martes, 29 de noviembre de 2011

El extraño caso de Fedra

La canción Some Velvet Morning quedará en los anales de la Ciencia del Tiempo como una de las muestras de que la gente del futuro remoto andaba jugando entre nosotros con su maquinita de tiempo y los muy tontos habitantes del siglo XX no nos dimos cuenta.
Es evidente que Some Velvet Morning fue creada en los años 90, como se aprecia en esta versión de Primal Scream:



Luego un gracioso la llevó varias décadas para atrás, para esta versión de Lee Hazlewood y Nancy Sinatra:

http://youtu.be/Sb-SVPJM4L4

Finalmente, volviendo al futuro y superando el momento de Primal Scream, Lydia Lunch hizo algo decente:

El último día de Tecnópolis


 La pared de fuego.
 



Añadir leyenda

Portento tecnológico, la Y de la tarjeta que cualquiera
 mostraba a una webcam se transformaba en una imagen 3D.
Al fondo de la imagen, Fernando e Irina.

sábado, 26 de noviembre de 2011

Rejuntadas para celebrar 49 años, casi bolas de oro

Nos rejuntamos en Uriburu los que trajeron libros para los amigos crotos:
signora Leandro (en diálogo con Don Ciro), signora Gisella, signorina Romina,
signorina Griselda, signorina Loreletta, signora Valeria, signore Pablo, Don Ciro.

Nos rejuntamos en Los Sabios. Santi demostrando
 que al capitalismo le va a costar trabajo hacer de él un trabajador.



La rejuntada en Los Sabios: joven Gisela, Joven Fernando, joven Manuela,
joven Irina, joven Santi. Fue la rejuntada con la Generación que Viene. No sé
cómo viene.



Joven Fernando indignado sin fin porque no podía encontrar
en Los Sabios ni mollejas ni chorizos.
Le explicamos que es un restaurante vegetariano de chinos
budistas, pero
"¿Y qué? ¿Por eso no pueden hacer unos chinchulines?"


La rejuntada en Colonia del Sacramento.
Praivet juntada, regalo polaco. Una joshita.
















Lindas las fotos, pero las estoy compartiendo con el objeto de informarles que se ha puesto en marcha el festejo de los 50 (las auténticas bolas de oro).
Por favor, ir comprando Off porque será de 3 días en una isla del Tigre.


miércoles, 16 de noviembre de 2011

Colonia arde de colores



Puerto fluvial con complejo de aeropuerto.









En la cabina del faro.



Soberbio señor del muro.






Señor amigo cruza las manos y con paciencia disimula la chiquilinada.





Playa del Río de La Plata.










Este bar es El Drugstore. Fotogénico campeón. Apropiado lugar para
festejar un cumpleaños. 


Puede verse la Minnie que inspira manteles a pintas y colores en general.







Blancos



Y rosas.













Injusta suerte la del chino, regalado a viajar a Colonia por la
Generosidad Polaca, que puso de excusas el cumpleaños.

Una vuelta por el atardecer de la Colonia del Sacramento















 























El paseo fue la tarde en que jugaban Argentina y Colombia. 

Llegamos al puerto para tomar el barco de regreso cuando el partido acababa de terminar. Un último aficionado escuchaba los comentarios que hacían en la televisión dos periodistas.









sábado, 12 de noviembre de 2011

El espesor del espejo


Perder el espejo es poner un pie en la locura.
Es perder la referencia primero de cómo soy, luego de quién soy, y finalmente de qué soy.
Pierden el espejo los crotos. Porque pierden el espejo se derrumban a la crotura y porque son crotos no tienen en quién mirarse.
Está el otro imaginario —el otro siempre es imaginario—, se dirá y es cierto, perfectamente cierto, y aún así, el otro imaginario no sostiene la cordura, el lazo con la realidad en que vive el cuerpo.

Ahora, el espejo tiene un espesor muy fino, de un grosor que tiende infinitamente a la nada.

