miércoles, 27 de julio de 2016

Incrédula

Una amiga fue al Museo Nacional de Antropología de México.
Le pregunté qué le había interesado de todo lo que había visto y me contestó que le gustó mucho la arquitectura.
Luego me contó que todo lo que había allí dentro era demasiado alucinante.
“Me cuesta mucho creer que es verdad que todas esas máscaras, joyas, calendarios, vestimentas, estatuas, estuvieran debajo de la ciudad. No puedo creer que se hayan hecho antes de ahora”.
El escepticismo de mi amiga me resultó divino.
Enfatizaré la palabra divino.
No hay manera de plantarse ante un misterio de forma más valiente y que mejor lance a alguien a tratar de conocer.
Generación tras generación he visto cómo la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA destroza el interés primitivo de los estudiantes de antropología, pulverizando su vocación por lo exótico, lo diferente.
Es una triste escena.
Mi amiga, que está lejos de la antropología, me devolvió la esperanza.






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