En aquel viaje allá lejos y hace
tiempo, me tocó ir con una amiga fotógrafa muy aficionada a la fabricación de
churros. Cada tres minutos se armaba un impresionante churro gordo en el medio,
bastante parecido a una babosa embalsamada. Así, mi amiga todo el día tenía una
gran cabezota, según decía.
Tanto me insistió que al
final le acepté una pitada —una sola. En ese estado entramos en un restaurante
suizo. Los dueños eran dos suizos extremadamente suizos: precisos, racionales,
automáticos, protocolares, formales, vigilantes, perfectos.
Rápidamente nos pusimos en
desacuerdo desde que nos pidieron que les indicáramos con precisión qué
queríamos comer y nosotros les decíamos "cualquier cosa que esté
buenísima". Eso no lo aceptaron. No lo aceptaron de ningún modo. No iba
con la exactitud suiza. El tiempo transcurría, la conversación no fluía pero no
se abandonaba. Nosotros no aflojábamos con “traé lo más rico que tengas” y el
suizo no aflojaba con “tienen que decirme qué platos quieren, ¡es elemental!” Y
así seguía, fracasando, nuestra negociación. En un momento me aburrí y me fui
al baño.
Soy muy torpe con los
arreglos de la casa. Si un caño de la pileta de la cocina llega a gotear le pondré
una serie de tachos muy creativa para siempre, tipo TIM, The Incredible
Machine, pero jamás la arreglaré; lo mismo con la cortina, o una perilla de la
cocina, cualquier cosa. ¿Y qué es lo peor? El puto mecanismo de la descarga del
inodoro.
Bueno, no va que quiero
descargar el agua y está roto. ¡En el baño de un restaurante suizo! Increíble.
Me persiguen los desarreglos de la casa.
Yo no había dejado nada grave
en el inodoro, podía quedar allí, pero por culpa del dichoso churro de mi amiga
no va que se me da ¿por qué?, por ponerme a arreglar el mecanismo.
Levanté la tapa y me puse a
estudiarlo. Era complejísimo. Lo empecé a desarmar. Jamás en mi reputa vida había
hecho eso, ni se me había ocurrido, pero bueno, ahí estaba, abstraído como un
relojero. En un momento golpearon la puerta y dije "OCUPADO" con mala
onda, implicando "no molesten, che, que acá hay alguien arreglando esta
porquería". No sé cuánto tiempo estuve. Perdí completamente la noción del
tiempo. Lo armé y desarmé varias veces.
Y podés creer que lo arreglé.
Lo arreglé.
Salí del baño ancho, orgulloso,
satisfecho.
Cuando llegué a la mesa había
muchos platos. La disputa se había resuelto cuando mi amiga dijo “y bueno,
entonces traé todo”.
Después tuve la sospecha de
que no había arreglado muy bien el mecanismo de la descarga del inodoro porque recordé
que el agua no dejaba de salir.
Más tarde volví al baño, pero
no recordaba en absoluto el incidente.
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