miércoles, 31 de julio de 2019

La armónica

Un viejo va con guardapolvo azul y guantes de trabajo. Se detiene y se sienta. Da unas pitadas a un pucho. De una bolsa para hacer los mandados saca una bolsa de plástico más pequeña, y de ésta saca una armónica. Se pone a tocarla. En la otra mano sostiene el pucho. No está pidiendo dinero. No tiene público y toca en un volumen inaudible.
Hay infinitos mundos en este mundo. 
A los pocos minutos se levanta y se va. 


Hay algo allí


Hay algo allí dentro.
Pasé cerca. Era una cabina como de seguridad o una casilla para vivir, muy pequeña.
Estaba cerrada, clausurada. Casi hermética. No tenía ventanas y no vi dónde estaba la puerta.
No lo olí realmente, pero era como haber olido algo.
Sentí la presencia de un animal allí adentro.
Como si la hubiera olido, pero era otra cosa.
Pensé “ahí dentro hay un oso”.
No tenía sentido, pero era patente, de una realidad más precisa que esta realidad. Como cuando de repente hace frío o cuando levantás instantáneamente la vista y descubrís a alguien que te está mirando. Algo en vos lo sabía, pero vos no lo sabías. Algo en vos lo sabía, por eso buscaste a quien te estaba mirando.
Había algo vivo allí dentro. Algo como un animal, que no era un animal, pero era enorme, impredecible, feroz.
Ya hacía dos años que vivía en el pueblo, pero no había visto la casilla. Pensé que podían pasar otros dos años sin que pasara por ahí, pero ahora sabía que estaba, con aquella cosa  encerrada.
Podía hacerme el distraído, pero ya el pueblo no sería el mismo.
No podría dejar de preguntarme qué pasaría si se liberara aquello.
Le pregunté a otros, pero casi nadie recordaba la casilla.
Algunos habían notado  su presencia, pero no le prestaron atención. No percibieron nada especial.
Unos pocos se extrañaron y una señora había sentido lo mismo que yo.
Le propuse ir a encontrar la puerta y liberar lo que había allí dentro.
Ella ya había pensado en eso. “No tiene puerta”, me dijo.
“Hace años, desde antes que vos nacieras, que estoy esperando que la fuerza contenida ahí quiebre las paredes y aparezca en esta realidad. Cuando eso suceda nuestras vidas realmente cambiarán. Ya no será una sensación”.
“¿Está mal que las rompamos nosotros?”
“No. No está mal. Yo no me atrevía, pero ahora siento que hay en vos y en mí  parte de eso que está encerrado, y que somos necesarios para liberarlo”.
“Vamos”, me dijo al fin, y fuimos, sin tener idea de cómo haríamos lo que queríamos hacer ni cuáles serían sus consecuencias.







martes, 30 de julio de 2019

Gauchos

Ayer, unos gauchos arremetieron a caballo contra unas chicas indefensas que se habían metido a protestar con unos carteles en una pista de la Sociedad Rural, catedral de la oligarquía argentina, mayor expresión de la civilización en nuestro país.

 O sea, independientemente del origen y motivo de la protesta, estos gauchos son los lacayos de los dueños de los campos de Argentina.
Lacayos, vasallos, sirvientes, pajes, domésticos, obedientes, siervos, capangas, capitos, perros, laderos, falderos, chupamedias.
Es difícil conciliarlos con aquellos otros gauchos, que pelearon en las guerras  de la independencia.
Y es mucho más difícil conciliarlos con los gauchos renegados, hijos de un blanco y una india (de un blanco que violó a una india), que estaban fuera de la ciudades, fuera del trabajo, de la educación, de la nación.
Esos que no buscaban someter a nadie, pero que no se dejaban someter.
En una época, se pensó en ellos. Se los reivindicó cuando había un poco más de dignidad y menos vocación por el lacayismo.
Esos gauchos eran la barbarie: los peronistas, los negros, los pobres, los inmigrantes de los países limítrofes.
Lo que hoy quiere exterminarse.
Quedan canciones que cantaba Cafrune y aún las canta, como mostrando unas reliquias que pocos quieren ver, José Larralde. 



