domingo, 26 de abril de 2015

La traducción en mis bordes

  
Reflexiones sobre un panel en que Lelia, Ángeles y Rubén, presentados por Evelia, regalaron piezas de su experiencia en la gesta de traducir poemas chinos.
La presentación se llamó "La traducción en mis bordes: la poesía clásica china".

Evelia siempre dice cosas interesantes.
Ángeles siempre me llega al corazón.
Lelia siempre es una exploradora en un planeta desconocido y va trabajando y consiguiendo entenderlo y vivir allí.
Rubén siempre construye estructuras impulsadas con el delirio y armadas con lógica perfecta y profusa.

 
Rubén Pose, Lelia Gándara, Ángeles Ascasubi.
Ayer hablaron de sus experiencias cuando se largan a cruzar las grandes aguas, la traducción de poemas chinos de diferentes épocas.

Evelia Romano sigue encontrando joyas en las ideas de Walter Benjamin. Ayer mencionó la imagen del traductor como alguien que anda entre el original y su traducción, entre el contenido, el mensaje, el significado, la intuición.
Me puse inmediatamente en la piel del traductor.
Y encontró una joya más en un baúl del más genial de los piratas sinofrancos, François Cheng: en el idioma chino, para referirse al dúo sujeto-objeto, se dice anfitrión-huésped.
De cosecha propia, llegó a la conclusión de que la traducción de la poesía china es una tarea que tiene muchos bordes.

Ángeles Ascasubi descargó las toneladas de honestidad de su gigantesca nave con que navega imparablemente los mares de su interés. Le preguntó directamente al fondo de mi cabeza: traducimos al otro que creemos que es, pero ¿qué es, realmente? (Mi mente grita ¡el que creamos, el que creamos!).
Pregunta: ¿Qué persona traduzco?
¿Qué paradigma?
¿Qué sociedad?
Y pregunta: ¿para quién traduzco? -y en mi mente brotan instantáneamente una masa de ideas, como una nube roja que se hace cuando tiro un chorro de tinta roja en la leche.
"Traduzco, cuenta, a hombres que vivieron hace miles de años, en una cultura con valores que ya desaparecieron. Hombres que usaban un idioma diferente al que usan los chinos de hoy. Y los traduje para cerrar un capítulo dramático de mi vida y mi familia".
Tuvo que ir tan lejos, pienso, para soportar el dolor.
"Para traducir tengo que comprender ambos lados".
Adoro a Ángeles, quien me para junto a ella, mojados y descalzos los dos, sobre un cable pelado, y soportamos la corriente con el pensamiento. Mi mente se ha disparado a la epistemología. ¿Sobre qué fundamento epistemológico se construye la historia de una lengua? ¿Cuál es la teoría sobre la que se asume lo diferente y lo común entre dos lenguas de épocas distantes? ¿Ángeles está pensando en un devenir epistemológico basado en una historia que procede por paradigmas de Kuhn? ¿Y si me planto en Feyerabend, es siquiera posible la traducción?
Mientras me pierdo en ese laberinto marcándolo para volver el algún momento, Ángeles está diciendo que el traductor habita el espacio entre palabras, conceptos, ideas. Está entre, no está en una palabra u otra, en un concepto de un idioma o en el concepto de otro idioma. "El traductor debe poder permanecer entre, y no anclarse en un aparato ideológico".

Luego dice algo que me resulta trascendental y conmovedor: "me gustaría que pudiéramos asumir esa posición de 'entre' en la que estamos, y entonces que unos una ese hilo rojo al que se refieren los chinos".

Como una stalker de Tarkovsky, Lelia me toma de la mano y me invita a inmiscuirnos por el territorio de los lenguajes, la zona que siempre está recorriendo y de la que conoce muchas cuevas, árboles milenarios y manantiales secretos.
"Traducir, dice como iluminar de una vez todo el paisaje que veremos, es mentir la verdad".
Luego habla de "problemas", como modo de indicar las irregularidades, o imperfecciones o desviaciones de un patrón exacto. Ese patrón sería una lengua única para todos los humanos -igual que un solo genotipo, o una sola lógica. Los "problemas" serían la ocasión de lo particular. Pienso es una reflexión de Francis Bacon pintor, "no hay auténtica belleza sin alguna desproporción en las formas".
Nombra el "problema" que plantea a la traducción  la obligación de la fidelidad.
Nombra el particular "problema" de traducir poesía: traducir (traduzco el pensamiento de Lelia) es transcifrar, descifrar algo que se quiere decir en una lengua y luego cifrarlo en otra, pero hay en los poemas algo que es indescifrable, un sentido que huye y a la vez le da vida eterna a un texto, la da vida cada vez que se lo lee. "Le da capas de sentido".
Salta luego a otra dimensión de la traducción. "El agua es expresada con un sinograma, pero también con un rasgo presente en sinogramas que aluden al agua (lluvia, humedad, río, etc.). ¿Cómo traducir al español un poema en el que la presencia del agua que no está explicitada, sino que tiene presencia visual en los primeros sinogramas de cada verso".
Luego ataca el nivel auditivo. ¿Cómo traducir la musicalidad? Un poema es su música. La poesía se respira, ¿cómo traducir la respiración?