Porque vamos al espejo, topemos la referencia y luego quedémonos.
No tarda mucho en llegar la desnaturalización de nuestra imagen.
A poco mirarnos ya nos extrañamos y el proceso no se detiene, se acelera.
Sabemos que si no nos apartamos rápidamente, entraremos en la locura.


miércoles, 9 de noviembre de 2011

Trocando em Miúdos


Me da la impresión de que si algún tanguero hubiera logrado este tema, lo habríamos celebrado mucho.

Trocando em Miúdos
Por Chico Buarque

Eu vou lhe deixar a medida do Bonfim
Não me valeu
Mas fico com o disco do Pixinguinha, sim!
O resto é seu
Trocando em miúdos, pode guardar
As sobras de tudo que chamam lar
As sombras de tudo que fomos nós
As marcas de amor nos nossos lençóis
As nossas melhores lembranças
Aquela esperança de tudo se ajeitar
Pode esquecer
Aquela aliança, você pode empenhar
Ou derreter
Mas devo dizer que não vou lhe dar
O enorme prazer de me ver chorar
Nem vou lhe cobrar pelo seu estrago
Meu peito tão dilacerado
Aliás
Aceite uma ajuda do seu futuro amor
Pro aluguel
Devolva o Neruda que você me tomou
E nunca leu
Eu bato o portão sem fazer alarde
Eu levo a carteira de identidade
Uma saideira, muita saudade
E a leve impressão de que já vou tarde.


domingo, 6 de noviembre de 2011

El amor al padre


El padre no ha sido un buen padre. Les ha faltado a los hijos, no les dio lo que necesitaban, ha sido egoísta. Pero un día el segundo hijo, quizás el más postergado, halla en sí un amor a su padre, tan abierto como el aire en la cima de una montaña. El momento arrasa al hijo en su soledad. Un ardor le quema el pecho, llora, necesita decir en voz alta, una y otra vez, “te quiero, papá”. Cuando al fin deja de llorar, sobreviene el pensamiento, ¿por qué habré de quererlo, si no se lo merece? Luego duda. Se pregunta si tal vez cuando era muy pequeño, en la época que no puede recordar, su padre lo amó. Quizás lo apretaba contra su pecho, le hablaba, lo besaba, lo miraba. Acaso lo amaba a su modo, sin importarle que lo reconociéramos. Y mucho nos ha enseñado madre que él nos despreciaba; ha de habernos influido.
Cuando ya no tiene palabras, el hijo busca y rebusca en sus sentimientos. Cualquier migaja la lleva a su estómago para saciar su hambre tremenda.
El amor de los hijos a su padre a veces nace espontáneamente, es obra exclusiva del hijo. Muchos de esos amores no son ganados por los padres. Es un sentimiento injusto para con ellos mismos el de esos hijos, pero no puede evitarse. Sucede en este mundo.



El profesor Kuo




Nació en Taiwán. Tiene 74 años y seis días por semana (“todos los días, no”) va a nadar 1.500 metros. “Todos me conocen en la pileta de Migueletes y Maure”.

Llegó a la Argentina cuando ya era un hombre de 44 años, con mujer y tres hijos. Trabajó en un taller de ropa, puso una rotisería, luego un autoservicio. Quiso que sus hijos se dedicaran a algo que recogiera su empeño de inmigrante, pero sólo Hugo se dedica a los negocios. En cambio, Ana y Carola se volcaron a la cultura. "Con eso no se hace dinero", se lamenta, negando con la cabeza. Sin embargo, fueron ellas quienes lo han puesto a dar las clases de caligrafía china, y la admiración de los alumnos y la vida que le da el arte lo tienen sonriendo. 


