En el asiento de mi lado en el subterráneo hay una señora
bastante mayor. Desde hace un rato está sonando su celular, con un llamado
apremiante e insoportablemente obstinado. La señora busca y rebusca en su
pequeña cartera y no lo encuentra. Busca mucho pero con una lentitud exasperante.
Suena el celular con insistencia de gato que no se resigna a morir y el ruido
del tren subterráneo es ensordecedor. Es increíble que no pueda hallarlo en una
carterita tan pequeña, para llevar el atado de cigarrillos y un encendedor. En
su cara no se nota angustia ninguna. Al
fin lo encuentra: es un celular gigante. Ni entiendo cómo cabía allí dentro.
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