lunes, 29 de julio de 2019

Nos buscamos


Hace miles de años que bailamos está angustia.
Cada vez que nos encontramos, la realidad estalla. Luego nos volvemos a perder.
Nos buscamos porque sabemos que somos parte de una misma cosa.
Nos buscamos porque nos pertenecemos.
Nos buscamos como dos ángeles se buscan en la oscuridad.

domingo, 28 de julio de 2019

Sacrificio



Por deporte de pueblo, por machitos —también deporte de pueblo—, íbamos a cazar al bañado.
Una vez tumbé una gallareta y cuando la encontré se estaba revolviendo desesperada aleteando como si le estuvieran prendiendo fuego los hijos, pataleando sin coordinación y abriendo el pico como si gritara, pero no emitía ningún sonido. Giraba en el agua playa y se enredaba con la vegetación, y miraba la nada con unos ojos enajenados de animal mecánico. Estaba cerca de la muerte, pero no acababa de morirse. No soporté la escena. Podía haberla agarrado nada más y metido en la bolsa, pero le apunté a la cabeza y le disparé para terminar su suplicio. Le volé el maravilloso pico rojo entreabierto, se sacudió un poco más y al fin se quedó quieta.
Juré nunca más matar un ser vivo.
Algunos años después, cuando pasé una temporada en un asentamiento junto al río Bermejo, mi amigo de allí, un viejo que me llamaba “mi nieto” me llevaba a cazar vizcachas. Para él cazar era algo serio. Había muchas vizcachas, pero cuando tenía dos o tres, volvíamos. El primer día me dio la carabina. Mi primer tiro fue alto. No conocía la mira. Disparé bajo el segundo, para entenderla. Entonces el viejo me quitó la carabina de las manos. “Un tiro”, me dijo bajito. Estaba serio. Entonces tiró él. Con cada tiro mató una vizcacha. “Un tiro para cada vizcacha”, comprendí. Yo era su “nieto” porque le había llevado de regalo una caja de balas.
Cazar con él no me hizo mal. Era parte de la convivencia.
Nunca más anduve matando animales.
Quizás ya no puedo matar a sangre fría un pescado. De ningún modo podría matar una vaca. Matar un cordero sería un asesinato inmundo. Y desde hace un tiempo no me puedo sacar de la cabeza que un chancho es una animal humano. Más aún, me trastorna la idea de matar un pulpo, al que también he descubierto algo raro.

Raro en el sentido de aquello que tiene un ser al que se asesina. Lo que convierte el matar en un asesinato es eso raro que tiene la criatura.

Salgamos de acá un momento. A muchas personas les resulta hartamente desagradable el modo de tomar café como si el café fuera cualquier cosa.
Esas personas han pasado por la experiencia de sentir que el café es algo muy especial. Algo tan delicioso, tan sofisticado, de lo que sienten que ha de tomarse apenas un pocillo. Es perfecto el café así. A la temperatura precisa, hecho de la manera exacta, con la cantidad de agua y la cantidad de café medidas. Un café hecho como un ritual. Cuando el café toque los labios, será algo casi milagroso.
Frente a ese prodigio, ver jarras de café recalentado que se vuelcan como agua servida en tazones de un cuarto litro y se beben sin prestarle atención, mientras se grita, se corre, se usa el celular, es algo obsceno.
Tan obsceno como los indios norteamericanos observaban el modo en que los hombres de hoy fuman. Uno de ellos dijo que “el tabaco sólo era fumado en rituales. Su humo era el indicio de la paz entre dos pueblos. Lo han prostituido, lo han convertido en una mercancía. Se fuma brutalmente, sin saber por qué. Sin llegar a sentir que el tabaco es algo sagrado. Sólo para que unos pocos se queden con montañas de dinero. Y entonces el tabaco se venga creándoles vicio y cáncer”.

Comemos animales criados como monstruos porque su única función es generar lucro. Nada importa su sabor, ni sus efectos sobre la salud, ni siquiera su valor alimenticio. Son igual que el café en jarra.
Igual que la rúcula, el jengibre, los arándanos producidos para el consumismo.
Pensar que el problema son los químicos que se usan para agigantarlos y que pasan a nuestros cuerpos como toxinas o como veneno genético, es perder el foco. Criarlos “orgánicamente” no soluciona el tema, porque el tema de fondo es el lucro (lo “orgánico” no es más que una remanida maniobra de mercadeo).
El asesinato es el capitalismo.
Aquel viejo no amaba las vizcachas. No pensaba que eran buenas o lindas; no eran sus mascotitas. Ni las criaba orgánicamente, ni siquiera pensaba si se podían extinguir o no. Sólo no las mataba industrialmente para obtener ganancia.
Quizás hubiera querido obtener lucro, pero no estaba enganchado del todo con la economía capitalista.

