jueves, 26 de enero de 2012

El manguruyú


El manguruyú es el verdadero rey del Paraná, un rey misterioso y tan poderoso que su solo nombre espanta a los pescadores que realmente conocen el río. Es un animal legendario, tan magnífico que casi pertenece al mundo fantástico. Desde chico he escuchado historias asombrosas sobre él. Que son el doble de largos que un surubí, con un cuerpo ancho como una canoa y macizo, hecho de músculos robustos. Siete hombres peleando durante un día entero fueron necesarios para sacar un manguruyú del agua, y cuando lo sacaron él miró a los ojos a cada uno con la mirada dominante de quien nunca fue vencido. Otro fue dejado en tierra durante dos días para que muriera asfixiado, y cuando fueron a carnearlo aún respiraba. Lo acometieron a puñaladas y sangraba como un hombre, y se debatía como un yacaré. Los pescadores se asustaron ante su fuerza más allá de lo normal y lo acercaron al agua, y el manguruyú se alejó nadando como si nada hubiera pasado. Llegué a ver en el diario El Norte la noticia de que habían pescado un manguruyú en el sector del puerto de San Nicolás. El periodista, evidentemente impactado, ofrecía detalles del animal: "se le contaron 15 anzuelos de diferentes tamaños —algunos gigantescos— enganchados de su boca, uno en un ojo, otros 44 prendidos de sus aletas y muchos más insertos en su cuero. Un gancho de carnicero estaba clavado en una de sus agallas, de unos 30 cm. de largo, y otro estaba clavado en su panza. Un 'barrilete' estaba enganchado de su boca y otros tres de su aleta dorsal, parecida a la de un tiburón, pero armada en su frente con un puñal del tamaño del sable que lleva el Gral. San Martín en su monumento en la plaza homónima". Terminaba su nota el cronista refiriendo que "en su cola llevaba enganchados los restos de una enorme trampa de las que se fabricaban hace más de un siglo y medio, cuando nuestra ciudad era aún un caserío fronterizo. Tenemos razones para pensar que este es el pez más grande que jamás se haya pescado en esta zona".


miércoles, 25 de enero de 2012

La traducción de Panikkar

Raimundo Fagner: Traduzir-se



Esto es de Raimon Panikkar: “un juicio sereno no puede limitarse a traducir términos, sino que debe esforzarse en interpretar intuiciones”. No encuentro nada más serio sobre la posibilidad de la traducción, de un idioma o de cualquier cosa.

Raimundo Pániker Alemany, conocido como Raimon Panikkar, fue un filósofo, teólogo y escritor español nacido en Barcelona en 1918, hijo de madre catalana y de padre indio. Concurrió a un colegio jesuita, fue licenciado en Ciencias Químicas por la Universidad de Barcelona y en Filosofía por la Universidad de Madrid, universidad que también lo doctoró en Química con la tesis "Ontonomía de la ciencia. Sobre el sentido de la ciencia y sus relaciones con la Filosofía". Fue seguidor del infame Josemaría Escrivá de Balaguer, se sumó al Opus Dei, fue ordenado sacerdote, en la India fue investigador en las universidades de Mysore y Benarés, abandonó el Opus Dei, fue profesor en las universidad de Harvard y California y durante veinte años dividió su tiempo entre la India y Estados Unidos. Sus estudios estuvieron enfocados a la especialización de la cultura india, de la historia y de la filosofía de las religiones.
Su vida estuvo marcada por múltiples polaridades: este y oeste; cristianismo, hinduismo y budismo; el mundo de la ciencia y el dominio de las letras; el ámbito de los estudios y de las vivencias religiosas y el de la perspectiva secular de las culturas.
Su tesis doctoral en teología fue defendida en la Universidad Lateranense de Roma en 1961, con el título: "The Unknown Christ of Hinduism".


martes, 17 de enero de 2012

Vida de Emilio Lorenzo


Mi abuelo Emilio, de quien recibí el nombre, murió de cáncer. Hasta que se enfermó estaba fuerte y sano. Tenía esos pelos duros, castaños y parados en la cabeza, tupidos, como una crin, que un poco he heredado. Salvo que los suyos eran castaño claro, como sus ojos. Tenía la cara hecha de líneas cuadradas y gruesas, pero no tenía una expresión bruta, sino casi lo contrario, muy inteligente y sensible. No recuerdo su voz.
Lo velaron en la casa de Arroyo del Medio. Recuerdo que era de noche y había mucha gente. No tengo la idea de que yo fuera muy salvaje, pero en ese velorio estuve jodiendo toda la noche. Como si estuviera ocurriendo ahora, me veo tirándome un millón de veces por la barranquita que bajaba de la ruta hasta el terreno que había entre el patio frente a la casa hasta el rancho de los Pavone junto al arroyo. Éramos tres, que estábamos sudados como caballos y llenando de barro la ropa de vestir que nos habían puesto; eran Horacio y Manuel Soulé, los hijos de Titín, y yo. No sé si no estaba Héctor. Después apareció alguna tía, seguro que fue la Tita, que nos levantó en peso y nos mandó adentro.
Ahí se me interrumpe la memoria y se vuelve a encender un rato después. Luisito me invitaba a ver al abuelo en el cajón.
— ¿No querés ver al abuelo?
Yo le hice caso (no sé cuál de los primos no ha sentido adoración por Luisito), él me llevó de la mano de la cocina a la pieza —no recuerdo cuál era— en que estaba el cajón, muy ceremonioso, con un fondo de coronas y cosas doradas que brillaban reflejando las luces de las velas, y con mujeres vestidas de negro perfecto, y hombres vestidos con sacos y corbatas impecables. Allí Luisito me alzó para que le viera la cara a mi abuelo. Yo lo miré con un poco de curiosidad, pero sin estar ansioso. Ni tampoco estaba asustado, ni nada de eso, ni me impresioné. Era el abuelo. A mí se me puso en la cabeza la cosa más simple y natural del mundo: ESTÁ MUERTO.
— ¿Le querés dar un beso —me preguntó Luisito con mucha clama y suavidad. Le contesté que no y él me bajó.




LOS ANTEPASADOS DE VIGO



RICARDO


Tía Hermosinda me contó la historia. Soy el único al que se la contó. Los abuelos vivían en una aldea en Vigo. El que mandaba en el pueblo era un cura, que obligaba a todos a ir a misa. Ahí decía el que pagaba, el que no pagaba: lo hacía público. El que viene a ser el bisabuelo nuestro, Felipe Lorenzo, no quería saber nada con los curas, pero su mujer iba a misa, pagaba, cumplía, estaba en buenas relaciones con el cura porque el viejo era herrero, y si no pagaba el cura le sacaba todo. El cura lo tenía mal a Felipe. El hermano de Felipe era navegante. En uno de los viajes le regalaron una Biblia evangélica, en Norteamérica. Cuando llegó, se puso a leerla, sin saber muy bien qué leía. En eso pasa el cura y lo ve leyendo. Yo la tuve en mis manos a esa Biblia, que está en la casa de tía Hermosinda. Esa Biblia es la que produjo que la familia se viniera para acá. Cuando el  cura vio que estaba leyendo esa Biblia, lo desterró. Que ni pisara la iglesia. Bueno, el que leía la Biblia se enferma y se muere. La mujer de Felipe, que era muy católica, lo quiso enterrar en el cementerio de la aldea, que en ese tiempo estaba en el terreno de la iglesia. El cura, que lo había excomulgado, dijo que si había leído esa Biblia no podía entrar en el Reino de Dios, y que para purificar el pecado, había que enterrarlo en la calle para que le pasara todo el mundo por arriba. La mujer de Felipe tuvo que pagar para que lo enterraran en el cementerio de la iglesia. Cuando se enteró Felipe, le agarró toda la furia contra el cura y lo quería matar. Andaba con la escopeta todo el día para matarlo. Después, para no terminar en la cárcel, decidió venirse a la Argentina. Primero se vino con un amigo y después se trajo a la mujer. Vinieron si saber nada de acá, y los recibieron los Cándido, que eran los únicos que conocían. Después se vino el abuelo Benigno, que trajo a Papá, cuando tenía 12 años.

IRMA


Los huesos de Felipe Lorenzo y los de su mujer están en el Osario del Cementerio de San Nicolás.