Si el interlocutor se interesa por su conocimiento de la cultura china, él se explaya. “Cuando se dice cultura china no debe confundirse con la cultura de la República Popular de China, afirma. La cultura china es equivalente a la cultura latina o la cultura árabe. No se circunscribe a un país. La cultura china dio fundamento a la cultura de muchos países de hoy: Mongolia, Corea, Japón, Filipinas, Malasia, Indonesia, Singapur y el resto del Sudeste Asiático. La República Popular comenzó en 1949, pero China tiene por lo menos 3.600 años”.

“El nombre China tiene más de 2.000 años. Se originó en la seda: se vendía del norte de China al sur, luego a la India, luego a Arabia y luego a Europa. Y no empezaba con el fonema chi sino shi, que significaba hilo. Con na se formaba tela el producto del shi, y así era shi na, que se deformó a China. Cuando se comenzó a importar porcelanas, se les puso ese nombre que ya existía”.

 

Y es budista. “El budismo es ante todo una filosofía. No es meramente una religión. Una religión puede ser algo muy fácil; alguien puede pelarse la cabeza y ponerse una túnica anaranjada, y ya sentir que está en un estado superior. Pero en el budismo no hay Dios, ni santos… Para practicarlo hay que pensar y es muy difícil pensar”.

Escuchando a don Juan

Mi compañero Pedro, amigo de copa y de cruz, ha resuelto muy eficaz y simpáticamente con facebook aquello de "escuchá lo que dice" tal autor. Siempre me gustó esa situación de que alguien sienta que algo que está leyendo salta a la vida por un sentido que él descubre y necesite, casi urgentemente, compartirlo con otro. Eso es lo que ha hecho Pedro, sabiendo hacer de facebook algo útil.
Ayer puso las palabras iniciales de Pedro Páramo, le contesté y terminamos contentos con su aporte y el mío.
Fue así:


Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo en cuanto ella muriera. Le apreté sus manos en señal de que lo haría; pues ella estaba por morirse y yo en plan de prometerlo todo. «No dejes de ir a visitarlo -me recomendó-. Se llama de este modo y de este otro. Estoy segura de que le dará gusto conocerte.» Entonces no pude hacer otra cosa sino decirle que así lo haría, y de tanto decírselo se lo seguí diciendo aun después que a mis manos les costó trabajo zafarse de sus manos muertas.

Comentario:
A mí me resuena ese párrafo como el sonido de fondo de toda mi vida, como si yo hubiese estado siempre dormido y en la realidad alguien dijera esas palabras.

Salud, don Pedro.