Si comiéramos a los animales como los indios norteamericanos fumaban el tabaco, no los asesinaríamos.
Los sacrificaríamos, comprendiendo que son el milagro supremo, la vida.














sábado, 27 de julio de 2019

Carta política del día - Reconquista



Sentí que tenía plena razón una sobrina mía cuando me amonestó porque “no es que nada más te interese la política, ¡yo no te soporto porque estás fanatizado!“
Es cierto que todo el tiempo estoy pensando en los cientos de fábricas que cierran, en los comedores escolares abarrotados de chicos, en la gente que está comprando menos comida.
Regresé a Argentina hace más de un mes, y no puedo terminar de desembarcar.
Desde el 2015 siento que aquel apoyo masivo a la dictadura en 1976 nos ha robado el país.
Siento que estamos entre otra gente.
Me niego a despertar a esta pesadilla, pero dormido me doy cuenta de que es lo que está sucediendo en la vigilia.
Tenemos que ponernos de pie y reconquistar la realidad.
No podemos seguir viviendo en esta Argentina de la humillación ni dejársela así a nuestros hijos.


jueves, 25 de julio de 2019

Anita, te va a ir muy bien.


 Ayer hablamos con mi hermana Anita sobre el consentimiento a los hijos.
Decíamos que no siempre es bueno para ellos.

Estábamos los dos solos en el local que alquiló para abrir una pollería.
Es un local muy grande, y estaba vacío, salvo las grandes heladeras que ya compró.
Estábamos de acuerdo en todo lo que hablamos.
Le dije que sé que tiene todo lo necesario para que le vaya bien.
Le dije que debía pensar que tal vez los primeros meses son a pérdida, y que debía incorporar esa pérdida al cálculo de la inversión inicial.
Cosas que uno dice porque es el hermano mayor.

Le dije que la ubicación es muy buena.
Le dije que siempre la venta de comida anda bien, porque aún en las peores crisis, la gente necesita comer.
Ella estuvo de acuerdo en todo lo que dije.
Supe que ya había pensado cada cosa que le estaba diciendo.

Le dije que iba a demandar de ella su mente y su cuerpo. Iba a tener que vivir allí.
Le dije que cuando empezara a andar bien, le convenía empezar a reinvertir en ese negocio, arreglar el auto y arreglar la casa.
O sea, que comenzaría a tener una nueva vida.
Estábamos allí, en ese lugar vacío, en el comienzo de la nueva vida de Anita.

Hasta ahora, sólo había seguido la iniciativa del hombre que fue su marido.
Hasta ahora se apoyaba en nuestra mamá. Nunca sabía bien Anita cuánto ganaba ni cuánto gastaba. Nuestra mamá la cubría.
Hasta ahora, Anita siempre se las había arreglado para que la apañaran, la consintieran, y así evitó responsabilizarse.
Ahora empieza.

En la sociedad de nuestros abuelos, esto hacía la gente a los 21 años. Los tiempos han cambiado, la historia de nuestra familia cambió. Ella tiene 54, y está perfecto que empiece ahora.

Por primera vez se pagará un seguro de salud.
Por primera vez progresará por su trabajo.
Ya no vivirá consentida.
Estábamos los dos ahí, solos.
Sentí con mucho extrañamiento que nuestra mamá ya no estaba entre mi hermana y yo.

Entonces le dije que ante cualquier duda práctica que tuviera, tenía alguien que le daría el mejor consejo que iba a encontrar: nuestro padre.
Él es comerciante puro y tiene el don de conocer el funcionamiento de las cosas.

Saqué una foto de nosotros dos y se la mandé a él.
Más tarde él llamó. Dijo que el local estaba muy bien.
Le expliqué que le recomendaba a Anita que le pidiera consejo.
— ¿De qué?
— No sé… de qué hacer con la recaudación en efectivo, por ejemplo —imporvisé.
El dio un consejo perfecto. Anita asentía.
En realidad, su consejo era lo que Anita ya me había anticipado que ella haría.
Pero todos nos quedamos muy contentos.

