La primera vez que
llegué a la ciudad vi inmediatamente los palos en las esquinas, cada uno con su
botón azul. Algo en mí supo inmediatamente que debía detenerme y comprender
para qué servían, pero otro algo concurrió a borrármelos de la percepción,
haciéndome encoger de hombros y naturalizándolos, total, hay tantas preguntas
que uno anda sin contestar.
Ahora, finalmente, he vuelto y estoy parado frente a un
botón. Está exactamente a la altura de mis ojos, como para mirarlo todo el día,
parado aquí. Puedo esperar a que pase alguien y preguntarle, pero no tengo
paciencia.