sábado, 5 de noviembre de 2011

Protocolo mágico y misterioso

Un sudamericano que se ha presentado ante mí ha estado muy atento a la observación de su comportamiento. Parecía que lo más importante para él era la forma en que se conduciría, mucho más que el objeto de la reunión y que mi persona. Cualquier cosa le hubiera servido para representar el ritual tan ridículo que aparentemente había preparado con obsesión: una mujer, el retrato de un coronel traidor o incluso un perro. Verlo era irritante y penoso. Asumió con todo su cuerpo una posición cómica que me hizo mirarlo atentamente para descubrir si acaso era espástico, y así se inclinó hacia mí como una torre de hierro que se vuelca, detuvo el movimiento y estiró sus rígidos brazos juntos ofreciéndome un paquete. “Para el señor”, dijo, como si a mí se me hubiera ocurrido que estaba ofreciéndoselo a otro. No esperó a que le agradeciera para soltar esta frase: “No es una daga. Para los chinos la daga es símbolo de cortar, y no queremos cortar con ustedes”. Fue una frase bastante amenazadora. En realidad, adoro las dagas, y si me hubiera presentado sus respetos con una daga típica de su país, lo habría celebrado. Pero sobre todo, ¿a qué venía demostrar aquel conocimiento de que para “los chinos” la daga es “símbolo de cortar”? ¿Por qué tenía la impertinencia de pretender enseñarle a su interlocutor algo sobre él? Eso era muy poco agradable. ¿Y de dónde había sacado aquel “saber”? Asociar la daga con el corte es de una simpleza que raya la sandez. ¿Me estaba llamando simple? ¿Y estaba reiterando ese parecer con “no queremos cortar con ustedes”? ¿Cómo habría de pensar yo que querrían cortar con nosotros, por mucho que me regalara una daga o cualquier otro objeto? ¿Me decía que yo no era capaz de entender que estaba lejos de él la intención de cortar, siendo que viajó desde el otro lado del mundo e hizo grandes esfuerzos porque nos reuniéramos? Finalmente estaba aquello de “los chinos”. ¿Me decía que para él somos todos lo mismo?
¿Cómo habría tomado este señor de diplomacia un tanto equívoca que yo me presentara en su país disfrazado de mexicano y me pusiera a darle lecciones de cómo asar una vaca y le dijera que no le regalo una alfombra porque para los latinos la alfombra es símbolo del pisoteo de unos hombres a otros?
Si el hombre se hubiera presentado con sus costumbres en lugar de jactarse de conocer las mías, nos hubiéramos entendido. Mostrar que despreciaba sus costumbres para reemplazarlas por las mías sólo me provocó desconfianza, porque me dejaba dos hipótesis malas: bien mentía o bien era un traidor a sus tradiciones, de modo que ¿qué lealtad podía esperar de él hacia un acuerdo al que llegara conmigo, un extraño?
Si hubiera sido auténtico, yo me hubiera interesado en su cultura y él, sin la careta de conocer la mía, podría haber aprendido.
Ahora bien, descarto en principio que la intención de este hombre fuera la de insultarme. Habré de ser comprensivo y conducirme diplomáticamente para entender que desde su lugar mi mundo es en extremo remoto, tanto que las leyes a que obedece la realidad son muy otras. Para él, en este mundo todo puede suceder, hasta lo más inconcebible, y por tanto él carece de recursos para decir “no creo” cuando se le refiere cualquier suceso, criatura o producto del quehacer humano. Que las personas coman con dos palitos le resulta tan creíble o increíble como que los dragones pueblan las montañas, los huevos se cocinen durante meses, las enfermedades se curan clavando agujas en todo el cuerpo, los astronautas chinos hace tiempo están en Marte, los monjes meditan durante horas parados sobre sus cabezas, una muralla atraviesa la mitad del territorio del país, en un pueblo las mujeres hablan una lengua que los hombres desconocen. El asombro por el portento se afirmó en la visión de Occidente como el dato sobresaliente de este mundo y luego se convirtió en el rasgo hegemónico. China, así, se instaló como el mundo donde ocurre lo maravilloso, horroroso, extremo, insoportable, exquisito. Cierta vocación del espíritu occidental se ha inclinado hacia China porque vio la posibilidad de que aquí brotara todo lo que no allí no se da, y que si se diera, la vida sería mejor. No es de sorprender, entonces, que lo insólito, inconmensurable, enigmático e inexplicable de China sea preferido a lo reconocible y lo predecible. Este pobre hombre que he recibido prefería dejarse encantar por un protocolo mágico a actuar con raciocinio e intentar, simplemente, comunicarse con otro, abierto al otro en lugar de imponerle las fantasías que tenía sobre él.
Habré de tratar con él, de todos modos, con paciencia, sabiendo que el tiempo y el conocimiento cotidiano de mi mundo le disiparán la excitación supersticiosa que ahora lo gana.
Entonces podré saber si sus intenciones son honestas o no.

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Fragmentos de Relatos de un cazador, de Iván Turgueniev


En el grupo que fuimos a Gramado conocí a personas que valen mucho. Eso me ocupó gran parte de los pensamientos; el resto de ellos estaba concentrado en Relatos de un cazador, de I. Turgueniev. Una tormenta sorprende al cazador en el bosque y es rescatado por un hombre robusto y hosco que lo lleva a su cabaña. El cazador:
- Así, pues, ¿no tienes mujer?
- No -dijo tristemente-, la pobre amiga ha muerto; pronto hará tres meses que nos dejó.
- ¡Pobres niños! -murmuré.
Pero él ya había desechado sus pensamientos dolorosos y salió, ando un portazo.
Y cuenta que la muchachita (de 12 años) seguía balanceándose la mísera cuna.

