martes, 25 de enero de 2011

Diariamente

Esta es la canción que más conmueve, quizás porque encuentra en la intimidad más chiquitita y presente, la eternidad. La letra es de Nando Reis (como Arnaldo Antunes, integrante de Titãs), un muchacho de mi edad, y la voz de Marisa Monte, que entiende la letra con precisión. Lamentablemente, no sé de quién es el videoclip.

Para calar a boca: Rícino
Para lavar a roupa: Omo
Para viagem longa: Jato
Para difíceis contas: Calculadora
Para o pneu na lona: Jacaré
Para a pantalona: Nesga
Para pular a onda: Litoral
Para lápis ter ponta: apontador
Para o Pará e o Amazonas: Látex
Para parar na Pamplona: Assis
Para trazer à tona: Homem-rã
Para a melhor azeitona: Ibéria
Para o presente da noiva: Marzipã
Para adidas o conga: Nacional
Para o outono a folha: Exclusão
Para embaixo da sombra: Guarda-sol
Para todas as coisas: Dicionário
Para que fiquem prontas: Paciência
Para dormir a fronha: Madrigal
Para brincar na gangorra: Dois
Para fazer uma toca: Bobs
Para beber uma coca: Drops
Para ferver uma sopa: Graus
Para a luz lá na roça: 220 volts
Para vigias em ronda: Café
Para limpar a lousa: Apagador
Para o beijo da moça: Paladar
Para uma voz muito rouca: Hortelã
Para a cor roxa: Ataúde
Para a galocha: Verlon
Para ser model: Melancia
Para abrir a rosa: Temporada
Para aumentar a vitrola: Sábado
Para a cama de mola: Hóspede
Para trancar bem a porta: Cadeado
Para que serve a calota: Volkswagen
Para quem não acorda: Balde
Para a letra torta: Pauta
Para parecer mais nova: Avon
Para os dias de prova: Amnésia
Para estourar pipoca: Barulho
Para quem se afoga: Isopor
Para levar na escola: Condução
Para os dias de folga: Namorado
Para o automóvel que capota: Guincho
Para fechar uma aposta: Paraninfo
Para quem se comporta: Brinde
Para a mulher que aborta: Repouso
Para saber a resposta: Vide-o-verso
Para escolher a compota: Jundiaí
Para a menina que engorda: Hipofagi
Para a comida das orcas: Krill
Para o telefone que toca
Para a água lá na poça
Para a mesa que vai ser posta
Para você o que você gosta: diariamente





Vuelva a su casa

Aquí en esta casa nadie quiere su buena educación
En los días que tenemos comida, comemos comida con la mano.
Y cuando la policía, la enfermedad, la distancia o alguna discusión
Nos separan de un hermano,
Sentimos que nunca acaba de caber más dolor en el corazón.
Pero no lloramos al pedo.
No lloramos al pedo.

Aquí en esta tribu ninguno quiere su catequización.
Hablamos su lengua, pero no entendemos su sermón.
Nos reímos fuerte, chupamos y puteamos.
Pero no sonreímos al pedo.
No sonreímos al pedo.

Vuelva a su casa,
Vuelva para allá.

Aquí en este barco ninguno quiere su orientación.
No tenemos perspectiva pero el viento nos da dirección.
La vida que va a la deriva es nuestra conducción
Pero no seguimos al pedo.
No seguimos al pedo.

Vuelva a su casa,
Vuelva para allá.

Arnaldo Antunes



domingo, 23 de enero de 2011

Los Resistentes

En Potosí encontré a la raza de Los Resistentes.

Resisten la inexistencia. Lo que se pierde deja de existir, de modo que Los Resistentes son tales para conservar.
El sino de la conservación produce a Los Resistentes y Los Resistentes tienen razón de ser en conservar.
Porque conservan es que estando entre ellos uno topa fácilmente lo que percibe como milenario: los gestos del rostro, de las manos, del cuerpo, la ropa, la comida, los animales y las plantas domésticos, el lenguaje, el pensamiento, las personalidades, la religión, la forma de hacer la sociedad, el sentido común, el modo de criar a los niños, las casas, la agricultura, las relaciones entre hombre y mujer, el saber.

Entre Los Resistentes, si uno es respetuoso, acaba siendo venerable.
Si uno tiene un mínimo sentido místico, acaba siendo sagrado.
Tan grave es ser Resistente.

Los Resistentes son en Comunidad.
Conservan la Comunidad.
La existencia o inexistencia es ante todo de la Comunidad.

