martes, 18 de diciembre de 2018

Para contar lo que arde



Le detallé a mi novia cada uno de los daños horribles que el sobrepeso me estaba causando. Ella, amable, intentó contenerme. Pero al otro día la desperté diciéndole que estaba seguro que tenía cáncer de piel, por un lunar en la espalda.
Y al día siguiente, cuando me preguntó cómo estaba, sin mucha mediación, le dije lo que había estado pensando, entendiendo, corroborando durante toda la noche: “tengo cáncer de pulmón“.
Yo estaba pasando por un túnel muy oscuro. A veces cuando caminás no podés evitar ciertos lugares. En unos pocos días fui testigo del ocaso de mi padre, mi tío acababa de morir, poco después mi amigo más joven que yo, enfermó. Todo esto me provocó un ánimo pesado, deprimido y violento. Cada tanto, me venían pensamientos muy cargados de significado y a la vez insoportables. Eran, también, adecuados a mi vocación de llegar hasta los límites, rasgar los límites, hundir el brazo en el agua negra y capturar algo de alguna de las fuerzas que inciden sobre esta vida. Cuando vuelvo a mi lugar con una criatura en el puño, esa criatura me arde, necesito desesperadamente hacer algo con ella. Estoy hecho para digerir hablando. En la conversación con los demás está la posibilidad de procesar, incluso sacar provecho, de algo que, si me lo guardo o si no puedo hablarlo, me infectará de alienación.
En esto se basa mi desesperación por poder contar qué estoy viviendo, el extraño molusco que ha brotado dentro de mí, qué ruidos perturbadores estoy escuchando en la habitación del fondo. Si no puedo decir lo que me pasa, si nadie puede recibirlo, me volveré loco.

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