 

LA FAMILIA LORENZO OTERO



MILO


El que estaba en San Nicolás era Abelardo Pérez. Era carpintero, hizo el puente de San Nicolás, el de madera, de cabotaje. Cuando cayó mi abuelo trabajó ahí. El Viejo mi Abuelo era herrero y carpintero. Él hacía los fierros y el otro viejo las maderas. Eso está, ¿no? Ahí entraban las lanchas, de Paraguay, descargaban naranjas.
Abelardo Pérez venía siendo cuñado de mi abuelo. Era casado con una hermana de mi abuelo que se llamaba Emilia.
Yo lo conocí a Abelardo Pérez. Después se le murió la mujer, estuvo jodido, se casó con otra mujer, anduvo mal hasta que se murió. Dejó de trabajar de carpintero y compró un coche. Fue el primero que tuvo taxi en San Nicolás. Tenía un coche... habrá sido modelo 22 ó 23.
Mi Abuelo tampoco siguió como herrero. Se fue al Puente. Le dieron un trabajo de cuidar el puente, que era el puente de fierro, que estaba al lado del de ahora. Y ahí fue estando con el puente ése, le pagaban un sueldo, y le dieron un pedazo de tierra, no ve que queda ahí la casa y eso. Y también trabajaba de herrero y carpintero. Trabajaba con la carpintería que había antes, para carros, sulkys, ruedas. Antes era como hoy un taller mecánico. Antes en la herrería se hacía todo, porque antes los fierros no se soldaban, se pegaban, se caldeaban. Y el viejo era bastante baquiano. Hasta hace pocos años andaban unos carritos de él por ahí.
Murió joven, murió de cáncer. Yo siempre lo encontré parecido al Tito, callado, no tenía amigos. Era cerrado, no contaba nada. En todos los años que yo estuve, una sola vez me trajo a San Nicolás con el auto, al balneario. Me acuerdo que ahí estuve jugando en el sube y baja, en la hamaca. Otra vuelta me dio, bah, me erró un cachetazo, el viejo. El viejo iba en chancleta para el lado del arroyo y yo iba atrás, meta tratar de pisarle la chancleta, y en una de ésas le meto la pata y lo mando al viejo al piso, y de allá me mandó el viejo, ¡fiiii!, y no me agarró.

Mi Abuelo era como el Tito, no se metía en nada. No hablaba. Para sacarle una palabra tenías que meterle un tornillo.

Él vino con el Viejo primero. Después con el tiempo mandaron traer a todos los otros.
Eran muy separados con mi Viejo. El Viejo iba a verlo de tanto en tanto. El que era más compañero de mi abuelo era mi tío Delmiro. Al Viejo no le gustaban los fierros y todo eso, a pesar de que trabajaba también de herrero. Al que le gustaba era a Delmiro. Al Viejo le gustaban más los caballos, las carreras, cuidar caballos de carrera. Yo estaba más en la herrería, porque a mí me gustaba más que a él.

IRMA


Papá vino con el abuelo Benigno cuando tenía 12 años. Cuando la abuela Carmen llegó acá con los otros hijos Papá ya tenía 17 o 18 años. Pero ya estaba independizado.

MILO


Los hermanos de mi Abuela eran la tía Elvira, tío Juan y Emilia. El tío Juan Lorenzo trabajaba en el ferrocarril.
Mi Abuelo hizo esa casa en San Nicolás, una linda casa, aunque él vivió en el Puente toda la vida. En la casa esa hizo tres departamentos, en un mismo terreno.
Y también compró el auto, uno de los primeros que se vieron por allá, un Rugby modelo 28. El viejo era jodido. Salía a dar una vuelta por San Nicolás, y a la vuelta lo ponía arriba de cuatro caballetes. Cuando volvía a salir, lo volvía a bajar. Y lo lavaba, lo tenía limpito. Y aparte de eso tenía un sulky a todo trapo, bien pintado, bien hecho. Tenía una yegua negra, justo para el sulky, que también, lo sacaba una vez por mes. Tenía el auto y el sulky, pero él salía de la casa al puente y del puente a la casa, nomás.

No tenía ambición de tener campo. Él fue herrero, allá en España. Podría haber comprado campo, si ahí las tierras en aquel tiempo no valían nada, pero no tenía afición.

Yo chapuceaba en la herrería. Me sacaban rajando, porque era chico. Un día me ha hecho pasar más vergüenza mi tía... “Vení, sacate el pantalón”, y allá fue mi tía a la balanza con el pantalón, y lo pesó. Tenía un kilo, estaba lleno de fierros adentro. Y yo con un susto de la mierda. Mi abuelo había comprado unos eslabones, que venían para pegarse cuando los caldeabas. Y estaban blancos, lindos, y yo le había robado un montón de eslabones. Yo tenía un susto de que mi abuelo se enterara, pero mi tía no dijo nada. Hermosinda, fue.

La Abuela era casi como la Irma. Muy parecida. Muy buena, servicial, muy trabajadora. Cuidaba chanchos, cuidaba gallinas. En España tendrían un lugar chico, y ahí criaban animales. Pero campo, no tenían. Yo me llevaba bien con ella. Sabíamos venir al circo, todas esas macanas, porque no tenía quién la acompañara. Era evangelista, era de los curas, tenía miedo al fin del mundo. Mi Abuelo sabía leer y escribir, ella no. En ese tiempo los evangelistas hablaban del fin del mundo y todas esas macanas. Un día la vieja encontró una revista de esas que traen fotos de Mar del Plata, que salen todos de pantalones cortos y ropa de playa, y la vieja andaba con un susto de la miércoles porque los evangelistas le habían dicho que en el fin del mundo iban a aparecer todos con pantalones cortos.
Y murió de joven, de un cáncer de estómago, creo.

Vivíamos cerca de donde estaba el Abuelo con la Abuela y las tías. Yo estaba siempre ahí metido. Nosotros vivíamos, del puente, hacia el lado del río. Mi abuela iba a cada rato a la casa. Y yo venía con la Abuela. Y yo aprendí a hablar en gallego porque la vieja hablaba en gallego. Cuando iba, la entendía a la vieja, y después yo hablaba como ella. Cuando llegaba a la casa y me hacían preguntas, yo contestaba como le contestaba a la vieja. Se cagaban de risa de mí, después. Me hacían hablar, de eso me acuerdo, mi tío Antonio, y yo no entendía por qué se reían.

IRMA


Ya se había desencariñado. Pero a la madre la quería. Con los que no era tan bueno era con los hermanos, porque no se habían visto, o porque le había quedado un resentimiento de chico porque “yo me tengo que ir y ustedes se quedan con mamá”.
Papá siempre tenía mal trato con el abuelo Benigno. Papá se iba, cada lío que tenía con él. Así se fue yendo, a un lado, a otro. Era poco el trato que tenía con el abuelo, hasta que llegó la abuela Carmen y se fueron acomodando las cosas, porque la abuela era familiera. Era buena, vivió en Arroyo del Medio y después en la casa de San Nicolás que había hecho el abuelo, ahí en calle Alberdi. Era muy buena con todos los nietos, y con los hijos también. Era muy buena con Papá y con Mamá. No tenía problema con nadie.
Cuando Mamá estaba enferma nos dejaba en la casa de la abuela. También llevaba los chicos tía Carmen y ahí estábamos todos juntos, y abuela nos cuidaba a todos.
Vivían en Arroyo del Medio. Papá se casó y se fue, tía Carmen, cuando se casó se vino al pueblo, y tía Hermosinda cuando se casó se fue a María Teresa. Tío Delmiro se fue también cuando se casó. Al final la abuela vivía sola en la casa de calle Alberdi. Le alquilaba una pieza a un hombre que se llamaba Franco, un policía. Era joven, ella lo quería como a un nieto y él era muy bueno con ella.
Tío Delmiro hizo otro departamento en el terreno donde estaba la casa de la abuela, y se fue a vivir, pero lamentablemente se enfermó y se murió en ese departamento. La familia de tío se fue a Venado Tuerto, porque tenían su familia allá. Actualmente están todos allá.
Cuando era joven abuela Carmen tenía el pelo colorado. Eso lo contaba Mamá; de cuando nosotros nos acordamos ya tenía todo el pelo bien blanco.
Papá y tía Hermosinda eran de piel bien blanca, como la Betty, como Celia.

