martes, 13 de febrero de 2018

Así es el Cielo



La persona con la que estaba hablando le preguntó algo.
¿Estaba hablando con un hombre o una mujer?
Esto es igual que un sueño, pensó. Uno sabe que está con alguien, a veces claramente identifica quién es, a veces no sabe nada de esa persona.
— ¿Por qué? —oía que le estaba preguntando.
 ¿Por qué, qué?, pensó.
— ¿Por qué pusiste tu corazón en todo lo que hiciste, Roxana?
— ¿No era lo que se supone que debía hacer? ¿No pedía Jesús que amáramos, y que le dejáramos a Dios lo demás?
— No fuiste prudente.
— ¿Debía serlo? ¿Cómo se entrega uno al amor, con prudencia?
— Las consecuencias fueron muy malas, a veces.
— Eso es lo que decidió Dios, ¿o no?
— ¿No tiraste sobre los hombros de Dios aquello de lo que debías responsabilizarte vos?
— Cada vez que me arrojé sabía que nos arrojábamos juntos.
— ¿Quiénes?
— Dios y yo.
— Nunca pensaste mucho en Dios, y ahora hablás como si hubieses sido una mística perfecta.
— Lo digo ahora. No pensaba en Dios en ese momento, sino que pensaba en la gracia. Si algo valía mi arrojo, el acto era jubiloso. ¿Qué es Dios, sino el júbilo de amar, sin prestar atención a las consecuencias?
— Hace un rata estabas quejándote. Terminaste sola, te mataste.
— Es cierto. ¿Qué puedo decir?
— Nada. Está bien. Esto es el Cielo. Así es el Cielo.





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