En el colectivo, gordo con vozarrón grita por celular. Una
señora va sentada a su lado, frente a él dos chicas con uniforme y tarjeta de
presentismo, caras de que han trabajado todo el día,
El gordo, cincuentón, con una agenda en la mano, habla de
negocios. Grita, como dije. Las mujeres no saben para dónde mirar, intentan
disimular al gordo.
Al fin corta.
Llama otra vez. Otra vez a los gritos.
También una llamada de negocios, "¡vos sos un vivo
bárbaro! ¡Vos sos un vivo bárbaro!" Un rato más, corta e inmediatamente
otra llamada, de negocios. Las mujeres ya tienen caras de hartas. El Gordo
grita y gesticula.
Y luego otra llamada y otra. Enciende un cigarrillo con la
colilla que aún no acaba. Está decidido a pasarse el viaje entero gritando por
teléfono arriba del colectivo. Nadie descansará.
En un momento se ha topado con un contestador. Luego
siguieron llamadas. Luego, alguien le ha dicho que no podía atenderlo. Ha
estado comprensivo. “No, no, está todo bien, no te preocupes, después hablamos”.
Nueva llamada y otro rebote. Luego otro. Empiezan a hacerse frecuentes. Al fin,
alguien le hace decir algo que le hace perder la paciencia, "pero ¿qué te
pasa? ¡Andá, andá, quédate tranquilo, es la última vez en la reputa vida que te
llamo! Andá, sé feliz, estás contento que no te voy a llamar más, ¿eh?",
le apunta con un dedo enorme a un botón del teclado y ¡tác! Le pega como para
traspasarlo. Está colorado y de algún modo los pelos se le revolvieron en la
cabeza. Mira hacia afuera por la ventanilla con una bronca como para matar a un
burro de un trompazo.
Un chiquito que salió de la escuela mira al gordo
directamente, los demás volvemos a disimular.