Anita, te va a ir muy bien.



miércoles, 24 de julio de 2019

Dilema del rezongón


Tienen razón los jóvenes que no me aguantan la furia fanática contra la marcha que lleva la sociedad.

“Estás todo el día con la política”, me dicen porque puteo porque la pobreza subió 24,3%, caen como loco las ventas en los supermercados, la fuga de capitales es gigantesca, los comedores escolares no dan abasto o todos los días cierran más pequeñas empresas. Para ellos la política no tiene nada que ver con sus vidas.

No soportan mi malhumor, la pesadez y la oscuridad permanente de mi ánimo.

Los entiendo.

Es porque soy un viejo rezongón (a cierta edad, algunos perdedores descargan despotricando contra todo y quejándose, la frustración de no haber conseguido lo que anhelaron).

Es porque me preocupo porque veo venir un desastre social que someterá a los chicos a una vida horriblemente indigna.

Es porque las sustancias químicas de mi fisiología neurológica me ponen irritable.

Es porque veo que los jóvenes se abandonan a la apatía y sé que entonces otros decidirán por ellos, en contra de ellos.

Es porque pertenezco a una generación formateada con la mística revolucionaria.

Me dejan hablando solo, se rajan.

Tienen razón.

Pero si viendo venir la que se viene, me quedara callado y sonriente, agradable y simpático, para que no me abandonen, creo que sería, rotundamente, una mala persona.

* * * * * * * *

“El fanatismo es la única fuerza que Dios le dejó al corazón para ganar sus batallas. Es la gran fuerza de los pueblos: la única que no poseen sus enemigos, porque ellos han suprimido del mundo todo lo que suene a corazón.”
Eva

Bussi vive


“Son invisibilizados”.
La ciencias sociales han encontrado esa forma paraliteraria de hablar de las personas que no tienen dónde dormir y entonces duermen en la calle.
El término no está del todo mal, sobre todo está bien que impacte y haga pensar. Sin embargo, es una licencia poética.
“Son invisibilizados. Igual que un poste, igual que una parada de colectivos, igual que una puerta”.
La verdad es que no.
No se deja de verlos.
Lo que hacemos es acostumbrarnos, como hacemos con las veredas rotas o la basura caída al costado de un container o con la mierda de perro.
El amplio, mayoritario, triunfal apoyo al modelo de país por el que se instalaron las dictadura militares, aborrece esas presencias.
Quiere desaparecerlas.
En 1977 el general Bussi los metió en un camión y los arrojó en un desierto, en otra provincia —en 1995 Bussi fue consagrado gobernador por los votos en elecciones democráticas.
El deseo de un país europeo, norteamericano, se asquea e indigna por la presencia de lo que siente como bultos amenazantes hechos de cartones, trapos, restos de comida, mal olor, perros, niños, pelos, cuerpos.
El sentimiento es "pago mis impuestos, no tengo por qué pasar por la experiencia desagradable de ver esta excrecencia humana”.
Sobrevendrá el enojo con el gobernador de la ciudad, Rodríguez Larreta, y con el presidente Macri porque aún no los eliminaron.






martes, 23 de julio de 2019

No hay que comerse a los animales, pero algunos animales son unos herejes



Uno piensa que un salamín, uno solo, no la ristra que venía cuando se compraban dos o tres kilos, un solo salamín, puede costar, no sé, 12 pesos.
Pero cuesta como 140 pesos.
Un solo salamín.
Y entonces se lo compra de a uno.
Cuando compro uno lo corto finito, para que dure, sintiéndole el sabor a cada rodaja, comiéndola con un trocito de queso y bastantito pan.
La otra vez compramos un salamín que tenía un aspecto formidable, y por ahí el gato de mi amiga se había subido a la mesada y se lo estaba masticando entero.
Sin sacarle la piel y nada de rodajitas, le entró con todo, como un desesperado se pone a devorar el dulce de leche directamente del pote a los cucharazos.
Moraleja, los animales no le dan ninguna importancia a la sacralidad de las cosas que se vuelven sagradas.




lunes, 22 de julio de 2019

Un candor que todo lo puede



Como los extranjeros que viven en cualquier país, los que están en China pueden dividirse entre los que no están aguantando más porque quieren volver a casa, y los que se han hecho al medio.
Uno de estos últimos contó estos días que se casará con una china. Le pregunté qué de la chinidad de la chica le gusta, pensó y pensó, se revolvió en pensamientos y al fin salió con algo en la mano: “me gusta su inocencia”.
A muchos nos llama la atención la inocencia, la pureza, el candor que hay en los chinos (claro, junto con muchas otras cosas).
Algo que está entre la más alarmante vulnerabilidad y fragilidad, y una fortaleza imbatible.