Los Resistentes son contra cualquiera que atropelle a los demás, ya sea del interior de la Comunidad o de afuera. El atropello atenta contra aquello por lo que Los Resistentes existen. Los Resistentes son para hacer resistir la Comunidad ante la amenaza de los atropellos.
El Sentido Comunitario de Los Resistentes es Macizo, Invulnerable e Indestructible.

Así, Los Resistentes llegan a un indicador muy simple para saber qué está bien o mal: el Respeto.

Con Respeto se vive dignamente.
La Dignidad indica el estado de existencia de la Comunidad.
Para que la Comunidad persista, la vida de todos debe ser digna.

La codicia individual resulta siempre en un atropello a la Comunidad.


Herejía

Que Octaviano, quien tomó el nombre de Juan XII, elegido Papa a la edad de 18 años, el 6 de diciembre del año 955, era nieto de la prostituta Marozia.

Que su abuela y su madre Teodora usaron fornicaciones, intrigas y asesinatos para poner y deponer Papas en el período conocido como pornocracia.

Que Marozia era la amante del Papa Sergio III.

Que Teodora fue amante de dos clérigos, a quienes, después de la muerte de Sergio III, consigió hacer Papas: Anastacio III y Landón.

Que Juan XII mantenía relaciones con la amante de su padre.

Que Juan XII cometió incesto con su sobrina.

Que Juan XII  cometió incesto con sus hermanas.

Que Juan XII cometió incesto con su madre.

Que Juan XII mantenía un harem en el palacio Laterano.

Que Juan XII mantenía relaciones con musculosos mancebos, a quienes premiaba con cálices de oro e incluso con obispados.

Que a las mujeres se les prevenía que no fuesen a la iglesia de San Juan Laterano, ya que podrían ser violadas por su Santidad el Papa.

Que Juan XII llegó a tener cerca de 2000 caballos. Que a sus preferidos solía alimentarlos con almendras e higos empapados en vino.

Que Juan XII, cuando jugaba a los dados; le pidió ayuda al diablo para ganar y brindó por él ante el altar mayor de la basílica de San Pedro.

Que Juan XII dejó ciego a su director espiritual Benedicto quemándole los ojos.

Que Juan XII castró a uno de sus cardenales.

Que Juan XII fue muerto de un martillazo en la cabeza por un marido celoso que lo encontró en la cama con su esposa.

 En su último discurso navideño tradicional a los cardinales y oficiales que trabajan en Roma, el papa Benedicto XVI sostuvo que “en los 70, la pedofilia se entendía como algo completamente en conformidad con el hombre e incluso con los niños”. Agregó que “se mantenía, incluso dentro del ámbito de la teología católica, que no hay tal cosa como el mal en sí mismo o el bien en sí mismo. Hay sólo un «mejor que» o un «peor que». Nada es malo o bueno en sí mismo”.



miércoles, 12 de enero de 2011

Señora Babor, señora Estribor


Escuché que quienes padecen un tipo de error en la estructura de sus mentes quedan atrapados en el ejercicio de contar. Contar cualquier cosa: la cantidad de naranjas que se ven en un cajón de la verdulería, los pasos desde la esquina hasta la puerta de casa, la cantidad de escalones de la escalera de la boca noroeste de tal estación de subte. No siento en mí malformación mental alguna, pero la descripción del síntoma me acierta. Esta mañana, sin ir más lejos, conté 17 filas de asientos en el vagón del tren, desde el comienzo hasta donde estaban sentadas 2 mujeres, 1 en el asiento de la ventanilla del lado izquierdo mirando hacia delante, lo que en náutica se llamaría a babor, y la otra del lado derecho, a estribor. La sola simetría del cuadro ameritaba que cualquier persona necesitara contar las 17 filas de asientes, pero como si ello no bastara, otra referencia potenciaba el mandato hasta hacerlo imperioso: cada 1 de las señoras llevaba en brazos 1 crío.
Bien. No debía trastornar el esquema lógico que la, llamémosle Sra. Babor, llevara 1 crío humano y la Sra. Estribor, 1 crío de perro. O bueno… sí… no era lo mismo. Era un error, quizás disimulable, pero un error abominable, insoportable, imperdonable. Era horroroso. Un último detalle que arruinaba 1 esquema de bellísima armonía. Uno se hubiese quedado tranquilo, sin asuntos pendientes, con la mente en paz, si aquel detalle no hubiese existido. Y no tenía ninguna razón para existir.
Pero eso no era todo. Para colmar la consternación, los pasajeros que estaban cerca de la fila 17 aumentaban las diferencias entre cada lado, tratando de modo muy diferente a cada cría. Quizás si les hubiesen prestado la misma atención, o la misma indiferencia… Pero no, 3 de cada 5 pasajeros miraban a la cría de perro y le sonreían, mientras que 0 de cada 5 pasajeros hacían lo mismo con la cría humana —mejor dicho, no lo hacían, ya que su número era 0. Incluso alguna personas entablaban un diálogo con la señora Estribor sobre cuántos meses tenía la cría de perro, se quedaban charlando y más aún, llegaron a acariciarle la cabeza, todo ello mientras el crío humano era ignorado.
Los hombres tienen una desastrosa falta de sentido del balance de las estructuras. Ciertamente, no se puede esperar mucho de ellos.