MILO


Y el Viejo ya se apartó, andaba solo, por cuenta de él. Con toda esa farra, ya estaba fuera de la casa.

 

DON EMILIO, BOYERO, HERRERO Y TRABAJADOR DE VIALIDAD

  

MILO


El Viejo tendría seis años cuando lo trajo mi Abuelo. Habrán pasado cuatro cinco años hasta que trajo a los otros. A  mi Viejo la habrá tenido mi tía Emilia. Es posible, o no sé quién. Pero después el Viejo empezó a trabajar afuera, de chiquito. De boyero, por áhi, en los tambos. Cuidaba las vacas, las metía en el corral, ataba los terneros, los hacía mamar, todas esas cosas. Y el Viejo de chico siempre anduvo haciendo esas cosas. Él quiso ir a trabajar. Le pagaban un sueldito, diez, veinte pesos.
Y después, de más grande, empezó a trabajar campos.

RICARDO


Papá trabajó de boyero desde que vino. Dormía a la noche con las vacas, con los caballos. Era vida de campo. Cuando vinieron la madre y los hermanos él ya estaba hecho a otra vida.

MILO


Se hizo pastero. Sembraba alfalfa y la cortaba a guadaña. Repartía pasto a las cocherías, a Loero, Lasalle, también a panaderos, como Goza. En un tiempo tenía como tres carros, tenía hombres para trabajar con él. Eso fue antes de nacer yo. Yo no llegué a trabajar en eso. Ganaba bien. 500 pesos en esos tiempos era un platal; 30 pesos eran un buen sueldo. Pero al Viejo le gustaba el chupi, la joda, los amigos. De todo eso no le faltaba nada.
Después fueron cerrando las cocherías... Dejó el pasto y se fue a un campo en Mariano Benítez. Y áhi se le fue todo al carajo. Murió mi hermana y ya... Él agarró para el diablo. Y áhi dejó el campo que estaba trabajando.

Estuvo en ese campo de Mariano Benítez, después en un tambo, también por ahí, y volvió a San Nicolás. Áhi consiguió unas tierras cerca del Matadero. Áhi también hacía pasto, y también criaba animales y sembraba. Eso fue en el 33, 34, 35. Estábamos ahí cuando murió Gardel. Apareció un gringo con la noticia. Y éramos juntadores de máiz, y ya en ese tiempo era famoso Gardel.

Después del campo en el Matadero ya consiguió que le dieran trabajo en Vialidad, que le consiguió el tío Delmiro. Y ahí estuvo hasta que se jubiló. Cuando consiguió ese trabajo lo mandaron a Campos Salles. Él tenía el tramo de Rojo a San Nicolás, en sulky. Trabajaba ocho horas. Salía a la mañana y volvía a las 12; a veces salía a la tarde.
En Campos Salles tenía un campo también, pero un campo chico. Ya había dejado el campo, ahí.

Después trabajó en el puente que pasa por arroyo Ramallo, ese que tiene un arco grande.

Con mi tío Delmiro hicieron la estación de servicio que está cerca del Puente. Ahí había unas lomas desparejas. Emparejaron esas tierras, con pala y buey. Ahí trabajó antes de entrar a Vialidad.

Posiblemente el Viejo nunca ha tenido guita para comprar un campo. ¡Y, éramos un montón!

Amansábamos caballos cuando llegamos a Campos Salles, y antes, cuando estábamos cerca del Matadero. Ahí hacía el Viejo esas cosas. Después, cuando se metió en Vialidad, se amansaban algunos, pero ya no era tanto. Algunos los cobraba... pero mientras los amansaba los usaba él. Y cuando estaban mansos ya para el tiro, los entregaba.

El Viejo se había criado entre los animales y andaba bien en eso. Los criaba más o menos bien, sabía cómo hacer cría. Él estaba en eso, más que nosotros. Nosotros sabíamos por lo que él nos mandaba hacer.

Si le decías que era gallego se moría de rabia. Se había criado acá, de  chico había andado acá. Las costumbres eran las de acá. Se hizo acá, con los vascos, con toda esa vascada que hay por áhi. Los vascos tenían 20 ó 30 hectáreas, tenían muchas vacas, ordeñaban.

El Viejo no se iba de San Nicolás. Toda la vida dio vueltas por allá, nomás.

CELIA


El Viejo era herrero de herrería, nada que ver con la mecánica. Él, por ejemplo, te ponía un fierro al rojo y lo forjaba, o hacía una herradura cuando no tenía. Era divino. Existía el carbón de fragua, a la fragua que le tenías que dar vueltas y vueltas para que largue el aire para avivar el carbón, y entonces él ponía el fierro y cuando el fierro estaba al rojo, lo ponía en la bigornia, y ahí con un martillo le iba dando la forma. Y después lo metía en el agua. Cuando él golpeaba saltaban todas escamitas, que después nosotros las juntábamos para jugar con imanes. Los soldaditos, que les pasábamos el imán y se paraban todos.
El solamente hacía lo que había que hacer sí o sí. Una vara de sulky que se rompía, la herradura para un caballo, lo que se precisaba, nada más.

 

MATRIMONIO Y FAMILIA

DE DON EMILIO





IRMA


La abuela no lo quería a él, sería porque era pobre. Pero eran amigos de la familia. Yo creo que la abuela no lo quería porque mamá trabajaba ahí con Santacreu, porque ésos eran vascos y eran amigos de la abuela. Y había un muchacho ahí, medio paviolo, y esa gente quería que mamá se casara con él. La abuela también quería porque era un buen partido. En ese tiempo tenían un tambo, mucho campo, muchas vacas. Pero el vecino, que era el Viejo, le gustaba más a mamá. La mala hora. La abuela hubiera preferido que se casara con el otro, que aunque fuera medio tonto, era un buen partido, la verdad que sí. No hubiera pasado todas las que pasó, mamá.

IRMA Y TITA


A mamá le hicieron problema porque el primer hijo, la Bicha, nació justo a los nueve meses de matrimonio. Pero después, no le iban a decir que tenía problemas para quedarse embarazada.

IRMA


Papá estuvo más cerca de los padres de él. Cuando se casaron vivieron en lo de Lasalle, y era cerquita de donde vivían los abuelos. Iban, venían; los más grandes eran un poco de las tías, de la abuela (Carmen). En cambio, de la abuela Rosa estuvieron siempre un poco más lejos. Mamá vivió siempre más en el campo y la abuela estuvo siempre en la ciudad. Si Papá no agarraba un sulky e iba a lo de la abuela, la abuela no venía.

MILO


Cuando mis Viejos se casaron se fueron al campo de Lasalle, ese que está enfrente del Automóvil Club, donde después estuvo don Gino y esos gringos. Esa casa grande de material, que había un molino grande, y un palomar grande. Ahí nací yo. Después de ahí se fueron al campo del Húngaro, que le decían, Geletti. Después a Mariano Benítez, y de ahí a un tambo, por ahí también. Ya después vinimos para este lado. Estuvimos un tiempito en la bodega de Clerici. Ahí había una casa que ya no está más, a la orilla del camino. Y después de ahí nos vinimos para el lado del Matadero. Cuando fuimos ahí me acuerdo que la Irma era muy chiquita. Después, cuando murió mi Abuelo, mi Abuela se vino a la casa del pueblo y quedó aquello vacío, así que nos fuimos para allá. Al Viejo le había tocado un pedazo de esa casa en herencia.

IRMA


Yo estuve un año con la abuela Rosa, de los 10 a los 12, porque tía Palmira iba a trabajar y necesitaban una chica. Pero yo ahí iba a la escuela. Cuando cumplí 13, ya me fui a trabajar.

MILO


Tenía poca relación con la suegra. Esa vieja era brava. Había quedado viuda con un montón de mujeres y las sacó a todas adelante. Yo estuve con ella un mes cuando tenía seis o siete años. Me quebré un brazo y me fui con ella, que me llevaba al médico. Me caí del caballo. Yo tiraba agua con el balde volcador y ese día me cambiaron el caballo, me puso el Viejo otro caballo más ligero, y dejé de tirar agua y me fui a correr a los otros matungos. Entonces cuando este vio los otros empezó a disparar atrás de ellos. Yo no lo podía sujetar ahí y en una de esas el matungo pisó mal, pegó una rodada y me largó, y me quebré.

