porque nos asustan, esta pandemia los va a buscar, los desentierra, los trae y los pone arriba de la mesa, llenos de barro y mugre como están.


Y es asombrosa nuestra capacidad para, todavía, seguir porfiando en mirar para otro lado, seguir pensando "NORMALIDAD NORMALIDAD NOIRMALIDAD". 

Nunca la NORMALIDAD fue tan mentira.


Claudio se murió de covid19 mientras esperaba que la pandemia terminara y así poder concretar su proyecto.

Todos sabemos que las cosas volverán a su normalidad, y entonces mantenemos la compostura. Estamos asustados, pero mantenemos adentro de nosotros la normalidad que falta en el exterior. Cuando afuera vuelva a la normalidad, entonces pondremos la normalidad que tenemos adentro en sintonía con el entorno.


Pero mi amigo se murió en esa pose. Haciendo exactamente eso.


Podría ocurrírsele a un descentrado que la pandemia está peor ahora que el año pasado. Tenemos más muertos por día, tenemos menos capacidad en las terapias intensivas, la gente está más descuidada. Puede empeorar. En México, Colombia y otros países hay una tercera ola. Europa no le encuentra la vuelta, Estados Unidos tampoco, y eso que la vacunación es masiva.

Puede ser que la situación en la segunda mitad del año sea peor, puede ser que la del año que viene sea peor que la de este año, y la situación del 2023 peor aún.


No quiero que nadie se muera con el proyecto en la mano. 

Y entonces, se me ocurre que mientras esperamos que vuelva a la normalidad, tendríamos que hacer algo. 

Creo que nos convendría coger.

Por supuesto que hablo de coger en todo sentido, y el significado que implico es el de hacer todo lo que podemos hacer. 

Todo lo que tenemos para hacer entre nosotros.

Unos a otros.


Cuando comparta este mensaje, mucha gente de corazón grande me acompañará en el dolor por la muerte de mi amigo. 

Les diré que la mencioné como un don, como un regalo de la Muerte. 

Si no la aprovecho para aprender que la normalidad es una ficción infernal, cuya única función es mantenernos sometidos como las vacas en el campo que están creciendo para un día ser llevadas al matadero, Claudio habrá muerto más en vano de lo que murió.



domingo, 4 de abril de 2021

Jesús en la plaza Houssay

 Hay algunos detalles que diferencian a la plaza Houssay de otras.

Uno de ellos es que prevalece el cemento.

Otro, que tiene una iglesia enclavada en el centro.

Tiene un sótano —ocupado por un estacionamiento.

Tiene un patio de comidas en el nivel del subsuelo, que conecta con una estación de subte.

Está en medio de facultades de la Universidad de Buenos Aires, en un territorio liminar, que no es ni Once ni Barrio Norte, que no es exactamente un barrio donde viven familias ni una zona comercial, ni especial como Tribunales, o el casco histórico o la zona financiera.

No está enrejada.


Desde hace varios años, he notado que la plaza Houssay convoca tribus urbanas.

Describí esta situación hace una década. Y desde entonces he notado que cambian las tribus, pero la plaza sigue funcionando como espacio de encuentro de grupos identitarios singulares.


Al pragmático que este planteo pueda parecerle una hipótesis de alguien aficionado a las etnografías, que gusta de sentarse en un banco de la plaza, fumar una sustancia aún ilegal, contemplar el mundo alrededor e imaginar lo que no hay, ayer la realidad le habría dado un baldazo de agua fría.

Un grupo reclamaba su existencia fáctica nada menos que con una insignia: todos sus miembros tenían una remera blanca que decía “De Jesús - Academy”. 

Estaban en la canchita de fútbol, en la que sólo había un par de chicos y un papá con un nene jugando pacíficamente con una pelota.

Un muchacho dirigía el grupo, llamativamente heterogéneo. Había una chica muy bonita y muy maquillada, otra igual, pero con un cuerpo generoso en exceso, otro joven, una chica con síndrome de Down y dos chicas travesties.

Me pareció una composición excitante, al suponer que se trataba de una tribu católica —cosa a la que me inducía no sólo el nombre “Jesús”, sino que era el sábado santo.

Más intrigante me resultó que el líder comenzara a enseñarles cómo desfilar en una pasarela.

La realidad estaba burlándose de mi capacidad fabuladora. 

Mi amigo el ucraniano, con quien a veces compartimos vino en tetrabrik, observaba desde lejos, tan azorado como yo.

Unos muchachos paraguayos que hacían adornos con hojas verde de una palma estaban de lo más entusiasmados. 

La gente se acercó, les tomaba fotos con el celular cuando los estudiantes practicaban el desfile, con la instrucción impecable del líder, digámosle profesor, seguramente Jesús, que no solamente era formidable en su didáctica, sino que cuando hacía los movimientos para enseñar cómo debían moverse, resultaba hipnótico y conmovedor, y daban ganas de aplaudirlo.