domingo, 9 de enero de 2011

Los tiempos de la intimidad



En una reunión una amiga contó que, estando en una playa de Cuba se sintió lo más libre de andar en pelotas. Los que estábamos nos pusimos a filosofar la sempiterna charla del nudismo. Fuimos enunciando los típicos, clásicos, acaso obligatorios comentarios sobre el tema, entre la racionalidad, la libertad y los chistes, y en un momento alguien dijo algo que me interesó: ¿por qué, si es tan cómodo andar en pelotas y es tan cómodo estar con algunos amigos, tan pocas veces se juntan esas dos situaciones? Esto dio lugar a otra andanada de frases repetidas, pero yo me quedé con algo de la pregunta. Como si de algún fondo mío una respuesta se hubiese puesto de pie y comenzado a andar hacia mi cabeza, pero muy lentamente. No llegó a tiempo a que la enunciara antes de que acabara aquella reunión, pero ahora que es domingo y la hora está al borde de caer a esa hondonada de depresión espesa, de sopa sinsentido que hierve para que nunca se pueda tomar, en este momento empieza a brotar lo que quise decir.
Debe ser una cosa de la edad. Antes, cualquiera pasaba y tocaba el timbre, yo atendía, o atendía alguien que andaba por acá, y el que tocó subía, charlábamos, fumábamos, jodíamos. Claro, teníamos todo el tiempo del mundo. De algún modo, era todo intimidad. Todo espacio nuestro. Ahora, en cambio, un amigo me manda un sms ¿cenamos? y yo pienso en las cenas que ya tengo pautadas lunes, martes, miércoles, jueves… Empiezo a pensar en salir antes del laburo para que sea un café en lugar de una cena, en suspender alguna cena pautada, en forzar un almuerzo… No hace falta que explique que quiero mucho a mi amigo; baste con que aclare que es un amigo de muchos años, una de las pocas personas a quienes puedo contar determinadas cosas y que me ayudaría incondicionalmente si lo necesitara. Y entonces ¿qué mierda es esa miserable falta de espontaneidad de ponerme a mirar la agenda de la semana para responderle?
Mi vida ha tomado ese rumbo —y la de él también; esta situación sería exactamente igual a la inversa. Quiero decir, un rumbo rígido en el que se encastran actividades impostergables. Ese rumbo no deja lugar al tiempo en común. Para poder cenar, tenemos que tomar un envión, conseguirlo. Ahora resulta que para ser amigos hay que trabajar.


Josefina Scaglione


Alguien me recomendó escuchar a la Maria de la West Side Story que se estrenó en Broadway en el 2009. Como se escucha en este video informe de los nominados al Premio Tony, la chica canta superlativamente. Apenas empecé a escucharla me vino a la cabeza la opinión sobre lo bien que cantan las norteamericanas. (La opinión fue de un músico uruguayo, casi tan buen músico como crítico y crítico excelente, quien notaba el contraste entre la cantidad de cantantes mujeres tan excelentes que surgen en los Estados Unidos y el pésimo gusto del mercado norteamericano por la música).
Sin embargo, cuando escuché mejor a la cantante, sentí algo ligeramente diferente. Y familiar. Pensé que la conocía, pero entonces entendí que lo que reconocía diferente era que posaba la voz como las argentinas. Por un lado, tocaba la perfección desde el estilo norteamericano de canto de los musicales; por otro, era indudablemente argentina.
Me puse a averiguar quién era y resultó ser una tal Josefina Scaglione, chiquilina de 23 años, nacida en Trelew y criada en Rosario (tomó clases de canto con Graciela Mozzoni y de piano y música con Néstor Mozzoni, quien la llevó al Coral Fisherton). 
Sepan disculpar los que ya sepan todo de ella, para mí es un hallazgo. Hace un par de años fui a ver a Elena Rogers en Piaf y me dejó temblando para toda la vida. Ahora aparece esta piba, con una nominación a mejor actriz protagónica en un musical en el Premio Tony, que es como el Oscar, y habiendo ganado el premio Outer Critics Circle Award como actriz sobresaliente en un musical y el premio Theatre World Award.

