Ligeras anotaciones que hace Gustavo Ng de asuntos que piensa o encuentra escritos en libros mientras va en colectivo y luego comenta con tal o cual persona.
Después de cenar con mis chicos, volví de San Fernando a Buenos Aires. Hacía mucho frío en la estación de tren desolada. A veces hay que sacar fotos para pasar el tiempo.
Estamos exhibiendo en la Fundación Standard Bank pinturas del cantonés Lo Yuao, amigo de mi viejo.
Las obras pertenecen al segundo momento de su carrera,
dedicado a la pintura tradicional china. La muestra ubica en el espacio una
paleta de temas clásicos: paisajes de montaña, bambúes, peces, grullas,
caligrafía, caballos, tigres, cerezos y peonías.
Sin embargo, la historia personal de Lo Yuao traiciona sin
su permiso el desdén del arte chino por la originalidad. Era completamente
chino, pero no se hizo pintor de pintura china sino en esta remota Cuenca del
Plata, y para entonces ya había pasado veinte años absorbiendo camalotes en el
agua y mosquitos en la piel, el mate, los argentinos y la humedad perpetua. Ese
mundo se le implantó en su pintura china, que debía ser genéticamente
incontaminada, tan pura como una flor de loto. La curadora de la muestra, Victoria
Tolomei, hace notar, entre los retratos
de caballos, uno que está siendo apialado por un paisano. Las casas junto al
agua que lame viejas montañas calvas, se parecen mucho a los ranchos de las
islas del Yaguarón. Por su parte, la coordinadora del Área Cultural de la
Fundación Standard Bank, Agustina Punte, indica que “los objetos están
centrados, lo que es típico de la pintura occidental… hay detalles que revelan
cómo el ojo artístico de Lo Yuao se crió en Argentina. Podemos rastrear en esta
obra china influencias de algunos maestros de la Asociación Estímulo de Bellas
Artes, donde se formó inicialmente”.
Victoria descubre la potente originalidad de la obra en el
uso de servilletas como papel base. “Es una solución muy argentina; Lo Yuao no
conseguía papel de arroz e hizo lo que pudo con lo que tenía a mano”.
Lo Yuao fue un hombre solo, sin un lugar al que volver, liberado
del tiempo y el espacio en un departamentito del barrio de Tribunales. No
podría haber encontrado un lugar más remoto de China, y allí se dio a las
imágenes que llenaron por milenos la fantasía visual de los chinos.
Los cuadros de la muestra que Camilo Sánchez ha nombrado La Frugalidad emergen de una vida
liberada de toda fuerza. La estética china le aporta la anulación de la fuerza
de gravedad y de la dictadura del tiempo, pero Lo Yuao no está preso de ella. Ha
conseguido una suerte de nirvana enganchándose a una de las ruedas de la
eternidad inmaterial. La circunstancia de estar en el salón ante las obras conduce
a un estado de leve sopor, lo que anticipa la sugestión: uno entra, dulce,
amablemente, en el estado que había conseguido Lo Yuao. Uno es absorbido por su
realidad transparente.
La muestra está abierta de lunes a viernes, de 10 a 20, en Riobamba 1274,
Buenos Aires. La entrada es libre.
FOTOS DE LA INAUGURACIÓN
Agustina Punte, coordinadora del Área Cultural de la Fundación Standard Bank y Victoria Tolomei, curadora de la muestra.
Teresa Yuan y Margarita Hsieh, las dos madrinas de la
Revista Dang Dai.
Mariana Padilla con marido y Néstor Restivo.
Leyenda viva: Benito Laren. Atrás, otra leyenda,
Yuri Dudtichivsky.
Fer era practicante de un arte
marcial y le pidió a Lo Yuao que
le escribiera "kung fu" en chino. Lo
Yuao accedió y se lo escribió en un
cartoncito. Fer se lo tatuó en el hombro
izquierdo.
