En Cien años de soledad hay un personaje que se pasó toda su
vida encerrado leyendo una enciclopedia, y cuando salió al mundo conocía todo,
hasta detalles que era imposible que estuvieran en la enciclopedia.
Es una vieja fábula: quien ha leído mucho, lo sabe todo.
Yo cambiaría saber
por intuir.
Con tanto que ha leído Irina, no me asombra que tenga
intuición de lectora. Un día, de la nada comenzó a encuestarme: cuáles eran los
tres libros que más me habían marcado y cuáles lo tres mejores que había leído.
Le respondí torpemente, como se responden en el momento preguntas que requieren
mucho tiempo de elaboración. En tanto, de la silla en que yo estaba sentado
colgaba mi mochila que tenía en su interior La
infancia perdida, de Graham Greene. Había manoteado el libro de la biblioteca
sin saber en absoluto de qué trataba, pero cuando dejé a Irina en la estación para
que tomara el tren de regreso a su casa, me he puesto a leerlo y no pude salir
de mi asombro: es el libro que Greene escribió respondiendo exactamente a la pregunta de Irina.
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