*   *   *
Los rasgos de la mujer de Pantalei le denunciaban al cazador pasiones fuertes y una perfecta despreocupación.
Pantalei le dice a ella:
—        Trae tu guitarra y canta.
—        No, no quiero.
—        ¿Por qué?
—        Pues, porque no tengo ganas.
—        Pero, ¿por qué?
—        No sé.
—        ¡Qué loca!
El cazador ve que la fisonomía de la mujer era perversa, se alzaban y recaían sus pestañas como las antenas de una avispa.

*   *   *

No han entrado muchas personas en una taberna de aldea. Tal vez los cazadores las conozcan porque en todas partes se meten.

*   *   *

Este hombre era, en una palabra, un hombre enigmático. Dueño de su prodigiosa fuerza, vivía siempre en un absoluto descanso, tal vez porque un secreto presentimiento le anunciaba que, si se dejaba llevar por ella,  semejante fuerza destrozaría todo a su paso y tal vez al mismo que la tenía. Yo creo que algo le había dejado en este sentido la experiencia. Lo que más me sorprendía era la delicadeza de su sentimiento, unida a la crueldad innata.

*   *   *

Al menos cuando uno anda se siente más liviano, el sol os calienta más y estamos más bajo los hombres del Señor. Se ven crecer las plantas alrededor, se recogen algunas. Luego se encuentra un manantial, sale agua santa, se la bebe, se contempla el sitio. Los pájaros gorjean y cantan.

*   *   *

No era, como yo había pensado, una criatura de ocho años, sino una encantadora niña de catorce a quince. Aunque algo delgada, era bien proporcionada y muy ágil. Su diminuta figura tenía alguna vaga semejanza con el aspecto de Kaciano, aunque éste era feo. Ambos tenían los mismos rasgos agudos, la misma mirada extraña y espiritual. Kaciano la miró con mucha atención.
(…)
— ¿Es tu hija? —pregunté a Kaciano.
Anucka se sonrojó.
— No —dijo Kaciano—, una parienta… Vamos, Anucka, vete.
(…)
— Y la pequeña Anucka, ¿quién es? ¿Pariente suya?
Me miró el cochero de soslayo.
— ¿Su parienta?... Es huérfana… No se conoce a su madre. Pero el enano parece quererle mucho. Por otra parte es una chica lista, inteligente, y Kaciano la instruye.


Записки охотника, 1852.



martes, 1 de noviembre de 2011

Decile, Nazareno

A Alfredo Alcón le tocó decir acaso la mejor frase del cine argentino. En Nazareno Cruz y el lobo, el Diablo de Leonardo Favio piensa en voz alta: “Fue sutil el castigo”. Un Diablo que tiene un momento de debilidad y observa el caso de Nazareno, que prefiere el amor a las riquezas y el dominio de este mundo.
La disyuntiva le parece un asunto de la rutina al Diablo, le resulta casi indiferente a esta altura de la historia, y casi con displicencia cumple con su trabajo de tentar a Nazareno. Pero entonces algo del asunto le estruja el alma: del amor surge el hijo. Al fin el Diablo entiende que esa era la diferencia, el poder es estéril, del amor nace el hijo. Él se rebeló contra Dios y Dios no lo persiguió, lo dejó ir hacia el lugar donde no se da fruto. No será padre. Fue sutil el castigo, le dice el Diablo a Nazareno —que es un muchacho corto, no entiende. Y entonces, quebrado, le pide: “cuando estés frente a él, decile que ya estoy cansado. Decile que ya es tiempo”.






Pinamar sale del invierno



















Cada una de estas imágenes es un déjà vu.