IRMA Y RICARDO


IRMA: —Hay que escribir la historia de un matrimonio que estuvieron tantos años casados, aguantando los zimbronazos que aguantaron, teniendo tantos hijos. Cosas tan graves que les pasaron. Casi todos los hijos que se les murieron fue por accidente, y unos accidentes gravísimos.
Cuando se les murió la hija, que era tan chiquita, ellos eran una pareja joven, con esperanzas. Y les pasa eso, que no se pueden levantar en toda la vida.
RICARDO: —Siendo la primera, y en la forma en que murió, no la reemplazan con todos los otros hijos.
IRMA: —Aparte era una criatura muy querida.

MILO


La Bicha era mayor que yo. Murió en Mariano Benítez. En ese campo el Viejo sembró maíz, hizo chacra. Justo estaba sacando maíz y dejó el carro al lado de la casa. Bajó y fue a tomar café. Y la Bicha y yo lo vimos y fuimos corriendo para el carro. Yo me subí por la rueda y salté adentro del carro. Ella no podía terminar de subir y entonces yo fui y tiré las riendas para atrás, y justo ella estaba agarrada de la rueda y el carro la va a aplastar por el medio. Cuando escucharon gritar mis viejos salieron pero ya... Un accidente boludo. La yegua no habrá caminado un metro para atrás, menos. Justo ella que no podía subir, se agarraba de la llanta y se caía. Y en eso quedó abajo del carro. Yo tenía cuatro, y ella tenía cinco. Ya estaba Horacio, ya estaba Benigno, y no sé si ya estaba la Tita. Ahí ya el Viejo empezó a andar mal. Ya dejó el campo ese, todas las tierras, y se fue. Al final ni llegó a levantar la cosecha.

CELIA


Yo siempre pienso que a nosotros el mundo se nos vino abajo con la muerte de la Bicha. De no haberse muerto la Bicha, Papá no habría salido del campo. La tragedia de la vida de ellos fue ahí, la muerte de la nena. Mamá no quiso estar más en ese campo, ni Papá tampoco. Ahí empiezan a rodar ellos. Estaban instalados en un buen campo en ese tiempo, como toda la gente, como los Cándido. Y toda la gente que se quedó en el campo con muchos hijos, hoy son los dueños de grandes campos. Si nos hubiéramos quedado en el campo, con la inteligencia de Ricardo, de Milo, para las máquinas, para los negocios; con lo que le gusta el campo a Luisito, a Horacio, trabajarlo él, y todas nosotras, que a lo mejor no hubiéramos ido a trabajar afuera. Nosotras, con Mamá en la cocina, cosechando, haciendo jardín, trabajando en la quinta, haciendo dulces... Hubiera sido el futuro de todos nosotros. Porque encima, a todos nos gusta el campo. En el campo las mujeres cosían toda la ropa de la familia, las camisas, los pantalones, los calzoncillos, las bombachas. Y a Papá le gustaba mucho el campo. Yo creo que lo que más le gustaba a Papá era el campo.

MILO


Le dieron un tambo, en Mariano Benítez, también. Lo tuvo un tiempo nomás. Ahí nació Tita, o ya estaba nacida. No me acuerdo. Me acuerdo que se cayó de la cama un día y se quedó colgada de un brazo.

RICARDO


Todo fue bravo para el Viejo. El pasado, después la vida que tuvo hasta llegar al casamiento, y ahí pasa eso.

BETTY


¡La mano que tenía Papá para los animales! Los paisanos no podían creer cómo hacía él para que las chanchas le dieran tantos chanchitos; la vaca tenía un ternero tras otro... Todo, la yegua, hasta las gallinas. ¡Y qué hermosos animales parían!

IRMA


Papá compraba bolsas de papa en las chacras. Siempre teníamos la vaca, que daba 10 litros de leche. La ordeñaba Mamá, Coco, Tito. Con eso, todos los chicos, la mamadera, que era una botella.

IRMA Y RICARDO


RICARDO: —En casa la comida nunca faltó, pero lo demás faltó todo.
IRMA: —Y eso decimos nosotros, que somos los más chicos; los más grandes, peor.
RICARDO: —A todo eso se le agregan las enfermedades de mamá, que pesaba 45 kilos con zapatos y todo.

BETTY


El Viejo era más mujeriego que la miércoles. Mamá sufría, pero antes eran así las cosas.

MILO


Mi Viejo y mi Vieja peleaban siempre. La Vieja era muy celosa, muy celosa. Y al Viejo le gustaban las mujeres. El Viejo era mujeriego, andaba con cualquiera, y la Vieja se enteraba, por una punta o por la otra.

IRMA Y RICARDO


IRMA: —La Betty cuenta que lloraba porque no tenía una mamá gorda, como las compañeras de ella.
(...)
IRMA: —Papá y Mamá se querían.
RICARDO: —Se quisieron mucho al principio, después hubo un compañerismo. En ese tiempo era normal que el hombre hiciera lo que hacía él, un baile cada tanto al que se iba a caballo, o un  boliche, para jugar a las cartas.
IRMA: —Aparte, Papá hubiera sido feliz si Mamá hubiera ido a todos los bailes con él. Pero era, primero, un embarazo, y después todos los que vinieron atrás. ¿Adónde podía ir? Pero él se iba igual. Era una manera de levantar el espíritu, digo yo, una noche de baile.
RICARDO: —El Viejo nació para hacer la vida que hizo, bruto y... Y mamá al revés, todo para ser monja. No había un punto en común. Lo difícil es entender por qué tuvieron tantos hijos. Si no hubiera habido nada entre ellos, habrían parado la producción desde el vamos.
IRMA: —Él estaba contento con cada chico que nacía. A los chicos los quería cuando eran chiquitos. En eso coincidían con Mamá. Papá se llevaba bien con los hijos cuando eran chiquitos. Cuando ya eran más grandes, ya no. Él cargaba los chicos de bebés, les preparaba la mamadera.
RICARDO: —A medida que nos íbamos creciendo no nos podía ver sentados. Nos echaba a todos para afuera, siempre había que estar haciendo algo.
IRMA: —Ah, sí, de chiquitos ya empezábamos a trabajar.

DON EMILIO Y LOS HIJOS

  

MILO


De chico yo tuve que cuidar los caballos, cuidar los chanchos, cortar pasto. Y a mí me tocaba la peor parte porque era el más grande. A Benigno también le tocó, pero yo era mucho más grande de cuerpo, así que me tocaba siempre a mí.
Con Edgardo anduvimos más juntos de grandes. De chicos éramos los tres, yo, Horacio y Benigno, los que andábamos siempre. ¡Edgardo era más jodido cuando era chico! Nos hacía pegar vuelta a vuelta. Era dañino, era el más chico.
A la hora de la siesta íbamos a robar sandías. La Vieja y el Viejo se acostaban a dormir la siesta, y nosotros también nos acostábamos, pero nos levantábamos e íbamos yo, Benigno, Horacio y el Tito a comer sandía. Y cuando llegábamos a la casa la Vieja nos agarraba. “¿Adónde fueron ustedes?”
“No, a ningún lado”.
“¡Cómo que a ningún lado!”
Al otro día lo mismo.
“¿Adónde han ido ustedes?” Y ahí era “¡Vos le contaste!”, “¡vos le contaste!”, “no”, “no”, ninguno le había contado. Y había pasado que el Tito, que era más chico, tenía la costumbre de pasarse la mano por el pelo después que se comía la sandía, y ahí le quedaban las semillas y todo.
(...)
El Viejo posiblemente era más compañero con Horacio, por las carreras y todas esas macanas. A Horacio le gustaba más lo que le gustaba al Viejo.
(...)
El Viejo llevaba pasto y a la vuelta pasaba por el boliche. Ahí adentro le contaban todas las cosas que hacíamos los chicos con los caballos. “¿Ustedes anduvieron corrieron carreras hoy, por bolitas?”, “no, no, no”. A los pocos días, otra vez. Y nosotros teníamos un tordillo viejo que no servía para nada, pero vos lo ponías a la par de otro ¡y era ligero el desgraciado! Porque había sido de carrera. Había sido parejero del Viejo cuando era soltero. Le ganábamos a todos los chicos, siempre sacábamos bolitas. Y después el Viejo se enteraba en el boliche, y ahí,
“¿Cómo sabés que anduvimos corriendo?”
“Y, el tordillo me cuenta”.
¡Puta que lo parió, el tordillo de mierda!
Horacio era muy creído, y otra vez que se entera el Viejo también, y llega.
“¿Qué han andado haciendo ustedes?”
“Nada, nada”.
“¿Cómo nada?”
Y ya nos empezó a apurar, y “¿Adónde está el tordillo?”, y no estaba por ninguna parte. Horacio lo había llevado adentro de un maíz, lejos de la casa, para que no le fuera a contar al Viejo.
(...)
A Horacio le gustaba el campo. Y tenía un campo más o menos armado, allá por lo de Dohorondo, en el campo de un catalán. Y tenía muchos animales, tenía gallinas, caballos, vacas, sembraba maíz. Cuando recién se casó fue para allá. Después no sé qué pasó con el campo, que lo dejó y se metió en la fábrica. Parece que el catalán era muy jodido.
(...)
Yo hice primer grado, áhi en los corrales, cerca del Matadero. Después me iban a mandar a no sé dónde pero me fui quedando y después ya no fui más. Como al Viejo le hacía falta en la casa y a mí que no me gustaba la escuela...

