lunes, 27 de septiembre de 2010

La lucha continúa

Recital de Los Espléndidos en hogar de día de El Pobre de Asís, Buenos Aires, 24 de septiembre de 2010


En el túnel

La mañana del recital en el hogar y comedor de El Pobre de Asís llegó un mensaje de Loreley por correo electrónico: “La física no sabe de estas cosas. Aunque mi cuerpo no esté en el recital, yo estaré”.
Loreley había anticipado que no podría concurrir adonde habíamos quedado en encontrarnos, cerca del hogar, a las 12.45. Alrededor de esa hora fui recibiendo esta serie de mensajes de los X fiAdos:
12.31. Llamado de Liz: “¿Era en la esquina del hogar o en Congreso y Naón?
Liz llegaba con Vero desde Villa Crespo”.
12.35. SMS de Fer: “Ya estoy yo. Sentado en la esquina”-
Fer llegaba desde San Fernando, en el conurbano.
12.40. Llamado de Diego: “Che, estamos en Congreso y Holmberg, ¿para dónde vamos?”
Diego llegaba con Martín, el camarógrafo, desde Moreno, también fuera de Buenos Aires.
12.41. SMS de Maite: “Estoy a 5 minutos”.
Maite llegaba desde Colegiales.
12.45. Llamada de Tomate: “¡Chino! Estamos en camino. Acá vamos con Mariana. Juancito ya está en el hogar. Llevo a los músicos y los instrumentos”.
Tomate llegaba de hacer una gira en la que fue recogiendo los integrantes de la banda por diferentes barrios.
Cuando llegué estaban todos, vibrantes como unos jugadores de fútbol en el túnel, antes de salir a la cancha.


Los pobres

En un gran salón del hogar unas 120 personas comen sobre largas mesas. Miran la comida o el televisor; se miran poco entre ellos. El lugar está junto a la iglesia Santa María de los Ángeles, de los padres franciscanos, en el barrio de Coghlan, el más lindo de Buenos Aires. Hogar y parroquia comparten una amplia vereda, en la que a veces se acuestan a dormir algunos comensales. Les dicen linyeras, crotos, personas en situación de calle, carenciados, homeless, sin techo; para San Francisco eran simplemente pobres, y él estaría muy feliz de ver cómo la gente de la fundación El Pobre de Asís no ignora a los pobres sino que se acerca a ellos, les habla, los escucha, les ofrece comida, un lugar dónde estar.


Antonio Puigjané

Más tarde yo habría de descubrir que estaba entre los pobres el padre Antonio Puigjané. Lo conocí en la primavera democrática, hacia mediados de los 80, apenas superada la dictadura militar, en el Servicio Paz y Justicia para América Latina, que tenía como principal referente a Adolfo Pérez Esquivel. Militábamos porque los asesinos de la dictadura fueran castigados y porque la raíz de aquella criminalidad fuera desterrada para siempre. La lucha continúa.
Años después un amigo me contó del Movimiento Todos por la Patria, y cuando me enteré de que ese movimiento había asaltado el cuartel de La Tablada, supe que Antonio Puigjané estaba con ellos. Conocí a otro de los que estuvieron en la movida, cuando ya había concluido su condena de más de diez años en la cárcel. Él seguía siendo uno de aquellos muchachos que llevan la convicción a la acción directamente. Ni la dictadura ni la cárcel de la democracia le habían quitado aquello, su fe en que si uno se anima a hacer, la realidad cambia.
Algo de eso, una pequeña chispa de ello arde en nosotros los X fiAdos, por mucho que reneguemos del asalto a La Tablada, pese a que descreamos de la violencia como estrategia y por genético que sea nuestro sentido de que el poder a cualquier precio siempre corrompe. Queremos, como tal vez quisieron San Francisco y sus seguidores, ofrendar algo de vida a los pobres de comida y de ánimo, llevando adonde están, unos músicos vitales y concientes de estas palabras.


Entre Los Espléndidos y la Fundación El Pobre de Asís

No tan pequeña fue la chispa que ardió en Pablo Machuca (bajo), Gabriel Gerez (teclados), Lucas Mansilla (batería), Tomate (guitarra y voz) y Juancito (sonido), cuando tocaron. Sudaron y se entregaron como todo fan quisiera que se entreguen y suden los jugadores de su equipo. Volaron los temas (Have you ever seen the rain, All shook up, La vi parada ahí, Rock de la mujer perdida, I'm free, Stand by me, El día que apagaron la luz, Himno de mi corazón) mientras el espíritu que entró en el comedor y sus habitantes por la música, lo llenó todo. Era el aniversario número 12 de la fundación; el cumpleaños feliz fue coreado como se corea el himno cuando juega la selección.
Estaban los pobres que concurrieron a comer, las mujeres del hogar Kaupé, donde cada jueves dos de nosotros coordinan un taller de cuentos, los X fiAdos y en pleno el equipo de la Fundación El Pobre de Asís —quienes trabajan en este hogar, en el Kaupé y quienes atienden en el centro para mamás y chicos en la villa miseria de Retiro. El presidente de la fundación, Rubén, nos contó, ancho el pecho de satisfacción, que sobre el comedor harán dormis para 60 y en un costado, un centro de salud, mientras aceleran las gestiones para un segundo hogar de mujeres. La lucha continúa.


Fiesta

Mientras charlamos con Rubén vemos cómo una de las psicólogas de su equipo saca a bailar a uno de los hombres que concurre asiduamente al comedor. Los encendió un tema de Creedence. Luego suena un tema de Elvis y ya las psicólogas siguen bailando pero sólo por gusto, porque la concurrencia se anima en masa. La pasión de los músicos termina de enardecerse cuando el pasillo por el que suelen andar las voluntarias sirviendo comida, se llena de los bienaventurados que aún sufriendo el desamparo de este mundo, bailan y bailan como adolescentes que tienen todo el tiempo por delante.
En una mesa se balancea Marta, una de las mujeres del hogar Kaupé. Baila sentada, aplaude, sacuda la cabeza. Ve que la observo y me dedica la sonrisa de ella que siempre me mata, la sonrisa de un ángel que no conoce el mal. Nadie que viera esa sonrisa podrá sospechar por todo lo que pasó Marta. Y baila de alegría ahora, y yo lo sé: es sorda.
En una silla de ruedas Antonio Puigjané le agarra muy fuerte la mano a una mujer. La mujer se asusta; Antonio ya ha tenido una crisis cardíaca, está muy viejo y en este momento tiene un gesto descompuesto. Hace una seña para que ella baje su oreja hasta su boca, porque quiere decirle algo. Al fin, llorando: “Mirá, con todos los problemas que tienen, cómo están de felices”. Otro viejo llora, terminado el recital, cuando abraza a Tomate. Le dice “gracias” y lo tiene abrazado. No puede soltarlo.

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