Me causó gracia mi confusión inicial, de creer que eran un grupo cristiano, pero me fui pensando que enseñar algo que apasiona, en una plaza pública de un barrio desangelado, entre borrachos y curiosos, a personas que jamás llegarán a subirse al Reino de los Cielos de una pasarela, pero que tienen el deseo de algo que los trasciende, todo eso, pensé, Jesús lo miraría con una sonrisa.








sábado, 3 de abril de 2021

Borges entrevistado por William F. Buckley, Jr.


Es una de las mejores entrevistas que vi a Borges. 
Siendo Borges genial en todo momento, la calidad de las entrevistas están marcadas por el humor que tenía ese día y por el diálogo que se establecía con el entrevistador. 
En este caso, William F. Buckley, Jr. hizo gala de toda su dimensión intelectual y suficiencia como entrevistador (condujo más de 1400 episodios de este programa). Me resulta muy interesante el modo en que le regala a Borges el centro del ring en el round del gorilismo, el primero. Él habría empatado el fascismo de Borges, pero le cedió el lugar. 
Pasado ese trago, creo que para muchos que sienten como yo, amargo, le entrevista fluyó maravillosamente, con Borges sintiéndose convidado a decir cosas que realmente quería decir, y también desafiado, a lo que respondió con humor gentil y un poco de canallismo, también.

Por otra parte, me gustaría ofrecer este contexto de la entrevista.


viernes, 2 de abril de 2021

Alguien nos maneja



"Sangre mezclada", 2021

Está mañana me levanté y me puse a retratar una escena vegetal que hay en mi ventana.

Cuando termine la pintura, me di cuenta de que respondía a una de las técnicas de la pintura clásica china.

No había decidido pintar y mucho menos hacer una pintura china, en un estilo que jamás hice -y a hice como si supiera.

Yo creo qué hay gente que nos maneja.

Artículo 25

La Constitución Argentina aclara de modo indudable que “los extranjeros gozan en el territorio de la Nación de todos los derechos civiles del ciudadano; pueden ejercer su industria, comercio y profesión; poseer bienes raíces, comprarlos y enajenarlos; navegar los ríos y costas; ejercer libremente su culto; testar y casarse conforme a las leyes.”

También prohíbe al Gobierno “restringir, limitar” o “gravar con impuesto alguno la entrada en el territorio argentino de los extranjeros que traigan por objeto labrar la tierra, mejorar las industrias, e introducir y enseñar las ciencias y las artes.”

Pequeño detalle incidental —en la Constitución de hoy, que es de 1994—: informa, en su Artículo 25, que “el Gobierno federal fomentará la inmigración europea”.

EUROPEA.





jueves, 1 de abril de 2021

Shtisel y Los gauchos judíos

Cuando yo tenía 12 se estrenó la película “Los gauchos judíos”, con la que Juan José Jusid puso en cine el libro en el que Alberto Gerchunoff había contado, 65 años antes, las peripecias e integración a la Argentina de los judíos que fueron traídos a Entre Ríos desde Rusia.

Jusid hizo una película maravillosa, con un guión maravilloso, en el que el ángel de Oscar Viale trenzó de modo asombroso la serie de anécdotas que es el libro de Gerchunoff.

El Tanaj, base del Antiguo Testamento de los cristianos, tiene esa estructura: una bolsa de anécdotas. No es una historia compuesta por partes, sino historias completas, que pueden funcionar perfectamente autónomas, que se tienden en un espacio. El hilo conductor es el Pueblo Judío, lo que en el libro de Gerchunoff es los inmigrantes judíos de Rusia que llegaron de la mano del Barón Hirsch y los fundadores de la Argentina que aborrecía a los nativos y anhelaba un país blanco. 

Gerchunoff cuenta los cuentos que se contaban, que escuchó, y no se preocupó por estructurarlos en una sola historia, lo que sí hizo Viale para la película.

El mismo esquema tiene la serie Shtisel.

Adoro esa serie. Sé que los judíos haredíes pueden ser gente difícil, pero no hay cómo ver la serie y no adorar su vulnerabilidad y su amor por los suyos —en un mundo que se desbarranca hacia el espanto del individualismo hedonista.

Shtisel son anécdotas hiladas con dos tipos de hilos. El primero es el espacio sobre el que las historias se desarrollan: los Shtisel, la comunidad haredí de una ciudad de Israel. 

El segundo, es el de la narrativa cinematográfica. En este último plano, me tomo el atrevimiento de advertir que los guionistas de Shtisel han conseguido algo que está por debajo de lo que hizo nuestro genial Oscar Viale en Los gauchos judíos.