IRMA


Yo era chiquita, no iba al colegio, y me levantaba a cebarle mate a Papá, cuando vivíamos en la casilla en Campos Salles.
Cuando empecé a hacer enfermería, me acompañaba, cuando me tocaba hacer inyecciones allá por lo de Genaro, lo de Vilani. Era el monte reoscuro. La única luz eléctrica que había era la del corredor nuestro y una bombita, igual que la nuestra, en la Caminera. Lo demás, tinieblas. La entrada a lo de Genaro, terrorífica. Nos daban papas, zapallos, camotes, repollos. Me acompañaba caminando. Aparte, yo hacía los primeros auxilios en canoa. Tenía otros clientes, para el lado de Lista, para el lado del Salto. Y a veces me llevaba Papá, remando.

RICARDO


El Viejo tenía un caballo petiso para la araña, y el Coco le enseñaba a dar la mano, a alzarse, de todo lo enseñaba. Y un día el Viejo lo puso en la araña y cuando le tocó las riendas el petiso se paró en dos patas, y el Viejo se fue al suelo. Ahí la ligamos todos.

CELIA


La mecánica que le gusta al Luisito, a Ricardo, a Milo, no salió de Papá. A Ricardo le gusta la tecnología. A Milo también. A Luisito le gusta más la mecánica pura.

RICARDO


Venimos de usar la cabeza para hacer un montón de cosas. En ese tiempo no había nada, y entonces había que usar la cabeza. Yo aprendí a manejarme usando el ingenio. Siempre hacíamos cosas en la herrería.

MILO


Cuando mis hermanos más chicos se fueron creciendo poco estaba yo en la casa.

CELIA


Él decía que si nos portábamos bien lo íbamos a acompañar a buscar al monte los árboles de Navidad. Y entonces cuando ya era más o menos cerquita de Navidad, él venía del trabajo y nos íbamos con él. Él agarraba un hacha que tenía para cortar leña fina. Había tantos pinos... había que buscar la punta de un pino chiquito. Para él la punta era medio pino. Entonces él la bajaba y nosotros teníamos que traerla, y él después la plantaba en el patio. Nos ponía una escalera para que nos subiéramos y le colgáramos juguetes, cosas que hacíamos con papeles. Había muy poquitos, en ese tiempo, adornitos de Navidad; como los de ahora los veías en las películas. Las lámparas quemadas, él las pintaba con colores, y después las poníamos en el árbol.
(...)
Papá le tenía terror al agua, pienso que por todas las cosas que pasaron. Incluso a nosotros nos ataba con una soga cuando íbamos a pescar. Era el sistema para pescar tranquilo él. Un día casi me ahogué yo. Si no hubiera estado él, me ahogaba. Fuimos a pescar con la canoa, ahí en Arroyo del Medio, y fuimos a un lugar hondo, cerca de un cañaveral. Se me prendió un pescado, y el pescado era fuerte, y me caí de la canoa, y él me agarró de los pelos y me levantó para arriba. Me salvó. Tranquilamente me habría ahogado, porque yo no sabía nadar.
Otra vez, me acuerdo cuando me ayudó a sacar una raya. Yo estaba en la canoa y él vino corriendo y me ayudó a sacarla. Pescar una raya es muy difícil porque hace ventosa en el piso.
(...)
Él siempre rezongaba de mí, pero siempre me buscaba. Yo iba mucho a pescar con él, me encantaba. Y después, era la única que escuchaba las novelas con él.
(...)
Le comíamos las uvas, y a él tocarle la parra era lo peor que se le podía hacer. Pero eran cosas de chicos. Lo que él quería era que la uva madurara para hacer la ceremonia de la uva: juntarla, ponerla en una lata con agua... La sulfataba mucho. Jamás tenía peste, la parra. Había comprado la máquina de sulfatar, para la parra. Para mejor, la había plantado el abuelo. Papá la podaba, guardaba la poda para hacer ceniza, para curanderearse. Y le echaba sulfato. Entonces, claro, tenía miedo de que la comiéramos con sulfato. Cuando llegaba del trabajo, era la ceremonia de la uva: cortar los racimos, ponerlos en una lata con agua, dejarlos remojándose y después bombear para cambiarle el agua, dos, tres veces. Cuando estaban bien limpias, entonces las podíamos comer. Pero nosotros estábamos todo el día mirando, y cuando veíamos una punta que se ponía violetita, no violeta, violetita, ¡sá! Y entonces venía el Viejo y encontraba que le faltaba una uva, y renegaba, en serio.
Tampoco quería que le tocáramos la bicicleta. ¡Lo que era esa bicicleta! No tenía frenos... Lo único que tenía era un gran farol, porque en ese tiempo a nadie le faltaba el farol en la bicicleta. Eran a kerosene, con una gran lupa. Se le había partido el manubrio y él le había puesto dos planchuelas agarradas con unas tuercas que parecían duraznos. ¡Ese manubrio pesaba!... Pero no se la podíamos tocar. Era SU bicicleta. Ninguno de nosotros tenía bicicleta. El que después tuvo fue el Tito, pero era como el auto para ir a trabajar. Horacio también, se compró su bicicleta para ir a trabajar. Al Viejo le encantaban las bicicletas. Todos los domingos los ayudaba a los muchachos a desarmar las bicicletas. Él no podía desarmar la suya, porque no tenía nada para desarmar.
Le robábamos la bicicleta a Papá para andar por el patio, ir y venir, de casa a la barranca. Papá tenía un caballo de carrera. Había un terreno en el campo del Automóvil Club que Papá usaba para varear el caballo, atado, alrededor de una estaca. Se nos ocurrió ir a andar en bicicleta ahí. ¡Imaginate, semejante circuito! El Viejo vino y se avivó que le habíamos sacado la bicicleta, y empezó: “Me agarraron la bicicleta”, y “Alguien me agarró la bicicleta”... Al otro día yo agarro una escoba y se la ato atrás a la bicicleta, porque él había visto las marcas en el circuito. Pero damos una vuelta y se notaba. Entonces agarramos un bloque de cemento que había y se pusimos encima de la escoba. El Viejo viene, agarra la yegua, va, la pone y “Esto, acá, parece que hubieran barrido. ¿Quién barrió?” “¿Barrer? ¿Cómo? ¿Quién va a barrer ahí?”
Pobre. Eso nunca se lo conté. A lo mejor Mamá se lo contó. A mí me quedó, que lo engañé. Fue la única vez que no me descubrió. Siempre descubría todo, hoy, mañana o pasado. Y siempre nos amenazaba, pero nunca nos pegó. Si había algo que él no soportaba era que le dieran una paliza a un chico. Tampoco necesitaba pegarnos, porque nos miraba y ya...
Mamá veía todo lo que hacíamos y lo único que hacía era decirnos “Cuando venga tu padre”... Nunca nos prohibió hacer lo que hacíamos. Nunca dijo “No hagan eso” y nos sacó. Tampoco era más que agarrar una bicicleta vieja.
(...)
Lo más grave que le hice fue romperle la piedra de afilar. Me dijo “Sos vos”, y yo le dije “¡Avisá, che!” ¡Ahh! ¡Para qué! No me fajó, pero me la tuve que aguantar. No sé cómo supo. Me habrá visto una vez que yo usaba la piedra para trepar arriba del galpón. Y así fue que se me rajó la piedra, cuando me paré encima. No sirvió más, tuvo que comprar otra.
Después cambió. Luisito le contestaba, le sacaba el caballo, le sacaba la bicicleta y él lo retaba, pero se cagaba de risa.
(...)
Le sacábamos la canoa. ¡Para entrar esa canoa y que él no se diera cuenta! Porque venía y miraba las marcas. Había que volverla a meter justo en el triángulo que había dejado en el barro antes. Uno se bajaba, el otro le tiraba la soga, “¡Para acá, para allá, para allá, para el costado!”