A quien le interese, hay un par de artículos en medios:

 



martes, 4 de enero de 2011

Segundo Taller de Cuentos en el Sanmar


Necesitamos consultar a María Pita y a las chicas del Equipo de Antropología Jurídica sobre delincuencia juvenil o como se llame el asunto. Una persona que cometió un delito, ¿es delincuente ante la ley, la sociedad, etc., de la misma manera sin importar que tenga 10, 17, 30 ó 60 años? Si es mayor de edad es recluido en la cárcel, si es menor, en un instituto de régimen cerrado; ¿cuáles son las diferencias de sus vidas dentro de esos lugares?
El equipo de Sofía Tiscornia, María Pita y las demás ha hecho un trabajo formidable. Nos abrirán muchísimo la concepción del tema en que Loreley y yo estamos metidos hasta las verijas. Necesitamos pensar mejor. En el segundo taller en el Sanmar la necesidad intelectual fue el síntoma, el estallido del cuadro que nos atenazó el estómago: sentados cerca de la entrada, esperando para comenzar, vimos que entraban a los chicos atados unos a otros con esposas. Esposas de metal. Los chicos podrían morderlas con los dientes como hacen los perros con su cadena, y no conseguirían nada. Se dirá: no conseguirían cortarla, de la misma forma en que no es posible resucitar a los asesinados por esos chicos. Es una equivalencia lógica, pero uno sabe que en el peor de los casos los pibes son víctimas de ser delincuentes en tanto se mandan las cagadas prescritas en el mundo al que nacieron.
La visión de las esposas apresando las muñecas de chicos de 15 años es muy parecida a recibir un cuchillazo en el ojo y uno necesita morder también la mierda de esos aceros hasta hacer estallar los dientes que no han servido para evitar que esos chicos estén allí dentro.
Sin embargo, los pibes no parecen padecer. En cambio, ríen, andan con las esposas como los chicos de la escuela andan con el guardapolvo. Lo que nos abate hasta dejarnos el ánimo casi fuera de combate, ellos lo superan con la increíble capacidad de regeneración que tienen los críos.
La directora apuesta a esa capacidad y nosotros, lo digo una vez más, debemos dejarnos liderar por ella.


De Poitier a Sandrini

Lo que echa a rodar los talleres son mis palabras y mi voz. Si no puedo crear, hablando, una entrada a un mundo y un mundo; si no puedo dar algunas indicaciones, si no puedo convencer a los participantes de que escriban y luego se escuchen entre sí, el taller no sucede. El jueves 30 no podíamos empezar. La táctica de sabotaje de los pibes fue no escucharme, hablándose entre sí sin parar. Empecé seis, siete veces a decir algo y me detuve porque se ponían a gritar entre ellos. Cuando reinicié la cuarta vez, algunos se mostraron ofuscados y uno me increpó: “pero usted no arranca nunca, ¡esto es aburridísimo!”
Estoy a punto de reírme de la situación, pero en ese momento me aplastaba la desazón. “No es posible hacer este taller, me decía. Sólo funciona si la gente que lo hace desea mucho hacerlo. Ese deseo es mi fuerza; si no existe, ¿por qué dejarían de gritar? y ¿por qué escribirían?” Y me decía “nunca participarán. Nunca”, y: “¿de qué hay que estar hecho para aguantar este bardeo?”
Fue más tarde que comencé a intelectualizar. Me burlé del cuento de hadas de aquella película Al Maestro, con cariño (To Sir, with Love), en que los revoltosos jóvenes empiezan enloqueciendo al pobre y dedicado profesor, a la sazón negro (Sidney Poitier), pero éste, debido a que su corazón está hecho de pura fibra “la docencia es un sacerdocio”, los va poniendo en casilla convenciéndolos de que quiere el bien del alumnado. En un happy ending didáctico y de mensaje altamente edificante, los jóvenes defienden al maestro ante las autoridades. (¿Y no había algo de esto en El profesor hippie, en el que el docente era Luis Sandrini? Si quiero pasta para reírme de mí…)
Me mofo de la simpleza de la historia, pero en el fondo creo en ella. Creo que las cosas pueden cambiar si uno persiste en un propósito inflexible. Creo que toda revolución es posible, y si no creyera eso, viviría como cualquier de los muertos que se creen vivos.


