viernes, 7 de septiembre de 2018

Siguen ahí



Ni lo miro. Ni lo miro de reojo. Sé que en mi biblioteca está Niétoschka Nezvanova esperándome, en una edición de tapa dura, con letras doradas. Está Efimov, está Niétoschka preguntando si irán a vivir a la casa de las cortinas rojas.
Tengo una necesidad urgente de ir a tomarlo y llevarlo a algún rincón de la ciudad, el bar de una estación de servicio maltrecha, el patio de una iglesia, el playón donde termina una línea de colectivos, y zambullirme en él.
Si, en cambio, tengo que leer un autor nuevo, que tarda cincuenta páginas en decir lo que Dostoievski ha dicho en una, lo abandono.
Quizás es mi edad; casi todos los autores nuevos me impacientan.







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