BETTY


El Coco, el Luisito, el Ricardo, la Chela, la Celia, ¡qué no hacían! Papá lo mandaba al Coco con la jardinera, e iba con una yegua que le gustaba correr de lo lindo. Un día apareció el Coco, “¡Tita, Tita!”, y era que la yegua había embalado y había volcado la jardinera en la zanja.
Siempre recurrían a la Tita. Una vez viene el Ricardo del arroyo.
 — Dame una gillette, necesito una gillette.
— ¿Para qué?
— Necesito una gillette.
Y era que el Luisito se había clavado un anzuelo en la mano. Y el Ricardo quería cortarle con una gillette para sacarle un anzuelo, ¡mirá vos! El Viejo lo escuchó y allá fue, a las reputeadas, y le sacó el anzuelo él.

LUIS


Había una vaca que tenía un ternero que se nos perdía siempre, y había que ir y llamarlo, igual que la vaca, y había que ir hasta donde  lo escuchábamos. Con el Loco dijimos “a este hijo de puta lo vamos a cagar”. “¿Ah, si? Vas a ver cómo no te perdés más”, y le atamos la cola del ternero a la cola de la vaca, y le dimos un guascazo. Y, ay, se vinieron, de allá... Y lo vimos, no alcanzamos a decir “uy” y “¡plác!”: la vaca pasó por este lado de la planta y el ternero del otro. ¡Cuando lo vio el Viejo!

RICARDO


Nunca me aconsejó. Cuando no agarrabas viaje, te impulsaba con un patadón. Con eso te daba el impulso, no con la psicología de ahora.

MILO


Con nosotros andaba el látigo del Viejo. Y era lo que hacía falta. Y lo que hace falta ahora. Rigor, hace falta.
(...)
A nosotros el Viejo no nos daba bola.
(...)
El Viejo no renegaba de que tenía tantos chicos. Traía una bolsa de pan por día, 10, 12 kilos. Casi siempre hubo leche en la casa, teníamos vaca. Cuando éramos chicos había muchos chanchos y se carneaba siempre.

IRMA


No nos impedía lo que decidíamos, siempre que fuéramos a hacer cosas útiles. Pero éramos tantos, Papá no podía decidir qué íbamos a hacer cada uno. Los más grandes no fueron más a la escuela porque no pudieron; las escuelas estaban lejos, había que disponer de un sulky, o de un caballo. Si no lo tenían, a lo mejor ese año no podían ir a la escuela. Y desde chicos, ya iban a trabajar. Yo salí a los 13 años de casa a trabajar, en una casa de familia, a cuidar chicos. Después dejé para ir a un taller, que no me gustaba, pero me daba tiempo para poder estudiar. Pensé que tenía que hacer algo porque si no iba a envejecer trabajando en esa casa de familia. Pensé que podía ser enfermera, busqué la escuela, la encontré y me anoté. Tenía 17 años, y a los 19 ya estaba trabajando en el hospital, nombrada, todo. Atrás mío, los que siguieron hicieron la misma historia. Él sentía las conversaciones, hablaba con mamá, pero no era de preguntarnos “cómo te va”, ni “qué pensás hacer”. Estaba contento que la vida que teníamos, de grandes. Nosotros éramos chiquitos y lo ayudábamos, dirigidos por el Tito, que venía del trabajo y hacía de director de obra. Le hacíamos la mezcla, el barro, en esa época, lo ayudábamos con los ladrillos. Se trabajaba de noche, con la lámpara. Entonces Papá, que iba todas las tardes a timbear a lo de Rossi, decía allá “Ve, cómo trabajan mis hijos, ¿quién tiene unos hijos como los que tengo yo, que viven trabajando?” Nunca levantó a ninguno diciéndole “vos sos un haragán, estás ahí echado, andá a trabajar” Ni a mujeres ni a varones. Todos sabían agarrar el surco desde chiquitos. ¡Si habré hachado leña yo!

MILO


Cuando éramos los dos grandes éramos amigos.

IRMA


Me acuerdo que me llevaba a Rueda con el sulky, cuando él iba a visitar a la tía Elvira, que era mi madrina. Íbamos en una arañita que tenía. Se sabía quedar hasta el otro día. Con esa gente conversaba bien. La tía lo quería. Había sido un poco como la madre de él.

RICARDO


En el arroyo había mucho pescado grande, dorados, taruchas, surubíes, de un tamaño que ya no se ve, unas bogas enormes. El Viejo no nos dejaba ir solos. Entonces nos ataba con una soga. Nos ataba a cada uno a una estaca, y pescábamos así, atados.

CELIA


Me acuerdo de cuando nació Luisito. Nos levantamos con la Chela, y Mamá no estaba. Teníamos unas muñecas, se ve que teníamos unas muñecas medio chiquitas. Me acuerdo que después vino papá y estuvimos con la Chela en la cocina, con las muñecas. Yo estaba con una muñeca, la Chela, no me acuerdo, y él nos dijo: “Sabés que tu madre tuvo un nenito, chiquitito como esa muñeca”. Yo pensaba “¡Qué chiquitito!”. Como que no aceptaba que podía ser tan chiquitito. Y me acuerdo cuando Mamá vino, que lo traía a Luisito: yo lo primero que hice fue ir a verlo, a ver si era chiquitito como mi muñeca.

LOS NOVIOS DE LAS HIJAS




IRMA


Los novios que presentó la Tita los sacaba más rápido que ligero a todos. El que presentó la Betty, Luis Almada, también, nada más que Luis era seguidor. A Pinky, maso, maso, porque le decía a la Celia: “Él se va a ir y vos te vas a joder. Porque los extranjeros siempre terminan yéndose, y más esa gente, esa raza, que son distintos a nosotros”. Pero la Celia estaba loca en ese tiempo, no sentía ni escuchaba nada. Una vez cuando yo tenía 18 años presenté un novio. No había terminado de poner una pata cuando ya la había sacado. El único que cayó bien fue Carlos Carrere. Porque era rubio, y Papá tenía idea con los colores, no quería a la gente morocha. Al que no quería no lo miraba, y punto, así como hace la Tita.

CELIA


El tema de los candidatos de las hijas era una tragedia. Tener que decirle a Papá que tenías novio era... La Irma, cuando le llevó a Miguel Reynoso, que era el novio oficial... pero, EL ODIO. Ni que fueran los nazi más perseguidos. Reynoso iba a hablar con el Viejo y el Viejo se escapaba, se escondía. Era una tragedia. Con Pinky, yo me escondí en la pieza, atrás de una puerta. Porque Pinky iba a la casa en calidad de amigo, pero el Viejo zorro se ve que ya había espiado, nada más que no decía nada. Y hubo que encarar, y “encará, Pinky”, y Pinky no quería saber nada. Pero no había otra. Yo me fui con la Chela, me parece, a la pieza, y escuchaba que Pinky hablaba y hablaba y hablaba. Por ahí paraba, porque el Viejo, encima, no decía nada. Con Carlos Carrere ya era otra época. Creo que Carlos ni fue a hablar con él. Ya ahí vino la época en que no se pedía más permiso a los padres. Aparta la Chela, en ese sentido era más independiente que yo. Si le gustaba, bien, y si no... Creo que Carlos se presentó y directamente dijo que era el novio de Chela, y nada más. Y a Carlos lo quería al principio.