Hoy un periodista con mucha audiencia y que digiere las cosas apenas para darle la forma que el sentido común ansía, o sea más de lo mismo, siempre lo mismo, decía en su programa de radio que ya todo el mundo está dentro del capitalismo (como si las formas de la economía fueran etiquetas) y que por lo tanto no hay más utopías que la capitalista.

Ayer revisábamos con dos amigos el fracaso de Barbie en China, cuando intentó ser introducida a la fuerza.
Decíamos que a padres e hijos chinos les resultaba chocante que las nenas jugaran con una muñeca que remedaba a las concebidas para la sartisfacción de los hombres más fetichistas. Sólo consiguió ser adoptada cuando se presentó como una nena.
En el universo simbólico chino, la niñez es asociada con la alegría y la felicidad.
“Ellos conservan eso”, dijo la chica más despabilada. “Las antiutopías nuestras no los rozan”.
Tal vez sea una decisión de los chinos que las antiutopías no los rocen.
Están muy seguros de que sus hijos, aún niños, estarán bien. Mejor que ellos. Cada vez mejor.




Dos deportes



Hace años estuve en un pueblo, en una zona subtropical de Argentina. La gente era muy hospitalaria y alegre. Me invitó un amigo que me definió el lugar así: “los dos deportes favoritos de este lugar son las biabas que los tipos les dan a sus novias y esposas, y la infidelidad, que es un baile permanente. Todos con todos”.



Hijos consetidos



Encuentro muy conveniente que los padres nos demos a los hijos. 
No siempre lo mejor es consentirlos. Creo que no está bueno para los hijos que los padres los consintamos para consentirnos. 
Puede ser un acto de egoísmo para el cual usamos a nuestros hijos.
Quizás sería bueno evaluar si es mejor consentirlos en tal o cual aspecto para su bien. 
Y creo que ese sería el mayor bien para los padres.




miércoles, 17 de julio de 2019

La mamá de los anillos



Somos amigos, compañeros, cumpas desde hace muchos años. Ella es como era mi mamá, una mujer a quien no se le ocurre que haya diferencia entre los hombres y las mujeres.
Hace muchos años que somos amigos, de la época en que ella era soltera. Después se casó con un tipo macanudo, de esa gente que hace lo que piensa. Me alegré y aunque pasaron por algunas tormentas, me sigo alegrando por ella. Él es una de esas personas a las que se envidia con admiración y deseándole lo mejor porque se lo merece.
A veces nos encontramos solos con mi amiga de mi alma. Muy cada tanto, un par de veces al año. Tomamos una cerveza, picamos algo en algún bar cerca de su casa.
Un rato.
Nos ponemos al día, casi como parientes. Estamos conectados por el celular, obvio, o sea que sabemos inmediatamente cosas del otro, pero vernos es diferente. Contarnos nos hace saber las cosas en profundidad.
Y charlando volvemos a ser nosotros.
Ella trabaja mucho. Encontrarse conmigo  es una salida que ella tiene.
Tiene dos hijas chiquitas, la más chica de un añito.
Ayer estaba contenta porque desde hace unos días por primera vez en cuatro años las nenas se quedan toda la noche en la pieza de ellas.
Estaba, al fin, durmiendo bien. Se podía entregar a dormir toda la noche.
Se divierte con todo lo que nos decimos. Le doy algo y cuando lo mete en la cartera saca para mostrarme, riéndose, dos pañales descartables.
“Tengo pañales, tengo toallitas húmedas, lo que quieras”.
Lo que yo quiera, quisiera, si tuviera un bebé. No lo tengo, ni lo voy a tener ya.
La miro. Se ha arreglado tan linda. Es tan elegante y tan sencilla, y fresca. Tiene unos anillos que la elevan a la categoría de esa criatura gloriosa que son las mujeres.
— Me tengo que ir —le digo.
— Se nos hizo corto.
— Sí, como siempre
— Sí.
— Dale saludos a tu marido.
— Bueno, vos cuidate.
Nos saludamos con un beso y cuando nos estamos yendo nos miramos en silencio un instante.
Como siempre.




