sábado, 24 de noviembre de 2018

El barco del almirante Zheng He



El barco grande es el que llevó el almirante Zheng He antes de 1433 hasta las costas de Brasil. Todo el litoral entre el sur de China y el oeste de Africa era un mercado ferviente y multitudinario. La nave del comandante Zheng He era parte de una flota mercante de la dinastía Ming. China no reivindica haber tenido presencia en América antes de Colón. Evita dar una imagen de imperio. El barco pequeño es la maqueta de la carabela Santa María.

viernes, 23 de noviembre de 2018

Marta


Mi amiga Marta tiene 56 años. En una tregua a su soledad, larga soledad, muy contenta con tener un compañero, le dijo una mañana cuando reposaban en la cama, que el sonido que más amaba ahora era el recuerdo de cuando de niña despertaba con el ruido de los cubiertos que su madre revolvía en un cajón de la cocina, preparando el desayuno. “De chica, era el sonido que más odiaba, quería dormir. Ahora quiero que ese sonido algún día me despierte“, dijo.

jueves, 15 de noviembre de 2018

Santoro

En momentos de perplejidad y empantanamiento son los artistas quienes ofrecen claves, indicios, sospechas que nos permiten intuir o percibir de algún modo qué está sucediendo, hacia dónde va el agua, qué clase de animal hay detrás del espejo. 
Es bastante impactante la sequía que afecta al arte en este momento -justo en este momento. 

Y en ese desierto Daniel Santoro aparece como una voz ineludible.




Unos audífonos

Mi tía Rosita me mandó decir con su hija que me daría los audífonos de su marido que murió hace dos meses. 
Su marido era mi tío Edgardo, hermano de mi mamá, mi padrino y por la positiva y quizás más por la negativa, uno de los hombres más influyentes en mi vida. No nos parecíamos, pero extrañamente teníamos todos los mismos talles y yo me estoy quedando sordo como él cuando tenía mi edad. 
Fui a visitar a mi tía a Maryland. Fuimos al cementerio. Luego me dio los audífonos y también me dio ropa, y una valija en la que traer todo aquello, mi herencia. 
Cuando llegué a mi minúsculo departamento en Buenos Aires, abrí la valija y las cosas de su interior se expandieron. Era obvio que no tendrían lugar. Encaré el placard. No me compro mucha ropa, pero la que me compro es para toda la vida. Cada prenda que tengo tiene una historia, muchas historias: dónde la compré, o quién me la regaló, en qué lugares estuvo, por qué se manchó aquí, quién la arregló, la tenía puesta cuando hice esto o aquello. Cada pantalón, cada zapato, cada campera, cada camisa, incluso las medias y los calzoncillos están cargados de vida, son parte de mi vida. Mi yo está en ellos. En conjunto relatan mi biografía. 
Al borde de cumplir 60 años, elegí algunas de esas prendas para soltarlas, de modo de hacer lugar en el ridículamente microscópico departamento en el que vivo, inútil como he sido para comprar algo mejor. 
Las reemplacé por prendas de la vida de mi padrino. Él solo en la muerte, yo solo en la vida. 
Mi prima me dijo “qué bien que harás lugar en tu ropero” y quise explicarle que no es sólo algo práctico, pero no dije nada, porque me quedo azorado ante la superficialidad con que las personas miran la vida de los demás. 
Hubiera querido decirle que no es un tema de logística, sino de significado, pero eso habría requerido una larga explicación, esto que trato de decir ahora. Nadie tiene ya mucho tiempo para largas explicaciones. 
Ahora miro las camperas de mi tío en el placard. Parecen estar cómodas. Me habría comprado las mismas, si hubiera podido. 
Siento que hablo con mi tío muerto. No me escucha ni me contesta, pero tiene tiempo. 
Yo tendré un día todo el tiempo por delante. Mientras, escribo esto en el mundo de la vida, como los náufragos que somos los escritores, arrojando una botella con un mensaje al mar, esperanzados en que alguien la recogerá y leerá.