PERSONALIDAD DE DON EMILIO



IRMA


Yo creo que Papá nació para no tener responsabilidades ni obligaciones. A él le gustaban los bailes, los amigos, salir. Trabajar sí, eso sí. Él iba, sin dormir, pero iba a trabajar. Pero le gustaba todo lo otro. No asumía del todo la responsabilidad de la casa, la familia, los hijos. Teniendo hijos y mujer, no se podía salir tanto, ir a bailar, a jugar al boliche. Aparte, la parte económica quebrada. Era un hombre que no tenía estudios, no tenía preparación. Los trabajos que tenía eran para los que más trabajan y menos ganan. Para semejante familia tenía que tener un supersueldo, para tener bien la familia y poder disfrutar de salir.
A él le gustaba disfrutar de la vida, lo que pasa es que con ese montón de hijos... ¿qué hombre podría sostener una situación con tantos hijos? Tiene que ser un Yabrán.

MILO


Le gustaba el trago, también.
(...)
Una vez estaban áhi en lo Rossi y él estaba de campana. Adentro jugaban, venían de Rosario, de Buenos Aires. No sé bien a qué jugaban. Un día cayó la policía y los cercó. El Viejo les avisó cuando vio a la policía pero ya no había nada que hacer. A la mierda todos. Allá fueron los de Rosario, todos. Y después vino el Viejo de vuelta y andaba hirviendo la ropa en un tarro. Y la Vieja no sabía por qué el Viejo andaba lavando la ropa, que en la reputa vida lo había hecho. Se arrimó a preguntarle qué le pasaba y ahí el Viejo le contó que en la comisaría lo habían tenido y se había llenado de piojos.

IRMA


Lo llevaron preso de lo de Rossi, una noche que hicieron una razzia. Todos presos. A la provincia de Santa Fe. Nadie le puso abogado a nadie, nadie iba a buscar a nadie, y encima tenían que darle la comida, así que “vamos, todos de vuelta”. Los echaron.

MILO


Venía Juan Duarte, el hermano de Evita, haciéndose el gaucho desde allá, desde Rosario, recorriendo con unos bueyes. Y eran unos bueyes viejos, y los largaron áhi. Y el Viejo tenía una parva de pasto, y yo fui y le dije al que los sacara porque tenían unos tremendos cuernos y le enganchaban el pasto al Viejo y lo revoleaban y lo desparramaban. Y “ya cuando venga el Viejo, ya los va a hacer cagar a esos bueyes”. Y al poco andar llegó el Viejo. ¡Mierda!
“¿Y esos bueyes, qué hacen ahí?”
“Los trajo ahí, el de la carreta”, y mierda, fue y lo corrió al viejo y a los bueyes. Pero al rato estaban de vuelta en el pasto. Agarró un palo y de la casa se oían los palazos en las costillas de los bueyes. ¡Qué... les dio una salsa! Y el cuidador no se animaba a arrimarse a los bueyes. Apareció y los miraba de lejos, nomás. Peor que un bombo sonaban los bueyes.

BETTY


Ese Viejo era... se daba maña para todo. Se hizo una radio a galena y agarraba todas las radios. Después se venían todos los gringos de Campos Salles a que les arreglara las de ellos.

CELIA


A Papá le gustaba leer y escuchar novelas. Las novelas le encantaban. Escuchaba a las siete de la tarde las de Norberto Blessio, Bernardo De Gustinza, “El forastero que llegó una tarde”, “Nazareno Cruz y el lobo”, y escuchaba, después de que se jubiló, las novelas de más jerarquía. Los sábados a la noche era función de gala: escuchar “Las Dos Carátulas”, que era el teatro de Radio Nacional. Eso se escuchaba en familia. Él, Mamá, nosotros, porque era sábado a la noche, cuando estábamos todos. Pero en la tarde, cuando se jubiló, daban novelas con artistas importantes, como Fernanda Mistral. Era como a las dos o las tres, a la siesta.
(...)
Leía todo. El diario le encantaba, pero leía muchas revistas. En ese tiempo se leía la revista Leoplan. No debe existir más, pero eran revistas que traían de todo. Había un baúl entero de esas revistas. Traían de medicina, novelas, cocina, campo jardín. Todo para la familia, todo lo que se necesitaba en la casa: cómo criar los chicos, reglas de higiene... y traía novelas continuadas. Yo me llamo Celia por una de esas novelas. Ellos leían la novela y el personaje se llamaba Celia, y ahí la ligué yo. Nada más que como Mamá no quería tener más hijas me puso María para que la Virgen no le dé más hijas. Y Papá se enojaba porque él, como dijo Luisito, querría haber tenido quince mujeres.
Leía la Almanaque, pero la Almanaque ya era como una guía del campo. En los campos más o menos, la Almanaque no faltaba. Era como si dijeras la revista La Chacra, y salía una vez por año. Comentaba todo lo que fuera del campo, semillas, trigo, todo lo que se había cosechado, todo lo que había salido nuevo para el campo ese año, vacunas para los animales, precios, dónde meter las cosas en los mercados para que te rindan más, cómo venían las cosechas. Era muy interesante. Y después tenía muchas cosas prácticas, cómo atender el parto de una vaca, si el ternero nacía así o asá, para criar chanchos, pollitos, la cura de una higuera. Todo lo que se puede saber en el campo.


LOS CABALLOS




IRMA

Los gitanos estaban siempre relacionados con Papá porque le traían caballos. Los gitanos saben mucho de caballos. Lo que no quería era que las gitanas le adivinaran la suerte. Las echaba.
La yegua alazana es la que le compró a los gitanos. Era una preciosa yegua. Eran caballos de carrera, como el Farolito, eran pura sangre. Costaban como si alguien tuviera ahora un coche de carrera. Estaban los muchachos más grandes con el caballo de carrera, y Papá se daba maña para hacerle las mantas, los gorrales, todo el equipo del caballo. Todos los domingos corría en lo Sala, donde es Protto, al lado de la bodega de Clerici.
Yo andaba mucho a caballo. Cuando estaba en el campo de la tía (Elvira) andaba todos los días, cuando había que ir a buscar los chanchos, las vacas, los animales que se iban lejos. O para sacar agua del pozo con el balde volcador.
A Edgardo, Horacio, Coco les gustaba andar a caballo. Eran chiquitos, flaquitos. De las mujeres, hemos sido la Celia y yo.

MILO


Al Viejo le gustaban las carreras, ¡uhhh!, era loco con las carreras. Toda la vida ha tenido caballos de carrera. Los corría él. Mucho tiempo Horacio fue jockey. Fui yo, también, pero el Viejo me sacó al poco andar porque me pesó y pesaba 72 kilos. Edgardo también, fue vareador del Viejo. Coco también. Sí, nos usaba a todos el Viejo.
No era criador, tenía caballos comprados, nomás. Una vez le compró una potranca a los Yungos, que salió muy buena. La tuvo muchos años. Después la vendió para Rosario, al hipódromo. Era una potranca que habían conseguido los gitanos, del criadero de los Álzaga Unzué. La habían descartado porque tenía una mano hinchada, y entonces fue a la venta con los demás animales y la encontraron los gitanos y andaban con ella. Y allá la encontró el Viejo y se la compró. Siguió con la mano hinchada, pero nunca tuvo problemas. Mimosa, o algo así, se llamaba.
(...)
El Viejo le amansaba los caballos a Lasalle, a Loero. Amansaba para tiro, esos caballos de las cocherías, esos caballos negros, brillosos. A esos se les enseña que vayan con el cogote torcido siempre. Le largás las riendas y quedan ahí nomás. Se les pone una rienda por arriba y se les tira bien, y se le va dando con el látigo de atrás, así que van casi frenados, pero tienen que andar. Andan zapateando. Lo joden un tiempo así y se van acostumbrando. Después se ven los caballos que van atados a los coches fúnebres, que parece que se quieren ir al diablo. Van zapateando. Hay que tener paciencia un tiempo largo, para enseñarlo. Tal vez dos meses, tres meses, a veces más. Primero se los amansa, se le sacan las cosquillas, que quede mansito, y después se les enseña que caminen así.
Después, el Viejo amansaba muchos caballos que eran para tiro, para carros, todo eso. Benigno anduvo poco en eso; éramos más Horacio y yo. El Tito no, era más chico. Le traían muchos caballos al Viejo para que los amansara. Potros sin palenquear ni nada, los traían y los amansábamos. Todos no son prácticos en eso. Algunos se ponen a amansar caballos y si los atan mal los hacen mañeros ya. Hay que hacerlo que tire, que pare, que arranque cuando querés, y así. Lleva mucho trabajito, no muy grande, pero tiene mucho trabajito. Nosotros teníamos corral, palenque.