Gracias


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lunes, 15 de julio de 2019

Frases de un fin de semana

“Yo tenía una infección generalizada. El médico estaba desconcertado. Me mandó mil análisis, no pudo descubrir nada. Entonces me recetó Alplac, no sé qué más y 'Cayo Largo' Unos días después tuve que ir a actuar a Miami. Me hice dos días para visitar Cayó Largo, ¡y me curé!”
“Podemos hacer un mural de Star Wars”.
“Yo le digo a las viejas que vienen al consultorio, '¿dónde tenés el rímel? Querida: lo ponés bien a mano en la mesita de luz. Imaginate que te morís, ¿con qué te vas a ir a la Eternidad? ¿Con un rímel barato, que tiene el funebrero en una bolsita de nylon para maquillar a todos los fiambres? Y te ponés el mejor vestido en la puerta del placard. ¿Estamos? Y otra cosa, la próxima vez, con esas raíces, no te dejo entrar'“.
“Falta tu generación en política. A la generación anterior a la tuya la desaparecieron físicamente y a la tuya le desaparecieron el coraje, el ímpetu y el deseo del poder”.
“Todos estábamos muy contentos de su éxito. Lo había logrado con mucho sacrificio. Brindábamos a cada bocado. En un momento todos vimos que no podía mantener el pulso y que los palitos temblaban en sus manos. Entonces mi papá se levantó y se fue a llorar”.
“Leímos tu relato en mi taller literario. Es un texto muy bueno, pero por un lado, es parte de una novela, y por otro, no se puede sostener una novela escrita entera de ese modo”.
“¡Basta Piru! ¡Salí! Pablo, sacale el perro. Qué pesado, ¡fuera!”
“Fuimos parte uno del otro. Uno no es solo, no es el líquido dentro de un tubo de ensayo; uno está hecho de partes de los demás. Con él nos cocinamos juntos desde chicos, y sin embargo, es como si la relación se hubiera secado. Ya no nos interesamos en el otro. No tenemos nada que aportarnos. No tenemos ganas de vernos”.
“Hay una fiesta de Bowie”.
“Cuando vi a mi papá llorando porque le habían robado la camioneta, se me vino el mundo abajo”.
“Es Verbitzky”, “¡Pero no! No tiene nada que ver con Verbitzky”, “Yo lo voy a saludar”, “¡No es Verbitzky!, ¡Qué terco! Bueno, pedile que agarre el micrófono y devele una trama”.
“Venite a comer osobuco con nosotros”.
“Veinte a comer un asado al mediodía”.
“Y la princesa Leia era su hermana melliza”.

“No puedo estar con una persona que no tenga mística”.
“Me impresiona que sea más real que una fotografía. Mirá la carne enferma”.
“¿En el Café Margot?” “Me encanta”.
“Antes de tatuarte el tigre, te lo voy a dibujar, así ves cómo te queda”.
“Voy a seguir el relato en una crónica fácil de entender, pero sin explicar ese texto intrincado. Sólo cuando haya avanzado con la crónica, se irán descubriendo pistas sobre eso que es fuerte pero no se entiende. Gracias. Tu taller es fecundo, llega hasta acá. Debería pagarte como un participante más”.
“Este es Yoda”.




lunes, 8 de julio de 2019

Pensar en redes



Los  pensamientos que tenés cuando caminás son diferentes a los que tenés cuando conversás con una persona, uno a uno, en un café.
Las circunstancias en que se piensa generan diferentes tipos de pensamiento.
Por ejemplo:
En la ducha.
Escribiendo reflexiones a mano en un cuderno.
Manejando un auto.
Viendo un partido en la cancha.
Haciendo algo mecánico y repetitivo con las manos, como tornear, cortar tela, acomodar mercadería en los estantes, rotular productos, armar piezas, etc.
Leyendo un libro.
En una conversación grupal.
Haciendo una escultura.
Un mismo asunto se piensa diferente andando en bicicleta que sentado en el baño o siendo discutido en una clase.

