Le hace bien a mi ánimo cosas que escribió Drummond de Andrade. El poema que dice: “no posees casa, navío, suelo / pero tienes un perro”, me hace sentir su amor.
El poema se llama “Consuelo en la playa”. Las personas que saben consolar son ángeles.
Pero no cualquier persona que quiere consolar lo logra. Hay personas que no saben consolar, aunque lo intentan.
Una vez que mi amiga se quedó sin casa, hundida en la angustia, a días de quedarse con sus muebles, sus bagayos y su hija en la vereda, en una reunión en que se largó a llorar, había un amigo que quiso consolarla. Desde unos metros le gritó: “pero ¿cómo te vas a preocupar así? ¡Se va a arreglar!”
Mi amiga levantó la cabeza, clavó los ojos en él, y le preguntó:
— ¿Cómo se va a arreglar?
— Vas a conseguir.
— ¿Cómo voy a conseguir?
— Vas a conseguir —insistió él.
— No tenés idea de cómo. No tenés idea. ¿Por qué me decís, entonces, que se va a arreglar? ¿Te das una idea de cómo me siento? No me ofrecés una ayuda, me decís ligeramente que se va a arreglar, como si se fuera a arreglar solo.
El amigo salió.
En fin, que desde aquello, desde aquella falta de empatía horrible de aquel amigo de mi amiga, que tal vez no tenía mala voluntad, me quedé con la sensación de que cualquiera que le profetice a alguien que está en problemas que todo se solucionará mágicamente, lo está, de algún modo, agrediendo.

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