LUIS


Sabía criar caballos. Tenía una yegua que era espectacular. Una vez Juan Cándido le pidió que fuera para allá, para Rueda, para que le viera un caballo que se había comprado, y el Viejo fue, me llevó.
— ¿Y qué te parece?
— Vamos a ver.
Y lo puso parejo con la yegua de él, con la yegua tirando de la jardinera, y a la tercera vuelta que había dado el otro, la yegua había hecho cinco, y no la podía parar.

MILO


Algunos se encariñan con los animales, como al que le gusta un auto. El Viejo les tenía cariño. Pero les daba, ¿eh? Les daba cada biaba de la mierda, no les perdonaba nada. Y el caballo, también, es como todo, si te agarraba el lado flaco, que uno los trataba bien, ¡pero!; si ven que vos le aflojás, el caballo enseguida se hace mañero. Enseguida te agarra la vuelta. Y algunos matungos son más desgraciados que el diablo.

LAS AMISTADES DE DON EMILIO

  

MILO


El Viejo era amigo de los gitanos. Les compraba caballos, a veces les vendía. A los gitanos íbamos, yo también iba, a la carpa de los gitanos, y tomábamos mate, tomábamos vino.

IRMA


En el ámbito de él, los que andaban en las carreras, ¿quién no lo conocía a Papá?

MILO


Algunos amigos tenía. Todos eran de las carreras. Curdas, otros, que también eran amigos del Viejo.
Había uno ¡más chorro! Venía a visitarlo al Viejo de noche y cuando se iba le afanaba lo que se podía llevar. Un día había venido a visitarlo y cuando se fue, “hasta mañana, Emilio”, y se iba llevando la gallina, el viejo. Lo agarró, el Viejo, y le sacó a la mierda la gallina.
Después el Viejo le andaba macaneando la mujer, y llegó Horacio con el cuento, del boliche: “Ahí anda fulano de tal con la escopeta, entre las cañas, ¿qué estará esperando?”, y el Viejo entonces no pasaba para el otro lado del puente.
Agapito Abaca, era. Era más jodido que el diablo. Los hijos creo que los mató todos la policía.

IRMA


Papá era íntimo de Abaca. Compañeros de timba. Pero Abaca le afanaba una cadena con la que Papá ataba los caballos a la noche. Papá sabía que era él. Lo esperaba con el revólver en la mano. Y Agapito lloraba para que Papá no le tire un tiro. Si Papá lo agarraba, capaz que le pegaba un balazo, o si no, le pasaba cerca. A un tucumano que iba siempre y se quiso quedar en la casa cuando Papá estaba solo, lo agarró acostado por el patio y ¡zás!, le tiró un tiro al ladito. A la mierda fue a parar el tucumano. Nunca más apareció. No quería que nadie viviera con él. Muy mal llevado.
(...)
Abaca se afanaba cualquier cosa, y después lo vendía a cualquier precio, para chupar, nomás. No era para hacer ninguna obra importante.
(...)
Hubo uno que no sé qué pleito tenía con Papá, y tenía que pasar por el puente para este lado, de lo de Rossi a su casa. Un pleito de timba ha de haber sido. O de polleras, o de timba, una de dos. Entonces Papá lo esperaba en la punta del puente, con el revólver en la mano, para cagarlo un tiro. Con el látigo en una mano y el revólver en la otra.

Los amigos de Papá, el que no rengueaba de una pata, rengueaba de la otra. Don Rossi, ¡qué es lo que no tenía encima! Todas las malas mañas. El viejo Vilano, ¡otro! ¡Don Genaro! ¡Otro!

EL FINAL




CELIA


En el año 63, antes de que Gustavo cumpliera el año, fuimos a vivir con él en Arroyo del Medio. A él le gustaba que Gustavo quisiera ir a pasear con él en el sulky. Lo llevaba al pasto a que jugara, a esas gramillas altas, y él jugaba con Gustavo. Gustavo fue el único nieto que tuvo para él. Las chicas de Horacio nacieron en la chacra y venían cada tanto de visita. Venían a la tarde, y a la noche se volvían. Pero Gustavo se levantaba y se iba con él. Él le hacía las mamaderas. Por ahí decía que yo no sabía hacer las mamaderas y que las iba a hacer mal, y se ponía a lavarle las mamaderas con maíz, y hervía él la leche. Y como yo trabajaba y Pinky dormía a la mañana, Gustavo se quedaba las mañanas con él. Y a él, que le dieran un nieto para cuidar, por más gallego bruto que fuera, era el único nieto que cuidaba.

RICARDO


Conmigo fue bueno. Yo lo tuve hasta lo último, hasta que se enfermó. Conmigo vivió siempre en Arroyo del Medio, y nos llevábamos bien.

CELIA


Papá tenía un absceso y quería que lo abriera yo, pero yo lo convencí de que lo consultara a Zangroni. El doctor Zangroni era de la fuerte timba de San Nicolás, y timbeaba en el almacén de Rossi. Caía una o dos veces por semana, a la noche. Estaban todos los viejos jugando al chinchón, y todos lo consultaban sobre sus dolencias. Zangroni era el único médico con el que Papá se dejaba ver. Zangroni lo mandó al sanatorio Buenos Aires. Cuando yo le cambio la curación vi que la herida ya estaba cerrada, ya no drenaba más. Ya había dos cosas para hacer un diagnóstico: el tipo de líquido que le salía y la herida que cerró. Era muy típico. Ahí me di cuenta de que tenía cáncer. Uno o dos días después lo llevo a la clínica San Nicolás y lo hago ver con Manolo Goenaga, que era el traumatólogo. Él me dice “Y, sí, me parece que sí”. Yo le había comentado a Manolo. “Y, mirá, a simple vista te digo que sí, pero vamos a sacarle una radiografía”. Le sacan una radiografía de ahí, y sí, era una metástasis. ¿De dónde iba a ser? De pulmón. Le sacaron una placa de tórax y tenía un cáncer que le tomaba todo el pulmón. Y ahí, entonces, había que internarlo. Y él no quería internarse para no gastar plata, porque en ese tiempo todavía se cobraba la indemnización por jubilación, y él la guardaba para arreglar la casa. “Si yo me interno, me interno en el hospital”. Así que se internó en el hospital. En el hospital se le hacen todos los estudios y se certifica el diagnóstico. Entonces ahí empezaron los hermanos que “¿cómo, doce hijos y el Viejo en el hospital?” Él no había renovado la mutual, pero no sabíamos nada de eso, así que va Pinky con el carnet de Vialidad a un campamento de Vialidad, porque Vialidad había desaparecido y le dicen que nunca había renovado la mutual desde que se había jubilado. No tenía mutual, pero nosotros le dijimos que la mutual le corría con la clínica. En el hospital justo se había encontrado con un amigo que se llamaba Pichirica, muy mentado, muy famoso. Y con tanta mala pata que Pichirica hace un paro y se muere. Y eso no le gustó a él, se impresionó un poco, porque en el hospital es una cama al lado de la otra. Aprovechamos ahí y le dijimos “qué te parece... mirá, acá... en el sanatorio vas a estar mejor, podemos entrar y salir, vos sabés que trabajo ahí...” Los médicos también le decían “Por qué no te dejás de joder, acá en el hospital... Dejate de joder, viejo, andate para el sanatorio”. Así que él, convencido de que la mutual le pagaba todo, deja que lo llevemos al sanatorio.

MILO


Yo estuve una semana antes de que muriera el Viejo. Yo estaba en Santiago y me vine de allá. Una semana estuve acompañándolo ahí, pero estaba jodido.



  

El abuelo murió el 30 de junio de 1969. Era el día que la abuela cumplía 67 años. La abuela pasó su cumpleaños a una fecha cercana, la del cumpleaños de María Eugenia, creo, una de las hijas de Ricardo. Él tenía 71. Había nacido el 26 de febrero de 1899

 

 

 






Buenos Aires, marzo de 1999.