Y ahora pasamos muchas horas conversando por redes sociales.
En comunicación con otros por Facebook, Twitter, Whatsapp, Instagram u otras redes, se piensa de un modo diferente al modo en que se piensa, digamos, escuchando música, hablando por teléfono o nadando.
El pensamiento que se genera en redes sociales va ganando espacio aceleradamente.  Quizás ya es el modo preeminente de pensar.





domingo, 7 de julio de 2019

Tiene razón


Los amigos tienen siempre la razón.
No me importa que venga Jesucristo y su madre y me demuestren que mi amigo está equivocado.
Tiene razón.
Hay un punto en que uno debe equivocarse adrede, mancharse, ensuciarse, sin perdón, con todas las condenas que le quepan.
Hay un punto en que hay que cometer un pecado.



*          *          *

Cazador blanco, corazón negro es una película en la que Clint Eastwood remeda el tiempo en que John Houston filmó en Congo y en Uganda The African Queen.
En la siguiente escena, John, el director, va a cazar elefantes con Pete, el guionista, el cazador Kivu y el traductor Ziv.

 ¿A dónde vamos esta mañana, John?
 A un lugar que Kivu conoce. Dice que muchos elefantes van allí en esta época del año.

Andan un tramo largo en un jeep atravesando la sabana.

— Dice que nos estamos acercando. Dice que están allí, pero cree que es mejor si solo van dos tiradores.

John baja del jeep. Pete no se mueve de su asiento.

 Pete, ¿estás listo?
 No, tú y Zib son suficientes.
 ¿No vendrás?
 No, voy a esperar aquí.
 Ahora, mira, niño. Nunca te he dado consejos. Nunca te he obligado a hacer nada, pero esta vez es diferente. Creo que deberías venir. Te lo pido como amigo.
 No, anda tú, John. Esperaré aquí.
 Si no vienes, lo vas a lamentar toda la vida.
 No quiero dispararle a un elefante.
— Ese no es el punto. Si no vienes, es porque tienes miedo. Y tú lo sabes.
— Bueno, supongo que tendré que vivir con eso.

En la situación de la caza, cuando unh elefante está cerca:

— John, ¡no dispares, no dispares! Es muy peligroso. Vuelve lentamente.
 Este es el que estoy buscando.
 No es seguro. Hay demasiadas vacas alrededor. Vuelve lentamente. Venga. Acaba de llegar. Haz lo que te digo.

John ha vuelto al jeep. A lo lejos se ven los elefantes. Pete:

 Nunca había visto uno antes, fuera del circo o del zoológico. Son tan majestuosos. Tan indestructibles. Son parte de la tierra. Nos hacen sentir como pequeños perversos.
Criaturas de otro planeta, sin ninguna dignidad. Hace que uno crea en Dios. En el milagro de la creación. Son fantásticos. Son parte de un mundo que ya no existe, Dios mío. Me hacen sentir un tiempo invencible.
—Sin duda tienes el don de la palabra, Pete. No es de extrañar que seas un escritor.

Finalmente se van del lugar.

 Seamos sinceros. Este país es demasiado duro para nosotros. Sólo somos personajes de Vine Street, no dos héroes de una de tus películas.
—Ya sabes, niño, vamos a terminar juntos. Cuando seamos viejos. Probablemente viva en una cabaña en las Sierras y busque oro. Nos sentaremos alrededor de la fogata por la noche y nos contaremos mentiras el uno al otro
 Sí.
 Sobre todas las cosas que hemos hecho. Las guerras que luchamos. Libros que has escrito, películas que he hecho.
 No lo dudo, John.