Rubén Pose es vivaz y fresco. "Un traductor, dice, es un intermediador cultural".
Cuenta que ha descubierto algo que ha inventado, o inventado algo que ha descubierto: en el idioma chino no existe una diferencia tajante entre lo literal y lo figurado. No veo mejor modo de darle un empujón a alguien que no se atreve a saltar del avión en su bautismo de paracaidista.
Compara el procedimiento de traducir francés con traducir chino. "Este laboratorio, dice refiriéndose a la traducción del chino, me causa más placer".

"Aparato ideológico", "capas de sentido",  los "bordes" de la poesía, "mentir la verdad", el sujeto como anfitrión, traducir una presencia visual, traducir un ritmo de la respiración. Estas personas tiran conceptos que resultan claves de dimensión cósmica, cuyo poder fecundo es incalculable. Y los van tirando a una velocidad frenética, dicen en lo que les lleva pronunciarlas, ideas que me llevarán varios meses explorar lo suficiente como para reconocerlas.
Esto no es un informe del panel, ni siquiera una referencia de las exposiciones; apenas es una lista apurada de algunas de las ideas que volaban por el auditorio David Viñas del Museo del Libro y de la Lengua, solo las ideas que llegué a anotar, forzando a que no perdiera el cable a tierra mi mente que volaba lejísimos, remontado por la idea anterior.

Alguien del público hace una intervención impecable, aunque un tanto formal. Siento que no hay tiempo para el protocolo. El hombre enuncia algo que se dirige a "somos todos humanos", y todo el auditorio celebra. Como si por hablar de traducción se hubiera dicho que los chinos no eran humanos. ¿Contra qué se plantaba ese consenso? ¿Teníamos que aclarar que estábamos a favor de la paz, de los derechos de los niños, contra la trata de blancas?
Quizás no somos todos humanos, quizás no haya un factor común. Nada hace que sea necesario. Quizás las sociedades que afirmaban que los miembros de otras sociedades no eran humanos como ellos, tenían razón. ¿Qué nos hace iguales? ¿El hecho de que nos podemos reproducir? ¿La cantidad de cromosomas? ¿No son razones ridículas? Podríamos decir que los loros son humanos porque hablan, o que lo son los pingüinos porque andan en dos patas a 90 grados del piso, o que lo son los perros pila porque son lampiños salvo un penacho en la cabeza.
Creo que el factor común es un acto de fe. Y por tanto una creación.
De la misma forma que una traducción es un acto de fe, y el poeta, el poema original y el lector son actos de fe.

Y la verdad es que luego de esta charla no puedo pensarme a mí mismo de otra forma. Antes que una persona dada, soy el diálogo entre lo chino y lo argentino. Soy el esfuerzo porque un costado mío se traduzca en el otro. Soy en cada instante el resultado de un intento de traducción incesante.




