Es vicio profesional de los historiadores observar el presente pensando qué dirán de este momento los historiadores que lo miren desde una perspectiva de 50, 70, 100 años. Los historiadores del 2124, por ejemplo.
¿Qué dirán cuando revisen qué pasó en 2023, que al cumplirse 40 años de la sacralizada Democracia en Argentina, no hubo celebraciones oficiales a la que concurrieran mandatarios extranjeros, representantes de las democracias más reconocidas del mundo, ni se consagró a los grandes héroes supervivientes de 1983 o, en su defecto a sus legatarios; no se recordó con funciones de las mayores orquestas en la avenida 9 de Julio, no se hicieron festejos sincronizados en todas las ciudades de la Patria en la fecha en que se votó en aquel año, torciéndole el brazo a la sangrienta dictadura cívico-militar?
¿Por qué el silencio?
¿El silencio implicó un cuestionamiento a los 40 años de democracia?
¿Un cuestionamiento al concepto de democracia?
Quizás observen que en el año de los 40 años de democracia, el pueblo argentino, siguiendo puntillosamente las reglas de las elecciones democráticas, base del sistema, eligieron a un fantoche que le puso una bomba a la democracia.
Más del 50% de los electores se vieron representados en la certeza del payaso asesino de que la democracia es una mentira, porque el país está gobernado por una “casta” que sólo trabaja en pos de sus intereses y de espaldas a la gente.
Difícilmente no le daríamos la razón.
Realmente el aparato político general, salvo situaciones localizadas en algunas regiones acotadas, no gobernaba en beneficio de todos los argentinos.
Es decir, realmente la democracia no estaba funcionando como estrategia para que el pueblo se gobernara a sí mismo. Sus supuestos representantes institucionales eran funcionales a sí mismos y a los sectores concentrados, y no actuaban como intermediarios del pueblo con el pueblo.
Punto para el payaso.
Pero de mal en peor, el triste payaso psicótico está haciendo trizas la fallida democracia para hacer una “reforma constitucional encubierta”, como dijo Leopoldo Moreau, o un “golpe de Estado al interior del sistema institucional”, como dijo Claudio Lozano, no representando al pueblo, sino exactamente lo contrario, gobernando violentamente en favor de los intereses más concentrados, de afuera y domésticos.
Está creando una colonia dividida en tres para la extracción de petróleo, soja y litio.
No se puede estar en contra de la democracia.
Nos quedó grabado a fuego hace 40 años que decir que la democracia no funciona equivale a estar a favor de los militares asesinos.
A lo sumo, se le puede agregar a la democracia el calificativo “perfectible”.
Habrá que trabajar el calificativo, porque así, no funciona.
Y encima, convocamos a lo más inmundo y sanguinario del poder de Occidente, los neoconservadores norteamericanos, obsesionados con mantener la primacía anglosajona a través de guerras como la de Ucrania y de genocidios como el de Israel.
Hoy hubo una reacción saludable. En las manifestaciones en diferentes ciudades del país, masivas, torturadas por el calor del verano, la gente estaba desesperada por estar allí.
A sólo 40 días del gobierno de los neocon en Argentina.
Tenemos esperanza.
“Cuando los pueblos agotan su paciencia, hacen tronar el escarmiento”, dijo uno de los que mejor usaba la palabra en este país.
Paciencia con estas sanguijuelas y paciencia con una democracia que hay que cambiar de raíz.
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