Más tarde:

  Todo bien. Todo bien. Olvídalo. Lo intentaremos de nuevo mañana. Mañana por la mañana, y mañana por la tarde, nos vamos.
 Tienes que empezar con la película, John.
 Puedes irte si quieres. Me quedaré.
 La compañía llega a Entebbe pasado mañana.
 Me quedaré.
 ¡Jesucristo! ¿Serás razonable?
 Estoy siendo razonable. No me importa una mierda si la compañía llega aquí mañana o si llegó hace tres días. Me quedo hasta que consiga mi elefante.
—Necesitas a alguien contigo. No se puede cazar solo.
 Kivu irá conmigo.
— John, ¿cuánto tiempo planeas quedarte?
 Bueno, eso depende de los elefantes. Y de las guías. Si Ogilvy resulta ser otra anciana como el resto de ustedes, puede llevar meses. Pero si es la mitad del hombre que es Kivu,
puede no tardar en absoluto

Más tarde:

— ¿Qué pasa, chico? Escúpelo. Estás sentado alrededor guisando como una dama que acaba de ser echada de la cama.
— Estás loco o eres el hijo de puta más egocéntrico e irresponsable que he conocido. Estás a punto de cagar toda esta película, John. ¿Y para qué? Para cometer un crimen. Para matar a una de las criaturas más extrañas y nobles que vagan por la faz de esta tierra de mala muerte. Para cometer este crimen, estás dispuesto a olvidarte de todos nosotros y dejar que toda esta maldita cosa se vaya a la mierda.
 Te equivocas, niño. No es un crimen matar un elefante. Es más grande que todo eso. Es un pecado matar a un elefante. ¿Lo entiendes? Es un pecado.







sábado, 6 de julio de 2019

El tiempo necesario



Mi tía Irma, la soltera, era supervisora de enfermería en el hospital de San Nicolás.
Era una mujer dura. Desde chica fue curtida por una vida que no la consintió en nada.
En el hospital las demás enfermeras, los administrativos e incluso los médicos, la respetaban hasta el temor. Era difícil no obedecerle. A todos trataba de usted.
Era una mujer entera y blindada. Era perfectamente responsable y seguía las reglas, de la ética, del trabajo y del trato con las personas. Hacía lo que correspondía de modo implacable y obligaba a los demás a hacer lo correcto.
Los pacientes también le temían, pero ella hacía que cada uno fuera atendido de modo cabal. Todos sentían una sólida seguridad cuando ella estaba; en algunos generaba una fuerte estima. Hubo quienes la admiraron y le estuvieron agradecidos toda la vida.
No era dada a perder el tiempo charlando. Sin embargo, fuera de las horas de trabajo, a veces hablábamos. Yo era su ahijado y nos teníamos un cariño muy profundo.
Hablábamos de temas muy personales. Un día hablamos de cómo estaba cambiando el modelo de mujer, y le pregunté cómo vivía ella ser tan independiente, en contraste con las mujeres de su edad, que estaban recluidas a una vida en sus casas, atendiendo al marido y criando hijos.
“No hubiera podido vivir esa vida”, me dijo.
“¿Pero no te sentís sola, sin nietos que jueguen en tu casa?”
“Y sí, muchas veces me siento sola. Pero en el hospital no hay lugar para sentirte esto o aquello”.
El hospital, que era donde se atendía a toda la ciudad, era vasto. Ocupaba casi una hectárea, en la que se extendían salas interminables, pobladas por una sucesión de camas como si fuera una fábrica, y también había salas más chicas, de terapia intensiva y otras. No sé cuántos pacientes había, pero eran una multitud. Antes de terminar su turno, mi tía Irma visitaba paciente por paciente. Revisaba la condición en la que estaba, verificaba junto a las enfermeras de la sala si le habían administrado la medicación que tenía recetada, si le iban a hacer el tratamiento que estaba programado.
Finalmente, hablaba con el paciente, y eventualmente con la persona que lo estaba acompañando. En algunos casos, mientras hablaba con un paciente, le sostenía la mano.
Así, uno por uno.
Con cada uno se quedaba el tiempo necesario.
Si algo no estaba bien, se ocupaba de corregirlo, y no se retiraba hasta que se el tema se solucionara. Muchas veces se iba a su casa, en su pequeño Gordini que había comprado hacía muchos años, dos o tres horas después de terminado el turno.
Y cuando llegaba a su casa, quizás sí se sintiera sola.
Pero su misión estaba cumplida.









lunes, 1 de julio de 2019

Allá


Es difícil desenredar una madeja parado arriba de ella.

Lo conveniente es apuntar lejos, adonde se clava el ojo del deseo.

Y entonces, tirar hacia ahí.


A veces el lío se desenreda, A veces no.

Si no de desenreda, queda como un nudo en la cuerda.

Todos tenemos nudos en la cuerda

Son defectos, pero no detienen la marcha.