Mucho de lo que más queda de la televisión es de CRÓNICA.
En la Plaza de la República frente al Obelisco hacen una nota a DINAMARQUESA VINO A MARCHA DE INDIGNADOS Y NO HABÍA NADIE.
A continuación, en Show de Bloopers, en lugar de serie de bloopers hacen una edición atropellada, que integra las escenas de un futbolista a quien, en el medio de un partido, el médico debe ponerle los lentes de contacto, con un videoclip de Andrea Boccelli.
Como mi amiga que cuando era chica fue a un circo y a la
salida el papá le regaló un cachorrito de león. Se lo llevó a la casa, lo tuvo
toda la noche y a la mañana lo devolvieron al circo. Lo metieron en la jaula
donde estaba su mamá leona. El tipo del circo le dijo a mi amiga: "Nena,
te lo tenemos, pero no lo vamos a aguantar toda la vida. Cuando tengas 18 años,
vení a buscarlo".
Canción de la niñez, de Peter Handke
Cuando el niño era niño,
andaba con los brazos colgando,
quería que el arroyo fuera un río,
que el río fuera un torrente,
y este charco el mar.
Cuando el niño era niño,
no sabía que era niño,
para él todo estaba animado,
y todas las almas eran una.
Cuando el niño era niño,
no tenía opinión sobre nada,
no tenía ningún hábito,
frecuentemente se sentaba en cuclillas,
y echaba a correr de pronto,
tenía un remolino en el pelo
y no ponía caras cuando lo fotografiaban.
Cuando el niño era niño
era el tiempo de preguntas como:
¿Por qué yo soy yo y no soy vos?
¿Por qué estoy aquí y por qué no allá?
¿Cuándo empezó el tiempo y dónde termina el espacio?
¿Acaso la vida bajo el sol es tan solo un sueño?
Lo que veo oigo y huelo,
¿no es sólo la apariencia de un mundo frente al mundo?
¿Existe de verdad el mal
y gente que en verdad es mala?
¿Cómo es posible que yo, el que yo soy,
no fuera antes de existir;
y que un día yo, el que yo soy,
ya no seré más éste que soy?
Cuando el niño era niño,
no podía tragar las espinacas, los porotos,
el arroz con leche y el coliflor.
Ahora lo come todo y no por obligación.
Cuando el niño era niño,
despertó una vez en una cama extraña,
y ahora lo hace una y otra vez.
Muchas personas le parecían bellas,
y ahora, con suerte, solo en ocasiones.
Imaginaba claramente un paraíso
y ahora apenas puede intuirlo.
Nada podía pensar de la nada,
y ahora se estremece ante a ella.
Cuando el niño era niño,
jugaba abstraído,
y ahora se concentra en cosas como antes
sólo cuando esas cosas son su trabajo.
Cuando el niño era niño,
como alimento le bastaba una manzana y pan
y hoy sigue siendo así.
Cuando el niño era niño,
las moras le caían en la mano como sólo caen las moras
y aún sigue siendo así.
Las nueces frescas le eran ásperas en la lengua
y aún sigue siendo así.
En cada montaña ansiaba
la montaña más alta
y en cada ciudad ansiaba
una ciudad aún mayor
y aún sigue siendo así.
En la copa de un árbol cortaba las cerezas emocionado
como aún lo sigue estando.
Era tímido ante los extraños
y aún lo sigue siendo.
Esperaba la primera nieve
y aún la sigue esperando.
Cuando el niño era niño,
tiraba una vara como lanza contra un árbol,
y ésta aún sigue ahí, vibrando.
Lied Vom Kindsein
Als das
Kind Kind war,
ging es mit
hängenden Armen,
wollte der
Bach sei ein Fluß,
der Fluß
sei ein Strom,
und diese
Pfütze das Meer.
Als das
Kind Kind war,
wußte es nicht, daß es Kind war,
alles war
ihm beseelt,
und alle
Seelen waren eins.