martes, 21 de abril de 2015

Incidente en el baño

En aquel viaje allá lejos y hace tiempo, me tocó ir con una amiga fotógrafa muy aficionada a la fabricación de churros. Cada tres minutos se armaba un impresionante churro gordo en el medio, bastante parecido a una babosa embalsamada. Así, mi amiga todo el día tenía una gran cabezota, según decía.
Tanto me insistió que al final le acepté una pitada —una sola. En ese estado entramos en un restaurante suizo. Los dueños eran dos suizos extremadamente suizos: precisos, racionales, automáticos, protocolares, formales, vigilantes, perfectos.
Rápidamente nos pusimos en desacuerdo desde que nos pidieron que les indicáramos con precisión qué queríamos comer y nosotros les decíamos "cualquier cosa que esté buenísima". Eso no lo aceptaron. No lo aceptaron de ningún modo. No iba con la exactitud suiza. El tiempo transcurría, la conversación no fluía pero no se abandonaba. Nosotros no aflojábamos con “traé lo más rico que tengas” y el suizo no aflojaba con “tienen que decirme qué platos quieren, ¡es elemental!” Y así seguía, fracasando, nuestra negociación. En un momento me aburrí y me fui al baño.
Soy muy torpe con los arreglos de la casa. Si un caño de la pileta de la cocina llega a gotear le pondré una serie de tachos muy creativa para siempre, tipo TIM, The Incredible Machine, pero jamás la arreglaré; lo mismo con la cortina, o una perilla de la cocina, cualquier cosa. ¿Y qué es lo peor? El puto mecanismo de la descarga del inodoro.
Bueno, no va que quiero descargar el agua y está roto. ¡En el baño de un restaurante suizo! Increíble. Me persiguen los desarreglos de la casa.
Yo no había dejado nada grave en el inodoro, podía quedar allí, pero por culpa del dichoso churro de mi amiga no va que se me da ¿por qué?, por ponerme a arreglar el mecanismo.
Levanté la tapa y me puse a estudiarlo. Era complejísimo. Lo empecé a desarmar. Jamás en mi reputa vida había hecho eso, ni se me había ocurrido, pero bueno, ahí estaba, abstraído como un relojero. En un momento golpearon la puerta y dije "OCUPADO" con mala onda, implicando "no molesten, che, que acá hay alguien arreglando esta porquería". No sé cuánto tiempo estuve. Perdí completamente la noción del tiempo. Lo armé y desarmé varias veces.
Y podés creer que lo arreglé.
Lo arreglé.
Salí del baño ancho, orgulloso, satisfecho.
Cuando llegué a la mesa había muchos platos. La disputa se había resuelto cuando mi amiga dijo “y bueno, entonces traé todo”.
Después tuve la sospecha de que no había arreglado muy bien el mecanismo de la descarga del inodoro porque recordé que el agua no dejaba de salir.

Más tarde volví al baño, pero no recordaba en absoluto el incidente.






lunes, 20 de abril de 2015

Amigoooooo

En la legendaria familia de mi madre, a la que pertenezco íntegramente, la palabra "amigo" no tiene esa carga positiva que es obligada en la sociedad. No se festeja el Día del Amigo, y nuestras matriarcas desconfiaban de los amigos, básicamente porque no eran personas de la familia. Como algunos llaman "negociados" a todos los negocios, en mi familia se le dice "amigote" a cualquier amigo.
Uno de mis tíos se fue a vivir a otro país con una hija pequeña. Cuando ella creció se casó con un argentino, que una vez me dijo "no tengo amigos, mi única amiga es tu prima". Naturalmente, la única amiga de mi tío es su esposa.
En esta familia los amigos te llevan por el mal camino, te traicionan, se relacionan con vos por interés y no están a la hora de tu muerte.
Yo, que hice un camino propio, quizás por idealizar la amistad, terminé relacionándome con aquellos parientes de los que me hice amigo, o sea, los que elegí.
Creo que la razón por la que esta familia odia a los amigos es que se llevan a sus parientes. Los amigos son parte de los de afuera, y son los de afuera quienes se llevan a las hijas, hijos, sobrinos, nietos, casándose con ellos. Todo lo de la familia es bueno, todo lo de afuera es malo.
A mí, en cambio, me da por desconfiar de la amistad porque la valoro demasiado. Siento que es usada para sacar beneficio. Me arruinan la idea romántica de la amistad quienes te dicen amigo en vano. "Amigazo", me decía una señora amiga de una suegra muy estirada que tuve. Se hacía la populachera, y yo sentía que me venía con el cuento de "somos amigos" nada más que para dejar en claro que yo era populacho. También aquel estudiante de antropología que venía de una familia patricia le aplicaba el "amigazo" a aquellos con quienes ponía distancia -mientras vendía que se mezclaba con su objeto de estudio.
Esos "amigazo" se parecen mucho al "amigo" del fulano que está tirado en la vereda y desde allá abajo te pide una "moneda pa la birra".
Mis amigos me dicen por mi nombre y nunca les cuento en qué ando porque ya lo saben.
   

lunes, 13 de abril de 2015

El señor del apellido ése


Yo trabajaba en un lugar que tenía un señor de seguridad a quien lo cargaban porque era muy bruto. A mí me daba pena y entonces me quedaba charlando con él, lo mimaba un poco. Él estaba ancho porque era amigo mío, amigo de uno de los que iban de traje, que encima tenía un apellido tan especial, y entonces para mostrarle a los demás que no era tan bruto, que era amigo de uno que tenía un apellido rarísimo y que él se lo había aprendido, apenas me veía llegar decía mi apellido bien fuerte, a los gritos: "Buen día, ¡¡cómo le va, Señor GN!!!".

