Nací en 1962.
Generación pal cachetazo.
La de Malvinas.
Pero antes, en el momento de la vida de empezar a militar, teníamos la dictadura enseñándonos que el que aspira al poder, lo deshacen.
Si nuestros hermanos mayores militaban casi a la fuerza, naturalmente, porque todos militaban, en nuestra generación casi nadie militó.
Prácticamente ninguno durante la dictadura y algunos sí en la Primavera Democrática, sólo hasta las Felices Pascuas de la cobardía.
Quizás la ausencia de huevos de esa generación explica el vacío fantasmal de una dirigencia del Pueblo en este momento.
Lo más éticamente monstruoso es que no abrimos cauces para que militen los más jóvenes.
Nos limitamos a desearles que les vaya bien en su camino individual de espaldas a los demás.
Cómo hacemos para decir feliz día del militante.
No sé cómo se recompone esto.
Pero si no queremos seguir en la dictadura de Videla, algo tenemos que inventar aunque sea cualquier disparate para nuestros hijos.
Decirles, por ejemplo, que hagan contacto con las cosas.
Hacer contacto: ir hasta el fondo.
Decir la verdad, pedir la verdad.
Arriesgar algo.
Dar, recibir.
Abrir el pecho, exigir que se abra el pecho.
Saber que ese momento no se repetirá jamás.
Animarse a que algo cambie.

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