Als das
Kind Kind war,
hatte es
von nichts eine Meinung,
hatte keine
Gewohnheit,
saß oft im
Schneidersitz,
lief aus
dem Stand,
hatte einen
Wirbel im Haar
und machte
kein Gesicht beim fotografieren.
Als das
Kind Kind war,
war es die
Zeit der folgenden Fragen:
Warum bin
ich ich und warum nicht du?
Warum bin
ich hier und warum nicht dort?
Wann begann
die Zeit und wo endet der Raum?
Ist das
Leben unter der Sonne nicht bloß ein Traum?
Ist was ich
sehe und höre und rieche
nicht bloß
der Schein einer Welt vor der Welt?
Gibt es
tatsächlich das Böse und Leute,
die
wirklich die Bösen sind?
Wie kann es sein, daß ich, der ich bin,
bevor ich
wurde, nicht war,
und daß
einmal ich, der ich bin,
nicht mehr
der ich bin, sein werde?
Als das
Kind Kind war,
würgte es
am Spinat, an den Erbsen, am Milchreis,
und am
gedünsteten Blumenkohl.
und ißt
jetzt das alles und nicht nur zur Not.
Als das
Kind Kind war,
erwachte es
einmal in einem fremden Bett
und jetzt
immer wieder,
erschienen
ihm viele Menschen schön
und jetzt
nur noch im Glücksfall,
stellte es
sich klar ein Paradies vor
und kann es
jetzt höchstens ahnen,
konnte es
sich Nichts nicht denken
und
schaudert heute davor.
Als das
Kind Kind war,
spielte es
mit Begeisterung
und jetzt,
so ganz bei der Sache wie damals, nur noch,
wenn diese
Sache seine Arbeit ist.
Als das
Kind Kind war,
genügten
ihm als Nahrung Apfel, Brot,
und so ist
es immer noch.
Als das
Kind Kind war,
fielen ihm
die Beeren wie nur Beeren in die Hand
und jetzt
immer noch,
machten ihm
die frischen Walnüsse eine rauhe Zunge
und jetzt
immer noch,
hatte es
auf jedem Berg
die
Sehnsucht nach dem immer höheren Berg,
und in
jeder Stadt
die
Sehnsucht nach der noch größeren Stadt,
und das ist
immer noch so,
griff im Wipfel
eines Baums nach dem Kirschen in einemHochgefühl
Ocultar una verdad con una mentira, lo hace hasta un animal.
Pero ocultar una mentira con una verdad es complicación humana.
Esa complicación crea la realidad —una realidad
necesariamente engañosa. Toda persona que trabaja con la ficción cae un día en
la cuenta de que no es posible decir una verdad sino a través de mentiras.
Tengo en mis manos la obra de Lo Yuao, cantonés que quedó huérfano
a los ocho años, padeció la atrocidad de la guerra en Kowloon, fue refugiado
por misioneros ingleses y por un equívoco legendario, en su intención de buscar
una vida mejor en los Estados Unidos, terminó en la Argentina —escuchó que
se reclutaban trabajadores para América del Sur, lo que interpretó como Sur de
América (posiblemente en chino se escriba de la misma forma), lugar que había
conocido en Lo que el viento se llevó.
Llegó a San Nicolás, provincia de Buenos Aires, en 1954 con un contingente de
chinos que tenían la misión de instalar y poner en funcionamiento la fábrica
textil Estela. Terminado el contrato, los chinos volvieron a su país o migraron
a los Estados Unidos. Lo Yuao aceptó la traición que la traducción le había deparado
como un sino y se quedó en la Argentina. Pudo haber permanecido en la fábrica,
pero abrió una casa de fotografía y luego se marchó a Buenos Aires, donde
trabajó como cocinero en restaurantes chinos, puso un buffet y terminó
dedicándose sólo a la fotografía. Mientras los peritos calígrafos le
solventaron su modesta vida pagándole para que fotografiara firmas, se hizo
artista y bohemio. La pintura ocuparía su vida hasta el final.