Gustavo Ng


Lo suyo


 

En Esperemos que sea mujer (Speriamo che sia femmina, Mario Monicelli, 1986), la vida es sostenida por las mujeres. Los únicos dos hombres de la película son el tío Gugo, senil, paralítico, arterioesclerótico, odioso, y Leonardo, que es como el tío un inútil, que jamás ha tomado una responsabilidad, a quien la obligación de administrar la buena herencia que ha recibido lo ha problematizado y se ha hecho socialista, y cuando las mujeres le reclaman que haga algún negocio, que hace falta dinero, él despotrica contra el capitalismo y habla a favor de los pobres del mundo. “El hombre siempre es un chico”, escribió Bioy Casares. La película está relatada desde el punto de vista de las mujeres; quizás otra versión de la historia hubiera mostrado a Leonardo como un pensador importante del socialismo, un hombre a quien el cotidiano no le importaba, porque lo suyo —aquello en que florecía y daba frutos, y le apasionaba hacer— era el socialismo.

En Birdman, el actor Mike Shiner (Edward Norton) es un alborotador, de talento explosivo, inmoral, etcétera, pero a la hora de la verdad, en la vida es impotente y cuando la cámara empieza a rodar es un campeón. En una escena tiene sexo en el escenario con su mujer (en la obra y en la vida real), y más tarde enuncia el tema: “lo que pasa es que en el escenario no tengo problemas”.

Asistí a un almuerzo que varios representantes de la industria cultural, toda gente bien ubicada en la sociedad de Buenos Aires, compartieron con un grupo de folcloristas santiagueños, hombres que habían surgido de lugares muy humildes. Los primeros pasaron largos minutos hablando de sus vidas en relación con el psicoanálisis y de psicoanalistas que todos conocían. Los folcloristas no decían nada. Con sólida humildad, aceptando que se hablaba de un tema al que ellos no eran invitados, sino que más bien tenía el mensaje era “ustedes coman, nosotros vamos a ser superiores”, comían en silencio, a veces mirándose entre ellos. En un momento la mujer que había organizado el almuerzo, para interrumpir la incómoda situación le habló al líder de los músicos, un hombre que llevaba una vida desastrosa de alcoholismo, en conflicto con varias ex esposas, juicios por paternidad, drogadicción, peleas con otros músicos, enfermedades crónicas que no se trataba.
- Vos, X, ¿qué terapia hacés?
X le contestó con la rapidez de una serpiente:
- Nooo… La única terapia que tengo yo es el escenario.
Todos lo que lo vimos alguna vez convirtiéndose en carne de una epifanía cada vez que sonaba el primer acorde de un recital, entendimos en el instante que había dicho la verdad.




domingo, 5 de abril de 2015

Clark internado




Fui a San Nicolás a visitar a Madre y a su marido, Clark, que estaba en el hospital.

Clark es un fanático de tomar agua, cosa que irrita a Madre, básicamente porque Madre se irrita por todo. Ayer dijeron que quizás le darían el alta a Clark en dos o tres días y esta madrugada, mucho antes de que empezara a clarear, cuando fui a la heladera en busca de algo para tomar, encontré que Madre había puesto tres botellas de agua.

Ella lo acompaña todo el día en la clínica. Hace un rato entré en la habitación y estaban los dos dormidos, él en la cama, ella sobre una silla. Estaban tomados de la mano. Si no hubieran estado dormidos yo me hubiera puesto muy incómodo. No recuerdo haber visto a Madre de la mano de mi padre.






 Como ahora Madre está todo el día en la clínica, deja solo al loro en su casa. Ella y el loro se hablan permanentemente, incluso se cantan.
Esta mañana Madre ya se había ido a la clínica cuando desperté. Deambulando por la casa vacía encontré que junto al jaulón del loro Madre había dejado una radio encendida. Un locutor hablaba con indignación del precio de las garrafas de gas. El loro no se dejaba engañar, estaba en lacónico silencio.



Antes del accidente, Clark había traído de Santiago del Estero varias toneladas de carbón para venderlas en San Nicolás. Madre estaba furiosa. Nuestra familia no hace esas cosas, no se mancha con carbón ni, menos, con dinero. Pero Clark, que es manso con ella pero incorregible  por dentro, un día la llamó por teléfono para avisarle que pronto llegaría el camión y que necesitaría dos o tres muchachos para descargarlo en el patio de su casa. La mitad del carbón quedó sin vender cuando internaron a Clark. El patio no alcanzó, de modo que hay bolsas en un garaje, en un galpón y otras dependencias. Madre lo quiere matar, pero delante de ella, inmovilizado, enchufado a sueros y máquinas, escuché que él arreglaba hoy que mandaran el segundo camión ya, que hay buena demanda.