Cuando un gato es llevado a una casa nueva, se esconde detrás de algo. Es muy difícil encontrarlo, pero no es necesario, porque ya aparecerá. No huyó ni volvió a la antigua casa: su objetivo es saber dónde está, para moverse bien —bien como los gatos: perfectamente. Irá saliendo de a poco, hasta que reconozca íntimamente cada detalle del nuevo ámbito, incluso los que los humanos jamás perciben, como el lugar donde la pared vibra, donde el piso está más fresco, el sillón que tiene menos ácaros, donde corre una brisa seca, o donde a veces llega un aroma a nido de pájaro, donde se forma una burbuja de silencio, y vaya a saber qué más.
6 de abril de 2011
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