Desconocemos quiénes fueron sus maestros; apenas recordamos que mencionó
haber concurrido a la Asociación Estímulo de las Bellas Artes. Con algunos
compañeros hizo exposiciones marginales, algunas en casas de provincias. Recuerdo
una en el Bar Astral de la avenida Corrientes, también liquidado.
En esos primeros tiempos Lo Yuao partió de cierto expresionismo,
pero en algún momento abandonó la pintura occidental para meterse de lleno en
la oriental. Dudamos que haya pintado en China porque pareciera que en Buenos
Aires empezó de cero, pero podría haber sucedido que cuando era un diminuto huérfano
en la guerra, los maestros que lo refugiaron lo alentaron a dibujar.
Sabemos que en Argentina tuvo un maestro chino. Posiblemente
adquirió de él la pureza de la técnica china de la pintura. No sabemos nada de
ese maestro.
También los temas de muchos cuadros de Lo Yuao son chinos: los
caballos, los tigres, las cañas de bambú, los paisajes de agua grande de río
calmo, con botes antiguos y viejas montañas en el fondo. Sin embargo, el jugo
nativo del Paraná le subió por los vasos capilares y así como cantaba folklore
mal pronunciado en el coro de la Asociación Cultural Rumbo de San Nicolás, en
sus cuadros se colaban zapallos y bagres bigotudos.
Nutría esta convergencia la manía de Lo Yuao de dibujar todo. Todo
lo que veía, todo lo que recordaba. Como era un hombre pobre, no podía comprar
el papel de arroz necesario para el tipo de pintura que terminó haciendo.
Artesano al fin, y argentino, encontró una solución algo bestial: comenzó a
pintar en papel de cocina. Es que, repetimos, no podía estar sin pintar.
Inauguró, de esta manera, algo así como un subgénero de pintura china, la
pintura china-argentina sobre papel de cocina.
Muchas veces con Camilo Sánchez nos sentamos en el departamento
donde vivía el chino a mirar sus pinturas hasta sumergirnos completamente en el
mundo del que emergen, un mundo perdido en un tiempo que nos resulta desconocido;
delicado, solitario y sonriente.
En 2002 la televisión de Hong Kong hizo un documental sobre la
vida de Lo Yuao. La chinita que escribió el guión (quien poco después ganaría
uno de los principales concursos internacionales de guiones de teatro) cerró el
programa con la siguiente escena:
Lo Yuao va solo en un antiguo y fastuoso coche del subte A. Mientras
mira por la ventanilla como si pudiera ver otra cosa que no sea la oscuridad,
se escucha el diálogo:
Entrevistador: Ahora que ya
le quedan pocos años de vida, ¿no teme morir?
Lo Yuao: No. A veces me pregunto por qué no me
surge ese temor natural.
(Silencio)
Entrevistador: ¿Qué piensa cuando se va a dormir?
Lo Yuao: Me acuesto y no pienso. Cierro los ojos y
escucho los latidos de mi corazón, tu-túm tu-túm, tu-túm tu-túm, tu-túm tu-túm.
Lo Yuao ya ha muerto, y sin embargo aún están vivos sus tigres,
sus cañas de bambú temblando en la blancura, sus anchos ríos por los que
navegan botes antiguos, sus montañas eternas y sus bagres bigotudos del fondo
del Paraná.
Yo: Se me murió mi amigo Lo Yuao, que era además lo que atrapé de todo lo
que mi papá no me dejó. Con mi amigo Camilo, sinófilo de alma, estudié
caligrafía china con él. No me dejó nada en herencia, pero como sus paisanos chinos
no estaban muy interesados en sus asuntos de arte, que era lo que a él más le
interesaba, me traje todo: pinturas, cuadros, libros... Se me abarrotó la mitad
del departamento. A veces me dan ganas de tirar todo. Después se me ocurre que
tal vez a Fer, Santi, Irina u Orit se les despierte alguna vocación para la
cual este legado les venga bien.
