— ¿Qué fauna tenemos en esta plaza, eh? —digo, por sacar un
tema de conversación.
— Y ahora llegan éstos (el librero de la plaza señala a cuatro muchachos que
intentan vender anotadores y lapiceras a los automovilistas que se detienen en
el semáforo). Vas a ver cómo en un ratito salen todos volando.
— ¿Le roban algo a los autos?
— ¡Y qué te parece! Roban desde que llegan hasta que se van.
Y contale, vos (le dice el librero a un socio), de cuando llegó la gorda,
corriendo, porque la corrían para afanarle el celular.
— Sí, a mi empleada. Como cinco cuadras la corrieron.
— ¿Estos que venden libretas?
— Claro. Llegó desesperada.
— Imagino. Pero debe tener buen estado, porque para correr
cinco cuadras, y que no la alcancen...
— Cinco cuadras, la corrieron. Son unas hienas —acota el
socio.
— ¿Por acá, por la plaza, la corrieron?
— No, por ahí venían, por la calle Uriburu. Por donde vivís
vos. Este hace 20 años que vive ahí —le acota el librero al socio, y el socio:
— ¡Las cosas que verás!
— La verdad es que no he visto mucho.
— 20 años —insiste el librero— las veces que te afanaron, ¿o
no?
— Y... La verdad, no.
— Tremenda, la calle esa. Cinco, siete choreos por día.
— Pasás por ahí ¡y cagaste! ¿O no? (otra vez a mi).
— Y, no...
— No se puede vivir más en este país.
— Che —intento cambiar de tema—, ¿siguen armando los
partidos de volley, los travestis, acá en la plaza?
— ¡Esos! Vienen acá porque acá a la vuelta hay un boliche
para putos. Salen de ese boliche drogados, en pedo y asaltan a todo el mundo. Los
otros días agarraron a un hombre acá, en la parada de colectivo y fueron todos
a manosearlo. Le agarraban todos el culo; le agarraban, le agarraban.
— ¿Pero le afanaron?
— ¡Obvio! Le agarraban el culo, le sacaban todo.
— Veinte años, las cosas que te habrán pasado.
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