Estoy convenciéndome de que los deseos de las demás personas
influyen muchísimo en la vida de uno. Antes me causaban rechazo quienes decían que
la envidia daña, por supersticiosos, por ignorantes. Ahora me pregunto si no
habría alguna sabiduría en esa sospecha.
Antes me parecía una maldad impotente que alguien le deseara
el mal a otro; ahora si veo que alguien perjudicado por un canalla le desea una
enfermedad horrible, tiendo a creer que el canalla no se la llevará toda de
arriba.
Antes rezar me parecía nada más que un acto de
autosometimiento masoquista y ridículo. Pero desde hace un tiempo me viene el
recuerdo de mi tía Irma gastando un par de horas largas cada noche, en las que
repasaba la vida de sus familiares y algunos amigos, y deseando que cada uno se
encaminara bien, que Dios lo ayudara, le diera fuerza, que fuera inteligente, que tomara decisiones sabias, que tuviera suerte;
recuerdo eso y me parece que no es lo mismo, para alguien que andaba más o
menos, que mi tía rezara por él o que no.
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