Daniela: Si me recuerdo de él, ¿era con quien jugabas ajedrez?
Yo: Ese.
Daniela: ¿Cuándo falleció?
Yo: La semana pasada. Fue un tanto triste Llegué a la sala de velatorio...
¿así se le llama en tu país?
Daniela: Si, se llama así también.
Yo: Llegué allí a medianoche (había muerto pocas horas antes). No había
nadie en los sillones, ni en una salita para que la gente duerma, ni en la
cocina, ni nadie en la habitación donde estaba el cajón. Sólo estaba el cajón.
Y adentro Lo Yuao estaba pequeñísimo, perdido entre los pliegues de una mortaja
flaca. Lo más raro era que parecía que se reía. Yo me senté en uno de los sillones
para sentarse, no para dormir, y me quedé sin pensar mucho. No sabía qué haría,
pero terminé quedándome toda la noche. Pasadas las doce llegó mi amigo Camilo.
Creo que a nadie más le enseñó caligrafía china, sólo a nosotros dos. Yo iba
por el legado, o algo así, pero Camilo tiene una afinidad tremenda con el
espíritu chino, especialmente con la poesía, en prosa o en pintura. Llegó a la
noche y después volvió a ir a la mañana, antes de ir a trabajar. Luego, recién
al mediodía llegaron dos o tres chinos que yo no conocía. Y ahora tengo sus
cosas aquí.
Daniela: Eso debe haber sido extraño pero a la vez súper cercano a Lo Yuao.
Yo: Sí, alguien en mí me preguntaba si no le tenía miedo al muerto o a la
muerte, y yo, ni mu. No toqué el cadáver porque me daba impresión, pero me
sentí con la misma paz que tenía él, acompañándolo toda la noche.
Daniela: yo creo que es difícil temer a la gente que uno quiere en esa situación,
creo que fue la mejor forma de despedirse, sin que nadie interrumpiera ese
último momento de encuentro físico.
Yo: Sí. Y fue un poco raro; a los velorios de la gente de mi familia van
multitudes infinitas.
Lo raro
al día siguiente era ver nevados los sauces, los paraísos, las palmeras y los
palos borrachos.
Nevó en
Buenos Aires como si siempre nevara. Era irreal la nieva, tanto como que Lo
Yuao hubiera muerto.
Lo Yuao
pintaba con el estilo chino. Esas acuarelas, los motivos… incluso se hacía
traer materiales de China y allí se hizo fabricar un sello de los que se hacen
los pintores para firmar. Pero vivió muchos años en Argentina y la materia
local se le fue colando en las pinturas. Las carpas eran a veces reemplazadas
por moncholos y en las naturalezas muertas aparecían sin permiso los zapallos
criollos.
Fue un hombre extremadamente exiguo,
hecho de una brizna de hierba que un dios indolente arrojó a un lento hilo de
agua formado tras una lluvia torrencial. Ese dios indolente era un dios poeta e
irresponsable, y los padres de Lo Yuao fueron dos adolescentes de 17 años, y el
papá murió en el año que Lo Yuao nació y la mamá abandonó al niño con su abuela
y huyó, de modo que Lo Yuao debió compensar con paciente sabiduría e
indeclinable sensatez la insustancialidad de sus tres progenitores. Compensar
le llevaría la mayor parte de su vida, pero aún tendría tiempo para ver cómo un
pincel conducido por su mano dejaba un trazo de miles de años sobre un papel, o
para recordar lo primero que vio de su nuevo país, un campo al amanecer, con el
pasto verde cubierto de escarcha blanca, una bruma que velaba el horizonte y un
caballo rojo inquieto, y el vapor que salía de sus belfos.