Pasado inescrutable, ¿futuro inefable?

Pero el desarrollo del taller vuelve a machacar en contra con fuerza casi inapelable. Uno de los pibes es nuevo y los demás se dedican a hostigarlo. Los apasiona esa tarea y no hay forma de sustraerlos. Con respecto a mí sólo evitan comunicarme su desprecio con la mirada para ahorrarse problemas. Logro interesarlos unos minutos en una historia, pero cuando termino de contarla no consigo engancharlos para que escriban. De repente empiezo a sentir que lo que en ellos resiste mi aproximación, mi invitación y mi entrega, los antecede y trasciende. Que los pibes no son mucho más que un soporte, el vehículo de una sabiduría que se hunde en las raíces de la sociedad de clases: la estrategia refractaria ante la captación de los sectores que detentan las fuerzas de dominación. Entre sus estrategias de esclavización, los Señores mandan almas bellas como nosotros, que desean el bien del humano en el esclavo y se ponen caritativamente de su lado. Se me viene a la cabeza otra película, de signo contrario a la anterior, Los olvidados, de Luis Buñuel. La recuerdo para pensar que no son estos chicos los que me rechazan, sino que la resistencia viene de tiempos lejanos, y que la intención humanista, altruista, cristiana, no alcanza para desactivar la fatal historia en la que los más rebeldes entre los sojuzgados serán despiadadamente eliminados (estos pibes, por el paco, la policía, el SIDA, la droga).
Pero no. No existe el futuro inefable y no supongo que Buñuel realmente creyera eso —su embate tenebroso en Los olvidados fue provocado por su impaciencia ante los relatos simplistas del tipo “el amor todo lo puede”. Nuestro objetivo no es convertir a los cacos, los negros cabeza en personas de bien, útiles a la sociedad, buenos vecinos que pagan sus impuestos, sino crear la situación para que se apropien de algo que a los amos les permite someterlos.


El fruto es robado

Cumplo con lo que planificamos con Loreley en la semana, siguiendo un aporte de Gaby, la operadora del Sanmar, y les cuento la historia de Adán y Eva, en la que había sólo una cosa para robar en el Paraíso: el fruto del Árbol de la Sabiduría. Proponemos que escriban la historia de Alguien que encontró Algo que le cambió la vida. Los pibes se niegan a escribir, pero al fin algunos agarran viaje. Loreley se acerca para manifestarme su optimismo: “trabajan más que la semana pasada”. El sarcasmo me pone delante a Sidney Portier, pero no puedo dejar de observar que tiene algo de razón. No tenemos derecho a ver la planta que nace del brote que plantamos, pero si queremos mirar de frente a los pibes tenemos que hacer algo que sirva para cambiar aunque sea una mínima cosa, en ellos, en nosotros. La fatalidad sólo está instalada a sus anchas cuando la resistencia apunta a los más fuertes, pero no al esquema de fuertes dominantes y carentes que resisten. Los pibes se apasionan por El Gauchito Gil, escriben su historia. Más tarde siento que me he quedado con una sensación fea en la boca, sobre todo cuando me resuena la frase “les daba a los pobres”. Ya serían viejos los pibes si para toda la vida se quedaran clavados en el pobre pasivo, el miserable manguero, pobre de recursos y pobre porque nació con el destino de desvalido. El taller debería por lo menos poder cuestionar la historia del Gauchito Gil plantando otra historia, por ejemplo la de los pobres que arrebataban a los patrones el anhelado fruto de su trabajo con una revuelta.