En la época en que sus padres lo
dejaron a merced del mundo, los japoneses invadían China y se extendía una
hambruna, masiva y feroz, por un territorio inacabable. Por carecer de peso Lo
Yuao no se hundió en el océano de la muerte que lo rodeaba; flotando llegó a
los confines y con su insignificancia traspasó las redes que separaban el Mundo
Antiguo del Mundo Moderno, el comunismo del capitalismo, Oriente de Occidente,
hasta arribar a la Argentina. Llegó por una confusión grande, la de entender
que América del Sur era el Sur de America, que conocía por Lo que el viento se
llevó. Muchos de sus compañeros de viaje repararon el error, migrando a Nueva
York o Toronto, pero Lo Yuao se quedó en Buenos Aires, vaya a saber por qué. Se
hizo tenuemente pintor, tenuemente bohemio, tenuemente porteño, como era
tenuemente chino. Fue tenuemente sabio y tenuemente bueno. Fue tenue, pero de
una tenuidad firme e irrevocable, porque lo que tenía de tenue era todo lo que
era.
Su tenue corazón, agente de la
desidia del dios poeta, dejó de latir un día casi sin darse cuenta. Lo Yuao
sufrió el tenue paro cardíaco y caminó hasta el hospital agarrándose con una
manito de pájaro su flaco pecho. Los médicos lo recuperaron con una aspirina y
meses después, en un documental de una productora de televisión de Hong Kong,
contaría que cuando se acostaba no pensaba, sino que escuchaba los latidos de
su corazón hasta dormirse. Tanta, tanta paciencia. Cerca de su cama, en su departamento
pequeño como un bote, había sobre una mesa y al lado del teléfono, la foto de
la novia de Lo Yuao. Fue una novia que vivía en Hong Kong, a quien Lo Yuao
mandó todos sus ahorros, pero ella desistió de venir. Luego de aquel episodio,
hace 45 años, Lo Yuao ya no tuvo novia.
Los últimos años pintaba en papel de
cocina —que usaba como papel de arroz— tigres, cañas de bambú, ideogramas y
caballos de tinta china; oía música clásica, miraba el noticiero y se acostaba
a dormir, a conciliar el sueño escuchando los latidos de su corazón.
Tuvo otro infarto y lo internaron.
En el hospital tuvo otro más y el corazón ya casi dejó de funcionarle. Fui a
visitarlo y no lo vi. No quise mirar lo que encontré; era un hombre digno y
hubiera pedido la gentileza de la discreción. Murió pocas horas después. El
paso de la vida a la muerte fue apenas un parpadeo. Un leve amague bastó.
Sus paisanos chinos le hicieron un
funeral (los chinos son afectos a los ritos funerarios, como los españoles,
pero sin el peso de la tragedia y con espectacularidad). En el cajón Lo Yuao
estaba muy amarillo y su expresión, casi una sonrisa, abría las puertas a la
paz infinita. Era una sonrisa tan delicada como la última luminosidad del día
en una langosta que mueve las antenas, agarrada de una brizna de hierba.
Nunca tuvo Lo Yuao la bendición de
una madre que algún día volverá, la belleza que vendrá, la fuerza que ganará,
la riqueza que tendrá algún día, la celebridad eterna que finalmente
conseguirá. Nunca tuvo esa condena porque apenas existió. Y sabía que jamás
sería ni tendría, lo que no era.
Si algo nos reivindica en los momentos de desasosiego, cuando todo es el rechinar de dientes, a la hora del naufragio y de la oscuridad, a la hora del tiro del final, es la fe en las generaciones que vienen, algunos de cuyos miembros son capaces de conmoverse con un negrito casi tanto como con un pingüino.
A veces no tengo tiempo para dedicarme a otra cosa que no sea mi vida. Ya no sé si es bueno o es malo, pero parece que mi vida me tiene tomado, copado y hasta enviciado.