Una historia que cambia

Y sin embargo, el optimismo de Loreley tenía fundamento. El tema me sonaba horrible, pero lo escribieron. Dos que no estuvieron el jueves anterior escribieron la biografía del Gauchito Gil a cuatro manos. Uno de ellos había llegado a escribir, antes, la historia de Alguien que había encontrado un arsenal, y con eso salía a robar. Ese cuento es uno de los momentos perfectos del taller. Aún sin poder escucharme por los gritos, incluidos los suyos, Juan Carlos escuchó la historia, entendió perfectamente la propuesta, la llevó a su territorio y volvió con una obra. Impecable. La segunda parte de la situación es igual de rica. Juan Carlos me permite leer su historia, pero cuando me ve con el papel en la mano le gana el gesto la sombra rauda de un susto y me dice que ese cuento no va, que hará otro. Le digo que está muy bueno, insiste que no vale nada y que escribirá uno nuevo. Cuando más tarde yo ofrezca leerlo en voz alta, se pondrá aún más terco. ¿Por qué recula? Posiblemente porque con mucha fuerza lo convencen de que está encerrado por andar en el mundo de la delincuencia, que además celebra.
Ciertamente a los pibes les conviene aprender que no están condenados a vivir, a morir, como tumberos. En el tiempo que estén en el Sanmar deben tener experiencias diferentes de las que repiten en sus vidas. El objetivo del taller está alineado con ese objetivo; sin embargo, la estrategia que planteamos no requiere que el aporte nuevo sea el contenido de las historias, porque el trabajo de escribir tiene un poder subversivo. Esa es la experiencia nueva y para transitarla no es mala estrategia que empiecen contando sus historias, lo que celebren o lo que gocen mentir. Contar su mundo les permitirá a los chicos apropiarse mejor de la escritura.
Apenas captaron esta idea (entre los gritos y los insultos sin pausa, los pibes captan mis gestos con velocidad increíble), Juan Carlos y José se pusieron a escribir juntos la historia del Gauchito Gil.

Hubo otros momentos que quiero dejar registrados. Ya conté que fue como la aparición de la estrella de Belén el instante en que Christian me dijo que no le gustaba “cómo sonaba” la reiteración de un nombre.


Profesor, callesé

Cuando se acabó la hora de escribir, dos seguían con su cuento. Los dejé un rato más, luego les dije que debían terminar. Con la misma rebeldía con que resistieron empezar, no terminaban. Los demás, hartos, hacían cada vez más escándalo, un guardia se llevó a dos que empezaron a sopapearse, etc. Intenté concentrar las atenciones que se aceleraban hacia el caos, en una discusión con Oscar:
— Otra vez no te animás a escribir —lo provoqué.
— No es que no me animo, es que estamos de vacaciones. Todo el año pensando, en la escuela, y ahora en vacaciones hay que seguir.
— Siempre estás pensando.
— Pero pienso lo que quiero.
Iba a decirle que el taller es justamente para que piense lo que quiere, pero me detuvo la seguridad con que habló (el ímpetu, dijeran los bolivianos) y me frenó la táctica de dejarle ganar una batalla, lo que lo alentaría para nuevas discusiones y le haría entender tanto que le respeto el pensamiento como que puedo absorber una derrota. Más tarde, intempestivamente, le acertaría con “vos pensás mucho”, lo que lo dejaría en silencio por tres segundos para luego retrucarme y así encadenar un peloteo, hasta que José, que seguía concentrado en su redacción, se dio vuelta y me hizo callar con soberbia magnífica. ¡Estaba concentrado escribiendo! “Perdón, perdón”, le supliqué, y callé. Y sentí en mi interior un grito de victoria.


No lo molesten

Loreley me llama la atención sobre Diego: no tiene problemas en mostrar que me escucha y que sigue mis indicaciones. No busca imponerse, no necesita defenderse y los demás no se meten con él. Utiliza el espacio que se ha hecho, en el que los demás no se meten, para escribir. Y escribe mucho, concentrado, disfrutando y bien. Cuando termina el taller dice “aún no terminé”, le ofrezco quedarse con la hoja, seguir escribiendo en la semana y traerme lo que haya escrito la semana que viene. Sin problematización dice “bueno”.


Arranca

Christian, quien se había puesto a escribir el jueves pasado, hoy está en la nada. El otro día dio resultado que yo me acercara y le hablara, como al descuido, directamente, sólo a él. Ahora hago lo mismo.
— ¿No te vienen las ideas a la cabeza?
— No…
— A veces pasa.
— Hoy tuve comparecencia.
Supongo que se refiere a haber comparecido ante el juez que tiene su causa.
— Te quedan las cosas dando vuelta en la cabeza, ¿no?
— Sí… -me dice, y hace un gesto con la mano con un movimiento como de cosas que giran.
— No te preocupes.
A los pocos segundos me dice en voz alta:
— Deme un papel, profesor, voy a escribir.
Le alcanzo un papel. Arranca. Luego deja. No puede. No importa. Christian era uno de los que vimos entrar con una mano atada a la de otro pibe, con esposas de metal. Pero ahora le hablé y arrancó. Ya va a escribir.

 30 de diciembre de 2011